Leonard es un niño que por una enfermedad ha quedado en estado catatónico. La medicina no puede hacer nada para ayudarlo. Pero luego de 30 años, al hospital donde se encuentra internado, llega un neurólogo. Este, a diferencia de los demás que laboran en ese hospital, es un científico. Su condición de tal le impulsa a buscar la forma de ayudar a los enfermos como Leonard, a través de diversos experimentos. En esa búsqueda, encuentra un medicamento que hace que los pacientes “despierten” (por eso el título).
Leonard ya no es un niño. Es un adulto. Desde su nueva posición redescubre el mundo. La ciudad donde ha vivido ya no es la misma. La música ha cambiado. Se asusta al ver un avión que pasa volando cerca. Se mete al mar medio cuerpo. Conoce a una hermosa mujer y se enamora. Ve el mundo nuevamente. Se emociona por la vida y por vivir.
Sin embargo, desde esa mirada de niño adulto entiende el mundo de manera diferente a los demás. Es una mirada mitad niño mitad adulto. En él hay una lucha de estos dos seres opuestos. Como niño es un soñador, que no quiere dormirse porque cree que no volverá a despertar (o al revés: que no volverá a soñar). Pero una vez que ha bebido nuevamente de la vida, sabe que no está soñando. Así, cuando el neurólogo Sayer (Robin Williams) le pregunta “¿Y qué te hizo saber que no soñabas?” Leonard (Robert de Niro) contesta: “Es que usted me entendió”. Dos seres aislados del mundo, de los humanos. Uno durante 30 años por su enfermedad, el otro por su apego a la ciencia. Pero, a pesar de eso, el entendimiento es recíproco. Ambos se entienden, hasta convertirse en amigos.
Leonard al redescubrir el mundo siente “la alegría de vivir” y esa alegría de vivir se la transmite a Sayer porque al final este acepta salir a caminar con la enfermera. Es que “el trabajo, el juego, la amistad, la familia: eso es lo que hemos olvidado, las cosas sencillas”, frase pronunciada por el paciente y repetida por el neurólogo. El salir a pasear, caminar, es simbólico de las cosas sencillas de la vida, en esta película.
El disfrutar de la vida solo la puede entender alguien que ha dejado de vivir durante tanto tiempo. En esa resurrección (despertar), se aprecia la vida, el respirar, la música. Leonard se siente prisionero en el hospital, pide que lo dejen salir a pasear. Ese acto simple de mirar el mundo con libertad, sin ninguna responsabilidad, solo caminar y sentir cómo el tiempo fluye, cómo las sensaciones perciben el mundo. En ese sentido, la película Despertares, dirigida por Penny Marshal, es un canto a la vida, a las cosas sencillas que uno puede disfrutar de ella.
Sin embargo, no todo puede ser felicidad. La ciencia no puede ayudar a Leonard. Este poco a poco es vencido por su enfermedad (los otros pacientes igual). Es ahí donde se muestra la actuación genial de De Niro, al representar a un ser atacado por los tic, que casi no lo dejan hablar. Su rostro se contrae. Su cuerpo se retuerce. Pero así, ante la mirada atónita de los otros pacientes, logra bailar con la chica que ha conocido en el hospital. Es una danza de despedida. Luego solo queda el estado vegetal, nuevamente.