sábado, 25 de mayo de 2013

Entrevista a Sócrates Zuzunaga


 La violencia política de los años 80 y 90 han dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a esa época?
Fue terrible. Yo me encontraba en mi pueblo, al sur de Ayacucho. Y hasta allí llegaban las noticias cruentas de los enfrentamientos armados. Pero, cuando empezaron a llegar gente que huía de la parte de Huamanga, Huanta y otros pueblos de la zona norte del departamento, entre ellos campesinos, comerciantes, profesores, empecé a ver con más claridad lo que estaba ocurriendo en Ayacucho. O sea, esa gente empezó a desmentir lo que la radio y los periódicos decían. Que las cosas no estaban ocurriendo como lo decían esos medios de comunicación en forma oficial. Que –para los fugitivos-  los sanguinarios enemigos de la patria no eran los alzados en armas, sino los mismos militares, los llamados sinchis, que estaban cometiendo atrocidades con la población ayacuchana, en especial con los estudiantes y con los campesinos. Entonces, yo me preguntaba: ¿qué es lo que está ocurriendo realmente? Empecé a dudar. Igual me ocurrió cuando llegué a Lima, en lo más álgido de la violencia. Para la gente de aquí, los soldados se estaban comportando como angelitos salvadores de los pobres campesinos. Sin embargo, yo tenía noticias de testigos presenciales, quienes me decían que los militares no eran esos angelitos salvadores que se creía. Y que, por eso, habían miles de desaparecidos, mujeres violadas, huérfanos vagando por la estepa fría de la puna ayacuchana
Me estaba ocurriendo igual que cuando Arguedas leyó los primeros relatos sobre los indios. Para Arguedas, los indios de Ventura Calderón, de López Albújar y de otros escritores, no eran como él los había conocido. Entonces, él dijo: yo voy a escribir lo que, en realidad, es el indio, porque yo lo conozco, yo he vivido entre ellos, yo he sido blanco de su infinita ternura y cariño, yo he visto cómo el indio ama a los suyos, a su tierra, a su agua, a sus montañas, a su música, a sus pájaros… Entonces, de igual modo, yo también dije: yo voy a escribir lo que, en realidad, ocurrió en Ayacucho; porque, para ello, yo había acumulado gran cantidad de testimonios, con muchísimo miedo, camuflando bien mis papeles en cajas y archivos engañosos… Fruto de eso, es mi novela La noche y sus aullidos… El ejército temía que se sepa la verdad de lo que estaba pasando en los pueblos de la sierra… Imagínate, por eso, mataron a los ocho periodistas que fueron a Uchuraccay en busca de la verdad. Ese hecho criminal no debe quedar impune; debe ser investigado más a fondo… La verdad de lo que ocurrió en Ayacucho es otra… Para uno cerciorarse de esto, basta con preguntar a los verdaderos testigos que estuvieron en el fragor de esa guerra fratricida… Pero, esos testigos se mueren de miedo, y ese miedo se lo supieron sembrar los culpables de esos crímenes de lesa humanidad… Bueno, claro que también hubo hechos terribles de parte de los subversivos; eso nadie lo niega… Pues, era una guerra la que estábamos viviendo… Lo que da verdadera rabia es el por qué los asesinos –de la parte oficial- quieren limpiarse y quedar como angelitos celestiales… De este tipo de encubrimientos, desde lejanos tiempos, la historia cuenta con ejemplos claros e irrefutables…

¿La violencia política cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?
Se han escrito muchas novelas y cuentos de esos tiempos de guerra. La mayoría de estas obras tienen la marcada intencionalidad de tergiversar las cosas verdaderas. Las obras que más se acercan a lo que, en verdad, ocurrió en el Perú son, por ejemplo: Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio, Qantu, flor y tormenta de Félix Huamán Cabrera,  Tierra de Pishtacos de Dante Castro, el libro de testimonios La Memoria es un Arma de Juan Cristóbal, los relatos de Luis Nieto Degregori, la antología de cuentos en tiempos de la violencia reunido por Mark Cox, La Agonía del Danzak de Samuel Cavero y algunos más que ahora escapan de mi memoria... Por ejemplo, yo escribí mi novela en base a testimonios de campesinos que eran torturados hasta orinar sangre, que me mostraban los dedos de sus pies y manos con las uñas arrancadas de raíz, que tenían los brazos dislocados, los tímpanos rotos y los testículos hinchados… Ellos me contaron de los sufrimientos de las torturas y del maltrato continuo y permanente, unido a las vejaciones y a la angustia de tener muy lejos a sus seres queridos, por lo que ellos sólo querían morir para descansar de tanto sufrimiento y sólo lloraban y cantaban canciones tristes en quechua… Y relataban ser testigos de cómo muchos de ellos murieron con un tiro en la nuca o al no poder resistir las inhumanas y crueles torturas. Lo que, también, duele es saber que soldados, procedentes del mismo pueblo vilipendiado y afrentado, eran obligados a desempeñar el papel de verdugos de los de su misma clase y condición. Sus jefes militares supieron inocularle, pues, el veneno del anticomunismo, del odio a las personas que tenían ideas de izquierda y a los ilustres peruanos como Mariátegui, Vallejo, Arguedas, Manuel Gonzales Prada y muchos otros… Y esos mismos jefes militares se escandalizaban y echaban el grito al cielo, cuando constataban de que una comunidad campesina había sido ayudada por los subversivos, en alguna faena agrícola o comunal, o que habían recibido obsequios materiales, como prendas de vestir y alimentos recolectados de los comerciantes. Entonces, sí, los militares actuaban con brutalidad y saña contra la comunidad en un afán de darles un escarmiento ejemplar por haber permitido ser ayudados por los subversivos…

¿Cómo han influido los sucesos de la violencia en tu quehacer literario?
Desde mi primer libro Con llorar no se gana nada, donde incluí un cuento sobre este enfrentamiento, hasta la fecha siempre he tenido en cuenta el denunciar hechos de abuso e injusticia militar. Esos hechos han quedado marcados en mí, tanto que tengo muchos relatos sobre este tema, incluso dos o tres novelas cortas más, aparte de La noche y sus aullidos. En realidad, lo que viví en ese tiempo, fue una verdadera pesadilla, donde los profesores éramos los que más sufríamos los efectos de la represión militar, y más si éramos dirigentes sindicales, por lo que vivíamos a salto de mata, como se dice. Por desgracia, son muchos los colegas que han desaparecido en ese tiempo de violencia, donde teníamos que ocultar nuestros libros que poseían títulos que podrían ser confundidos por los militares, como por ejemplo Horas de lucha y No una sino muchas muertes... ¿Cómo no van a influir estos hechos en mi quehacer literario?

Publicaste Con llorar no se gana nada, un libro de cuentos donde abordaste la violencia política, cuando escribir sobre ese tema era peligroso. Estamos hablando del año 1989. ¿Cuál es tu balance al respecto?
En esa época, tuve que esconder mi libro. Incluso, a los que lo tenían, les dije que lo escondieran porque el cuento Ayataki podría ser tomado como una apología a la lucha armada por su tema de injusticia y de represión militar. De verdad, sabiendo el modo cruel e inhumano cómo actuaban los del ejército, naturalmente que tuve miedo. Ese accionar cruel de los militares, incluso hizo que muchos muchachos se enrolaran en las filas de Sendero Luminoso, pues sólo así podían salvarse de los soldados que los buscaban por sospechosos, o para así vengar a algún familiar muerto y desaparecido en manos del ejército. De esta manera Sendero engrosó sus filas. También, en otros casos, fueron convencidos por la prédica o discurso a favor de los pobres y desposeídos. Era la esperanza de un mañana mejor para muchos muchachitos indigentes y abusados por sus patrones y empleadores, y se enrolaban a Sendero porque pensaban que así podrían sacar de la miseria a sus progenitores y demás familiares.

¿Qué escritores crees que han trabajado mejor la temática de la violencia política? ¿Por qué?
Pocos son los escritores que han escrito teniendo en cuenta de lo que en verdad ocurrió en esa guerra. Entre estos pocos están Óscar Colchado Lucio, Félix Huamán Cabrera, Luis Nieto Degregori, Julián Pérez, Dante Castro, Samuel Cavero… El resto, como Alonso Cueto, Santiago Roncagliolo o Mario Vargas Llosa escriben sobre algo que no conocen bien y que sólo han escuchado o leído en noticias oficiales, por eso el ambiente de sus obras está enrarecido y extraño a los ojos de un lector andino que sí conoce la idiosincrasia andina. Un ejemplo, sin ir muy lejos, en Lituma en los Andes, para el autor, los campesinos de esa parte de la sierra son seres tan primitivos y salvajes, como si ellos vivieran en la edad de piedra, y que realizan sacrificios humanos en ofrenda a sus dioses tutelares o Apus… Eso es el colmo; con esto el Premio Nobel nos da a conocer el desconocimiento y desdén o desprecio que él tiene hacia los campesinos de José María Arguedas… Por otra parte, Abril Rojo o La Hora Azul, son novelas escritas con una visión lejana, desde el exterior, casi con ojos de turista extranjero, como no queriendo  comprometerse con los asuntos de la guerra interna. Y, además, sus autores renuncian a profundizar en las verdaderas causas que motivaron ese brutal enfrentamiento entre habitantes –los de arriba y los de abajo- de un mismo país… Por eso, digo yo, que si Arguedas o Alegría o Scorza habrían vivido esa época violenta –tal vez- hubieran escrito sus novelas con otra óptica y sentimiento, y que quizás éstas no hubiesen gustado al oficialismo y –es seguro- que hubiesen sido perseguidos y encarcelados o desaparecidos…

En tu novela La noche y sus aullidos, se puede apreciar que una escuela se convierte en un cuartel. O sea, en una institución donde la ciencia, las humanidades, el juego, la risa deben irradiar, se construye otra institución donde se tortura, se mata, se llora. Considerando que esta escena también se dio en la realidad, ¿cuál es tu opinión al respecto?
En realidad, los soldados, cuando llegaban a un lugar, buscaban su propia comodidad personal. Por eso, se apropiaban de construcciones grandes como eran los colegios, las casas municipales o las iglesias, para acampar o para ubicar su cuartel militar. Allí, se torturaba y asesinaba frente a los ojos de los santos de la iglesia y en ese mismo lugar donde se enseñaba con ternura y amor a los niños se manchaban las manos con sangre inocente. Una vez instalados en esos lugares, salían de noche en busca de sospechosos, a los que los traían descalzos y semidesnudos y los empezaban a torturar. Estos sospechosos eran los maestros, estudiantes aplicados, líderes campesinos y hasta artistas populares. “Estos cojudos son peligrosos porque leen libros y saben convencer al pueblo con sus bonitas palabras”, decían los soldados. O sea, que consideraban a la cultura como sinónimo de delito o crimen,  de rebeldía o protesta. De ese modo, poco a poco, los maestros dejaron de hablar de Arguedas, Vallejo o Mariátegui en las escuelas. Y, claro, por seguridad personal, empezaron a enterrar sus libros que consideraban “peligrosos” para el Estado.

En tu novela un profesor lee “libros prohibidos”, luego les dice a sus alumnos y a los campesinos que la sociedad en la que se vive está de cabeza, que hay explotación y abuso. ¿El profesor es un peligro para el Estado en ese sentido?
Este es un indicador de cómo han sido adiestrados las fuerzas armadas contrainsurgentes. El maestro, el líder de un pueblo, un dirigente sindical, un artista o poeta, todos ellos, eran sospechosos y peligrosos para la tranquilidad del Estado. En el colmo de la exageración, por ahí, corría un chisme diciendo que a un campesino llamado Fidel Castro y a toda su familia lo habían desaparecido sólo porque éste era un homónimo del gobernante de Cuba. “Sí le han puesto ese nombre es porque hay simpatía por ese comunista ateo”, decían. O sea, muerto el perro, se acabó la rabia.

Entre los libros “prohibidos” encontramos autores como César Vallejo, José María Arguedas, Ciro Alegría, José Carlos Mariátegui. ¿Qué hace que estos autores entren a la lista de lo prohibido?
Bueno, yo creo que fue la propaganda de los que eran opositores a la izquierda política. Ellos –los apristas, acciopopulistas, pepecistas- se encargaban de propalar la noticia de que esos autores eran comunistas y ateos, que estaban en contra del progreso material de un país, que sus ideas estaban dirigidas a que los campesinos se rebelen contra sus patrones, que esas ideas injuriaban a Dios y estaban en contra de las buenas costumbres y en contra de los ciudadanos “notables e ilustres” de un pueblo progresista... Además, no se podía tener en casa ninguna la imagen del “Che” Guevara o algún otro líder chino o soviético.

En tu novela hay un periodista que busca información sobre lo que pasó durante la violencia. Hay varias novelas que tratan sobre este tema e incorporan al personaje periodista. ¿A qué se debe esto? ¿Cuál es el papel del personaje periodista en este caso?
Nuevamente, te recuerdo el caso de los periodistas asesinados en Uchuraccay. Cuando ocurrió eso, el mundo entero tuvo una visión clara de las dimensiones  del accionar de las fuerzas armadas en contra de los subversivos. O sea, no les importó utilizar a una pobre e indigente comunidad campesina en beneficio propio, engañándolos y presionándolos para que los secundaran en ese abominable crimen. Versiones confusas y amañadas daban conocimiento de masacres sangrientas, de poblaciones que nada tenían que ver en estos enfrentamientos, las que eran reportadas mediante comunicados oficiales diciendo que gran número de terroristas estaban siendo aniquilados para el bien del país; pero, a la prensa libre no se le permitía el acceso a esa zona del conflicto; más, al contrario, la prensa libre estaba siendo constantemente acosada y hostilizada, confiscándoles rollos de películas y grabaciones a muchos periodistas que se atrevían a ir en busca de la verdad, incluso apresándolos bajo acusaciones de estar ellos coludidos con los senderistas. Por eso, frente a esta realidad, fueron los periodistas desde Lima a Uchuraccay. Y ya ves lo que ocurrió. Para un buen entendedor, pocas palabras: los militares no querían que se sepa la verdad de las atrocidades que ellos estaban cometiendo con la población desvalida de esos lugares donde -hasta ahora- campea el hambre y la desolación.

Según la comisión Vargas Llosa, los periodistas de Uchuraccay fueron asesinados por los campesinos porque los confundieron con senderistas. En tu novela también aparece este hecho, claro que ahí se dice que tal afirmación no tiene asidero, ni lógica, y que ahí hubo militares involucrados. Sin embargo, el discurso de Vargas Llosa ha quedado como la versión oficial. ¿Qué opinión tienes de Vargas Llosa con respecto a su papel en dicha comisión?
Esta versión oficial pinta de cuerpo entero a Vargas Llosa y a todos sus acompañantes. Los campesinos fueron azuzados por los militares en contra de los periodistas, engañándolos, diciéndoles a los pobladores que así ellos estaban luchando como héroes por la patria, defendiéndola de esos terroristas asesinos que venían a destruir al país con sus ideas negativas. De ese modo criminal, el ejército encubrió la brutal represión y las matanzas que ellos estaban cometiendo en esas humildes comunidades ayacuchanas. Cualquier ayacuchano -con dos dedos de frente- sabe que esto ocurrió así. La versión oficial recurre a explicaciones ridículas, infantiles, tal como es eso de que los campesinos confundieron a las cámaras fotográficas con fusiles o escopetas, y que ellos no entendieron el castellano que hablaban los periodistas. ¿Qué acaso no es cierto que a menudo llegaban a Uchuraccay cazadores de vicuñas y venados, llevando ese tipo de armas? ¿Qué acaso esos cazadores o forasteros  no hablaban castellano para pedirles posada o alojamiento? Lo cierto es que en esa comunidad había gente que siempre bajaba hacia las ciudades serranas más grandes y que sabían del progreso tanto como cualquiera. Solamente para el célebre escritor -que parece que no tiene frente-  los campesinos del Ande están todavía en la edad de piedra y hacen sacrificios humanos, tal como lo dice en su novela Lituma en los Andes. No me explico por qué ese escritor le tiene ese concepto adverso a los que son de la sierra. ¿Acaso no reconoce él, que esos seres humanos -como son los de la sierra-  han construido maravillas admirables como lo es Macchu Picchu, por ejemplo? ¿Acaso en esas construcciones no hay ciencia, tecnología y sabiduría? ¿Una comunidad primitiva y salvaje puede hacer eso que nuestros antepasados hicieron para la admiración del mundo entero?

Los militares en tu novela dicen que hay gente que tiene “pinta de terruco”. Y siguiendo esa regla muchos campesinos son torturados y asesinados, luego terminan en fosas comunes. ¿Cuáles son las características de alguien que tenga pinta de terruco?
Pues, simplemente el tener rasgos andinos, la piel cobriza y el hablar quechua. ¿Quién ha olvidado lo que decían los “notables e ilustres” ciudadanos de Miraflores y San Isidro? ¿Qué, acaso, no decían que unos serranos conch…de sus mares estaban jodiendo al Perú progresista y católico? ¿Qué por qué los aviones del ejército no iban allí, a Ayacucho, a bombardearlos y acabarlos de una vez por todas? ¿Eso no decían las “buenitas” personas de esas paradisíacas zonas urbanas de Lima? Para un buen entendedor, pocas palabras…

Según la CVR, han sido miles y miles los asesinados por las FFAA. Aunque, en realidad, para quienes hemos vivido tales épocas no es necesario citar a la CVR en ese sentido. ¿Habrán tenido también su “pinta de terruco” estos?
He llegado a la conclusión de que todo aquel que es consciente de su realidad y de la realidad del país, aquel que busca la verdad y dice la verdad, aquel que busca justicia, aquel que sale en defensa de los abusados, todos aquellos, para las autoridades del Estado tienen “pinta de terruco”. Yo, por estas declaraciones que estoy dando, no voy a ser menos.

En tu novela, los gamonales se alían con las autoridades para cometer abusos; por ejemplo, uno de ellos cuando se pierde sus vacas le echa la culpa por robo a uno de los campesinos, sin pruebas, y lo manda a la cárcel, pero luego sus vacas aparecen: estaban extraviadas. Este tipo de hechos hace que algunos campesinos, incluso el hijo de un hacendado, se unan a los senderistas de manera voluntaria. El que la gente se una de manera voluntaria a los sediciosos, y no por presión o amenaza, ¿no le parece peligrosamente contraria al discurso oficial?
Para explicar esto, el ejemplo más claro es el caso del poeta Javier Heraud, un jovencito perteneciente a la llamada “alta sociedad” de Lima. Muchos muchachitos se unieron a los subversivos, por lo que ellos les hablaban. Y, como que eran también de la edad de ellos, y eran pobres e indigentes, sin esperanzas de una vida mejor, y con la ilusión de la aventura a esa altura de la vida, todo eso hizo el resto. Y no hay que olvidar las injusticias y los abusos de la gente pudiente contra los desposeídos… Y, mucho cuidado, esa desigualdad no ha desaparecido en esos lugares olvidados del país… No vaya a ser que…  bueno… sin comentarios…
A continuación, quiero manifestar que, frente al abuso de los militares contra mis paisanos, en mi pueblo, yo intenté escapar de esa vorágine de injusticias por otros medios, como el de la ficción literaria. Por eso empecé a elaborar en mi mente todos los pormenores de mi novela “La noche y sus aullidos”. Todos los días y todas las noches, en cualquier sitio, caminando o sentado en algún lugar solitario, contemplando los paisajes andinos, iba acomodando e hilvanando el hilo de la historia de la novela. Y, cosa increíble, en ese estado de cosas, sentía un temor cerval y tenía miedo a morir o desaparecer. En pocas palabras, me enfermé de los nervios y creo que hasta ahora estoy enfermo; por eso, a menudo, lloro mucho estando a solas y recordando a los amigos que ya no están conmigo, bajo los efectos sedantes de alguna bebida espirituosa. Al mismo tiempo, aquella vez, empecé a tomar apuntes, en clave, para evitar futuros contratiempos, si se daba el caso de que éstos cayeran en manos de los militares. Y eso era para mí, no sólo como el querer huir de la impotencia y de las tensiones, sino, sobre todo, como una respuesta digna y creativa frente a esos hechos injustos, de abuso y escarnio. Pues, para mí, la literatura siempre ha sido un espacio de salvaguarda, de disfrute, de sufrimiento y de salud moral.

Bueno, para concluir, quiero manifestar que la obra que escribí persigue ese objetivo de querer recuperar la memoria histórica de mi pueblo ayacuchano, con la finalidad de crear una conciencia cívica, popular y solidaria, ya que de lo contrario nuestra sociedad puede volver a cometer los mismos errores que lo llevó a este estado sangriento de guerra interna. En mi personal opinión, la literatura es un arte que enriquece al ser humano y le permite encontrar en su interior lo que verdaderamente él tiene y que antes no conocía. Y eso le permitirá ver el mundo con otros ojos y lo comprenderá en toda su dimensión, pensando siempre en la justicia social,  en la paz y en la libertad.