domingo, 14 de octubre de 2012

Entrevista a Samuel Cavero


La violencia política de los años 80 y 90 ha dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a ella?
Para mí, como escritor y como peruano, las impresiones que tengo de aquella infausta y trágica época son muchas. Recuerdo, por ejemplo, que como novelista me jugué la vida muchas veces, buscando información en zonas convulsionadas. Así conocí Aucayacu, Pizana, Tocache, lugares donde además está muy presente el narcotráfico. El día que explotó la bomba en Tarata yo estuve en una pizzería a una cuadra de allí. Así que fui testigo de excepción de los primeros momentos de tan desgarradores momentos. También en lo personal me permitió escribir Un Rincón para los Muertos, una novela que recrea la supuesta vida de Abimael Guzmán. Ganó en aquella oportunidad el Premio Nacional de Novela de la ANEA. Estuvieron de jurados los escritores Madga Portal, José Hidalgo y Robles Alarcón. Y yo por aquellos años era apenas un muchachito, un oficial de la Aviación Peruana. Cuando los Servicios de Inteligencia leyeron la novela pensaron que, para haberla escrito, yo debía conocer a Abimael Guzmán y, por tanto, debía saber muchas cosas de Sendero Luminoso. Se montó toda una razia contra mí, contra ese noble oficio de escribir que incluye libertad e independencia. Sufrí el acoso y la persecución de los Servicios de Inteligencia. Y mi vida literaria estuvo muy vigilada. También mis amistades. Al final se impuso la verdad, yo solo era un loco apasionado por este tipo de novelística, nada más. Y, como comprenderán, siendo uno militar nunca puede ser libre y menos tener independencia. Pero yo, siendo además Director de Prensa y Difusión de la FAP, me despachaba con mis propias opiniones cuando se me entrevistaba. Diarios y revistas muy serias siempre me daban cabida, como El Comercio, Expreso, Caretas, Gente, Sí, de César Hildebrandt. Ahora ya no circula. Recuerdo mucho que sufrí interrogatorios, sindicaciones de ser prosenderista, infiltrado de Sendero en las FF.AA, etc., y hasta tuve que renunciar a mi carrera de aviador, al que había ingresado siendo el primer puesto, porque nunca claudiqué a mis libertades más elementales y a ese hermoso ejercicio de novelar, que incluye, por supuesto ficcionalizar, y por tanto, todo lo que se escriba no necesariamente tiene que ser cierto. También, por supuesto, fueron incontables las noches que sufrimos escuchando bombas, soportando los apagones, leyendo titulares de prensa y recibiendo noticias nefasta de los andes, en especial de Ayacucho, mi querida y bien amada tierra que me vio nacer.
Estuve prohibido de volver a Ayacucho en todo ese tiempo de la violencia. Tanto por los militares, como por mis propios familiares, que temían por mi vida. Recuerdo esta anécdota ahora muy divertida, pero en aquel entonces sacaba ronchas. Con el escritor ayacuchano Marcial Molina decidimos en plena violencia, creo que el año 1987, llevar uno de los Encuentro Nacional de Literatura del APLIJ a esa ciudad. Por supuesto que ningún escritor se animaba a viajar. Eso iba a ser un fracaso. Para que no lo fuese me comprometí en conseguir un avión de la FAP para llevar a los escritores. Cuando supieron que un avión los iba a llevar y devolver, gratis, cosa inédita en el país para los escritores, y sobre todo  para Ayacucho, fue una locura. Se anotaron tantos escritores que solo se permitió viajar a cincuenta. Tal era la capacidad del avión. Y la condición de los Altos Mandos de la FAP es que yo viajase llevando a los escritores, pero eso sí, no pisaba un pie en la escalinata del avión. Y no pude bajar. Con mucha pena vi como mis colegas escritores eran recibidos con bandas, banderitas y pasacalles, en pleno aeropuerto, y su gestor, que era yo, se debía marchar en avión, cumpliendo la orden de sus superiores y no asistir como escritor al encuentro de escritores en Huamanga.
¿La violencia política cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?
Siempre la violencia, desde cualquier cantera, y quien la promueva, ha sido un tema que ha motivado en los escritores peruanos toda una corriente literaria a favor de este tema. Y no tanto por echar más leña al fuego. No. Los escritores somos esencialmente amantes de la paz, antibelicistas y en esencia demócratas. Sino más bien porque a través de nuestros escritos los lectores tomen conciencia de esta dolorosa realidad. Sucede que esta violencia política ha incidido tanto en el quehacer novelístico que está fuera de toda duda su trascendencia en nuestra literatura, estudiado por Mak Cox, Ricardo Gonzáles Vigil y otros catedráticos. También este tipo de novelística ha catapultado al éxito a numerosos escritores. Lituma en Los Andes, de Mario Vargas Llosa, es un ejemplo. Hay una lista larga de beneficiados, que incluye por haber tratado con profundidad, acierto y hasta haber ganado importantes premios a Sócrates Zuzunaga, Fernando Cueto, Santiago Roncagliolo, Oscar Colchado Lucio, y yo, por supuesto. Pero la lista de escritores es larga tanto en novela, cuento, como en poesía.
Has sido uno de los primeros en publicar una novela sobre la violencia, cuando escribir sobre el tema era peligroso. Estamos hablando del año 1987. ¿Cuál es tu balance al respecto?
Aquella fue una aventura muy personal a sabiendas de los grandes riesgos que corría. Me las jugué. Gané fama y perdí mi carrera de militar, pero me afirmé como escritor. Esto me sucedió al haber recibido con apenas 18 años un premio nacional de novela, el de la ANEA. Incluso me di el gusto de ir a recoger el premio vestido de cadete. Todos se quedaban admirados. Tanto los militares como los escritores. También cuando estudiaba Literatura y Linguística en la Pontificia Universidad Católica casi siempre iba uniformado. Ricardo Gonzáles Vigil, mi profesor, Gustavo Faverón, César Ángeles e Iván Thays, que eran algunos de mis compañeros de clase pueden recordarlo.
Ahora bien, iniciando ese tipo de novelística peruana yo no era plenamente consciente de que habría detrás de mí una hornada de notables creadores que después harían lo mismo. Y se puede apreciar revisando los archivos de los ganadores de los concursos de cuento de las Mil Palabras y los de COPE, por ejemplo.
¿Qué autores crees que han trabajado mejor la temática de la guerra interna? ¿Por qué?
Eso me gustaría dejárselo a los especialistas. Tuve el honor de haber ganado el 2011 el Premio Nacional de Novela "César Vallejo" con La Agonía del Danzak, que es una novela andina de denuncia sobre la horrenda desaparición de más de cien pobladores del pueblo de Putis. Tremendo honor que me hicieron (los entonces miembros del jurado) notables críticos, catedráticos y escritores de gran prestigio, que ahora son nuestros referentes. Estoy hablando de Miguel Gutiérrez, Ricardo González Vigil y Sócrates Zuzunaga. La mayoría de las víctimas eran inocentes niños, madres gestantes, campesinos de aquel asolado poblado, viviendo entre la guerra y el asedio de dos frentes: los militares y los de Sendero Luminoso.
La agonía del Danzak tiene como referencia la masacre de Putis, un hecho real acaecido en el año 1984. Cómo escritor ¿tienes intención de hacer novela de denuncia?
Fíjate que de eso ya estaba hablando poco antes. Es verdad. Mis novelas cuando vuelven a hablar de mis querencias, de los andes y sus problemas sociopolíticos, siempre tienen ese filón de personajes sufridos que buscan de alguna manera redimirse (como lo busca quien escribe, redimiendo a tantas víctimas de sus opresores, sino que lo diga la Comisión de la Verdad). Y entonces uno se vuelve una suerte de cronista de su época. No es que el escritor se nutra de la carroña. No es que los escritores seamos propensos a hacer de tanta sangre y matanza un ejercicio noble en la literatura. Sucede que en lo personal nos duele tanto, nos desgarra el alma, nos hace llorar con tanta misericordia y perdón que les debemos dar a uno y a otros, que al final uno se convierte en apasionado literato para buscar denunciar las injusticias cometidas. Año a año seguí los procesos de exhumación de las víctimas de Putis, a través de los informes que tuve. También, por supuesto, viajé hasta en dos ocasiones hasta esa zona. Y producto de esa locura de escribir han surgido otras novelas y cuentos todavía inéditos, pero que igualmente dan cuenta de tanto dolor, de la miseria del hombre, del silencio de los inocentes. Cuando escribo me pongo a pensar que fabular ya no cuesta mucho porque la realidad supera a la ficción largamente en el caso de las víctimas de Sendero Luminoso, de las Fuerzas Armadas, de la Policía Nacional y de las Rondas Campesinas. Cuando leí con devoción los informes de la Comisión de la Verdad busqué otros informes, y otros testimonios, y la verdad encontré tantísimo material que me dije: "Aquí, en las serranías de Ayacucho, y en el VRAE, está ahora la veta de oro de los grandes temas para los novelistas y cuentistas peruanos". Creo no estar muy lejos de esta dolorosa verdad.
Las FFAA no quedan muy bien paradas en tu novela. Lo de Wallpa Suas no creo que les guste, tampoco cuando se dice que “los militares efectivamente aquella vez de la matanza se apropiaron y vendieron los animales de las víctimas de Putis”.
Efectivamente los militares, las FFAA, nunca podrán quedar muy bien paradas en mis novelas, habiendo además tanta muerte, tantas denuncias, tantísimos hechos por investigar. En el caso de Putis pasó lo mismo. Ellos fueron los perpetradores de esta horrenda matanza que nos hace pensar en lo crueles, inhumanos y bestias que podemos ser los peruanos.
Respecto a Wallpa Súas, es un término que lo podemos encontrar en la memoria oral, en las tradiciones ayacuchanas, en todo el anecdotario de este pueblo y hasta en la Monografía de Huanta, de un tío mio escritor de gran valía. Buenos escritores ayacuchanos de renombre los he tenido varios. Allí están Moisés Cavero Cazo, Salvador Cavero, y el autor de esta importantísima Monografía, escrita en dos densos tomos, Luis Emilio Cavero Bendezú, donde ya allí se puede ver la crueldad de que eran parte de sus vidas de los iquichanos, también de ciertos huantinos, que tomaban justicia, y asesinaban sin compasión desde tiempos inmemoriales y más todavía en la Independencia y la República.
Respecto a que los militares se apropiaron de prendas, dinero y animales de sus víctimas es un hecho cierto, que se puede corroborar en los testimonios, en los informes, en las investigaciones judiciales. Allí ya no había mucho que novelar. Como digo, la verdad cargada de tanta miseria y podredumbre del hombre supera a la imaginación del creador.
A propósito de Putis, esto sucedió en 1984, en el gobierno de Belaunde. En Adiós Ayacucho, de Julio Ortega, uno de los personajes, que va a Lima a buscar justicia, le reclama a Belaunde sobre su condición. Este calla. En Bioy, una novela reciente, se dice que Alan García, Alberto Fujimori y Fernando Belaunde son cómplices por su silencio. Y hace poco Belaunde ha sido homenajeado. Se le considera casi un santo. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Para mí Fernando Belaunde si bien fue un brillante orador, un gran líder demócrata, un apasionado constructor de caminos, no supo enfrentar con pragmatismo y mano dura desde la Presidencia, cuando llegaron los primeros hechos de violencia política en la capital y, sobre todo, en los andes peruanos. Dista mucho de ser un santo. Mi concepto de santidad va por otro lado.
Marcelino tiene su burro Opita con quien camina largas jornadas. Se asemeja a Sancho Panza, incluso hay un diálogo entre los dos, donde este cree que Opita es su asno. También se menciona a Quijote. ¿Qué papel cumplen estos personajes cenvantinos en una novela sobre la violencia política?
Siempre el Quijote y su fiel escudero Sancho Panza serán motivo de emular sus sueños, sus aventuras, sus locuras, aún en estos tiempos. He allí la grandeza de ese libro que nunca dejará de conmovernos y hacernos incluso reír. Quise crear una novela que reviviese a Sancho, con toda la dificultad que significa hacerle hablar de acuerdo a como se hablaba en el Siglo de Oro español o en la época del descubrimiento y la conquista española de grandes territorios surcando mares.
En el caso de Marcelino y Opita, se da esta dualidad. Ambos, como personajes, uno desde el lado del homosapiens y el otro del animal, asumen esta personalidad. Marcelino es de alguna manera un terco Quijote buscando la verdad y la justicia entre la sórdida burocracia y justicia que caracteriza nuestra realidad. Opita nos recuerda al fiel escudero. Pero Opita, ese burrito noble y andariego, también debe recordarnos a la hermosa novela Platero y yo, que muchos hemos leído con tremendo gozo cuando éramos apenas escolares. ¿Pero cómo superar al español Juan Ramón Jiménez y su libro, todo un clásico en la literatura infantil, Platero y yo? La valla es muy alta. Habría que recrear una novela que, además con mucha pasión, ternura, hondo sentimiento, humanice a Opita y lo eternice desde la literatura. Y que, como Platero, Opita alcance esas dimensiones de belleza, hondura psicológica, identificación con el lector.
La visión andina, lo mitológico, está presente en tu novela. Esto lo apreciamos con Amaru, Taita Orqo, Mama Ccocha, Pachamama, el danzante de tijera. ¿Qué tanto aporta esto en una novela donde el eje temático es la matanza de Putis?
Creo que lo enriquecen y nos muestra una novela, que es aparentemente sencilla, llena de matices muy ricos. Esto es como saborear y comer un buen sancochado en la Casa del Sancochado. La otra opción era pasar de largo, con agua tibia o fría, sobre estos temas interesantísimos que forman parte de la cosmovisión andina, de sus rituales y tradiciones, pero también del folklore nacional. Y yo no sirvo para pasarme de largo. Me gusta ser detallista, un arquitecto de mis recuerdos y de los que mis ojos ven, un apasionado orfebre de la palabra.
En tu novela mencionas a Arguedas y Alegría. ¿Qué tanto les debe como escritor?
Mucho les debo. Tengo de Ciro Alegría todos sus libros, quizá como pocos escritores. En el Centenario de Ciro Alegría estuvimos mostrando los libros y Dora Varona quedó gratamente sorprendida por esta iniciativa. Y es que Ciro Alegría como Arguedas para los peruanos son referentes muy importantes, más para un escritor andino como yo. He leído mucho de estos escritores que, por ejemplo, mi libro de cuentos Danzantes en Casa del Diablo, que recrea la vida de un danzante de tijeras, y nos recuerda a la magistral historia recreada a través de un cuento por Arguedas en La agonía del Rasu Ñiti.  Bueno, pues, yo bebí en lo literario de esas fuentes. Me debo a ellos, porque gracias a esos libros me hice escritor. Gracias a esos libros de Ciro y de José María, me hice escritor profesional. Pero también gracias a los libros de estos notables escritores peruanos es que yo conviví con mi soledad, aprendía disfrutarla. Yo leía sus libros desde los siete años, si más no recuerdo, cuando vivía en Huancavelica, allá entre los años 1968 y 1974. Y todo lo que yo leía se reflejaba con nitidez asombrosa en mi penosa realidad, la del pueblo de Huancavelica, de sus comunidades quechuahablantes muy pobres, sus perros, sus labriegos, sus tinterillos de tierras, como después comprobé que también así sucedía en Ayacucho.
La agonía del Danzak es un título parecido al cuento de Aguedas: La agonía del Rasu Ñiti. ¿Hay un parangón entre los dos?
Hay más que un parecido. Me he permitido marcar distancias. Y los buenos lectores sabrán encontrar esas distancias. Pero también parangones. La Agonía de Rasu Ñiti es una historia magistral, una lección de vida, como también lo es la de Marcelino en La agonía del Danzak. Pero, digo yo, cómo suscribirse y alejarse de esos temas. Si desde mi infancia siempre estuve en fiestas costumbristas en Huancavelica y Ayacucho gozando y aprendiendo mucho de la magia del agua y de los apus, gozando de sus manantiales y del magistral baile de los danzaks. El tintinear de sus tijeras y sus acrobáticos pasos y piruetas, siempre, déjeme decirle, me devuelve (entre lágrimas de gozo, ternura y añoranza) a mi infancia, a veces con episodios muy dolorosos y otros con divertidas anécdotas. Soy, en buena cuenta, como Arguedas, un ferviente admirador y seguidor de danzantes de tijeras. Hasta en mi literatura se nota esto. ¡Enhorabuena!