Samuel Cavero


Es autor de las novelas Apocalipsis en don Ramón (1983), Amaru o la tentación (1989), Gabriel no te mueras (2002), Un rincón para los muertos (1987), La agonía del Danzaq (2011).
La agonía del Danzak. La Comisión de la Verdad y Reconciliación, con respecto a la masacre de Putis, ha señalado que “en diciembre de 1984 un centenar de campesinos de diversos anexos de las comunidades de Putis, Cayramayo, Vizcatampata y Rodeo, fueron ejecutados extrajudicialmente por militares destacados en Putis”, asesinatos que fueron confirmados al descubrirse a las víctimas en fosas comunes.
Este hecho concreto ha sido llevado a la ficción por Samuel Cavero. Su novela relata las peripecias de Marcelino Ashuamán, quien pretende demostrar a las autoridades que en Putis hubo una masacre, pero su palabra no es escuchada. Finalmente, es asesinado por los militares, por ser el único testigo, porque “la justicia se acomoda del lado de los ricos, de los militares, de los jueces y de los que tienen el poder garrotero” (130).
Hay una cita de Güster Grass (2003:169) que puede graficar de alguna manera este hecho: “Los crímenes inducido por el ánimo de lucro gozan de la bendición de las leyes del mercado”. Y en el caso específico de la novela de Cavero, resulta que luego del asesinato “los militares efectivamente aquella vez de la matanza se apropiaron y vendieron[1] los animales de las víctimas de Putis. Para encubrir el crimen, su crimen de lesa humanidad, filtraron a la prensa nacional información de un presunto enfrentamiento con Sendero Luminoso” (94).
Durante la violencia política, el accionar de las FFAA estuvo marcado por la pillería como grafica la novela de Cavero. Su paso por las comunidades campesinas resultó siendo como el apocalipsis. Tomaban lo que querían, desde la vida humana hasta las gallinas de los corrales.

Esos militares robaban gallinas… los llamábamos Wallpa Suas, ladrones de gallinas, pues se adueñaban de los animales, cual astutos zorros, tenían sus ojos encendidos codiciando lo ajeno y cuando les decíamos que nos paguen, los Wallpa Suas bien malos eran, nos amenazaban con matarnos (72).

La lucha antisubversivo apenas si fue un pretexto. Lo real: los agentes del Estado tenían licencia para arrasar con todo lo que parezca diferente a lo criollo, por eso es que se ensañaron tanto con lo andino. ¿Que si en Putis hubo senderismo? Apenas si se sospecha que algunos eran senderistas, ni siquiera se tienen nombres. Solo se cree que en Putis hubo senderistas, pero como en Putis viven seres “retrógrados”, como en el Uchurracay de Vargas Llosa, que los maten por cientos, porque para ellos no existe la figura de genocidio, porque genocidio significa muerte de seres humanos a carta cabal y no de campesinos quechua hablantes “arcaicos”[2]
Bajo el discurso vargasllosiano, ese “acto genocida y de exterminio” (129) se justifica porque “si esos pobres viven como viven, capaz se lo merecieron y murieron como debieron morir, desaparecidos del mapa, porque además se hallan en el culito del mundo y del Perú” (26). Es que para el discurso oficial esas muertes no significan nada. Son muertos que pueden pasar desapercibido. Y no solo se trata solo de militares que asesinan sino “del Gobierno corrupto y genocida salida de las peores maldiciones” (43). En última instancia, los militares solo hacen el trabajo sucio del Gobierno y los grupos de poder que no lo pueden hacer directamente para no ensuciarse las manos. Dicha tarea se lo dejan al brazo armado.
Sin embargo, a pesar de las adversidades, el personaje sobreviviente de Putis continúa en su lucha para que los asesinos sean llevados a los tribunales. Su único objetivo es que los muertos de su comunidad encuentren paz y justicia. Aunque a veces, cuando su reclamo no es atendido se desalienta, “Por eso siempre fue mejor hablarle a mi burro Opita. Entendía mucho mejor que ustedes” (130). Así un burro se convierte en otro personaje. Aunque no tiene la capacidad de hablar, pero es quien acompaña a Marcelino Ashuamán en sus peripecias.
Este personaje burro nos traslada inmediatamente a Quijote y Sancho. Ashuamán tiene algo de los dos. De quijote sus sueños de hacer justicia, de defender a los humildes. De Sancho su extracción popular y su asno. Y este Quijote andino, con su rucio también andino, muere en el intento de conseguir justicia para su pueblo. Al igual que en la realidad real, los responsables de la masacre no reciben un castigo. No se toma en serio la muerte de los campesinos andinos. La muerte de los otros es como si no hubiera ocurrido. Es como si no hubieran existido. Solo la tenacidad de Ashuamán demuestra que existieron. Claro, también la creatividad de Cavero, que no se circunscribe dentro del discurso vargasllosiano, sino dentro del discurso arguediano, por eso el título La agonía del Danzak, que es un acercamiento a La agonía del Rasu Ñiti de José María Arguedas.





[1] La CVR señala que uno de los móviles de la matanza de Putis ha sido el lucro: el ganado.
[2] Otra vez hay que citar a La utopía arcaica de Vargas Llosa. 

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