miércoles, 25 de julio de 2012

Humor negro

Keiko Fujimori, en campaña electoral, visita un colegio y explica sobre terrorismo: “Niños, en los años 80 y 90 Sendero Luminoso asesinó a mucha gente, por ejemplo, en 1983 en Lucanamarca mató alrededor de 70 campesinos, por eso ese grupo es terrorista”. Del fondo del salón, Jaimito levanta la mano para participar: “Señorita, señorita, en 1984 en Putis el ejército mató a más de 100 campesinos. ¿Eso también es terrorismo?”. Keiko para salir de apuro contesta: “Eso pregúntale al presidente Belaúnde”.  Y siguió con la explicación: “Niños, los senderistas en 1984 asesinaron a más de 100 en Soras, por eso son terroristas”.  Jaimito, desde el fondo, nuevamente alza la mano para participar: “Señorita, señorita, en 1988 en Cayara el ejército mató a más de 50 campesinos. ¿Ellos también son terroristas?”. Keiko para salir de apuro contesta: “Eso pregúntale al presidente Alan García”. Y seguía con la explicación: “Niños, los senderistas asesinaron en 1992 en Tarata a 25 personas, eso es terrorismo”. Jaimito, desde el fondo, otra vez participa: “Señorita, señorita, el grupo Colina en 1992 asesinó a 10 campesinos en El Santa. ¿Eso también es terrorismo?”. Keiko estuvo a punto de decir que le pregunte al presidente Alberto Fujimori, pero se acordó que era su padre. Entonces, para salir de apuro dijo: “Niños, es hora de recreo”. Los alumnos: “Yeeee”. Cuando ya no había nadie en el salón, Keiko saca su teléfono y marcó el número 666 666 666: “Aló, ¿Martín Rivas? Aquí hay un niño llamado Jaimito…”

viernes, 20 de julio de 2012

Lucanamarca versus Putis

            La designación del “día de la lucha contra el terrorismo” trae a colación una reflexión sobre los sucesos de los años ochenta y noventa. De cómo la violencia de esos años arrojó la cifra de 70 mil muertos y desaparecidos. Cifra que por cierto no convence a la derecha, que según ellos es de unos miles menos, o sea lo de “nosotros matamos menos” no es una cuestión de un taradito y desubicado fujimorista, sino es una postura de la derecha peruana.

            Sin embargo, eso de “nosotros matamos menos” es discutible cuando se alude a hechos concretos. Específicamente, hablo del 3 de abril, fecha que hace referencia al caso Lucanamarca, donde Sendero Luminoso dio muerte a 69 campesinos, inclusive niños. Porque resulta, que si se trata de cantidad, en Putis el Ejército mató 123 campesinos, inclusive niños, con el agravante del pillaje: se llevaron el ganado y los enseres para luego venderlos.

            Definitivamente, por donde lo veas 123 es mayor a 69. Casi el doble. Es que si queremos cuantificar el hecho entonces 123 debería ser el número a tomarse en cuenta y no 69. Sin embargo, alguien dirá que no se trata de número sino de intensidad. Y supongo que intensidad hace referencia a que en el caso Lucanamarca no solo los mataron sino que a algunos los quemaron vivos. En ese caso, también habría que tomarse en cuenta el caso Accomarca (62 muertos, inclusive niños), donde también se usó el fuego en esa matanza.

            Luego entre 69 y 62, el “nosotros matamos menos” es casi un empate técnico si de número se trata. Entonces, a ver un desempate: 123 más 62 igual 185 entre 2 igual 92.5. Y este número es superior al de Lucanamarca.

            Pero alguien hablará de otras cifras. Ejemplos habrá a montón. Y quizá eso de “nosotros matamos menos” termine en “mejor empate”, que seguramente esperan los que aún andan sueltos por hechos como Cayara, Putis, Acomarca, etc. Porque, de la manera cómo se presentas las cosas en el Perú, todo puede suceder.

            Finalmente, no se trata solo de colocar hitos por poner, para figurar a costa del dolor de los demás, para justificar el sueldo de burócratas calienta curul. “¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hermanos”.

sábado, 7 de julio de 2012

Luz de agosto


I

Luego de leer novelas como Luz de agosto, uno termina convencido de que Faulkner es un grande en el manejo de las técnicas narrativas. Que no solo basta contar una buena historia sino saber cómo contarlas. Jugar un poco, o mucho, con el lector hasta atraparlo en ese mundo ficcional faulkneriano, definitivamente, distinto a lo que se venía haciendo hasta ese momento.

Sin Faulkner Perú, probablemente, no hubiera tenido su Nobel de literatura. Es que Faulkner es un hito en la literatura del siglo XX: ha influenciado en otros escritores. Sin él quizá no habría existido Macondo de Gabo, tampoco Santa María de Onetti, solo por mencionar a los más emcumbrados.

Su narrativa ha dejado deslumbrado a toda una (varias) generación de escritores y lectores. Tirios y troyanos cayeron rendidos ante su ficción. Vargas Llosa Llosa ha dicho de él: “la obra del escritor norteamericano es deslumbrante por su ambición y coherencia, por el hechizo, color, violencia y originalidad de su mundo, así como por la variedad y vigor de sus personajes, la audacia de sus técnicas narrativas y la fuerza encantadora de su lenguaje”[1].

En las antípodas, con respecto a MVLL, ideológicamente hablando, Miguel Gutiérrez ha escrito FAULKNER en la novela latinoamericana. Todo un libro para ensalzar al genio norteamericano en el plano estrictamente literario: la técnica, los recursos, su influencia en la narrativa del Boom y los nuevos escritores. Así, para MG “la influencia de Faulkner ha sido positiva, incitante y fructífera para la creación y desarrollo de la novela moderna latinoamericana”[2]. Y finaliza su ensayo diciendo de Faulkner “el maestro”[3]. Aunque, claro está, que se esperaba de MG, además de ese análisis, un análisis político ideológico, dado su formación literaria-ideológica en su paso por Grupo Narración.

Eso sí, por más genio que fuera Faulkner en técnicas narrativas, no pudo escapar a una análisis en el plano ideológico, ya que intenta “escapar a un mítico pasado armonioso, del cual el presente le parece ser una degeneración”[4]. Esta evasión de la realidad hace que los “los negros necesiten al hombre blanco para que los guíe y piense por ellos”[5]. Eso se ve por ejemplo en Sartoris, cuando uno de los criados se gasta el dinero de la iglesia con una prostituta. El coronel Sartoris, ante tal situación, le salva de un linchamiento, responsabilizándose de la deuda. Salta a la luz la naturaleza del buen amo blanco. En cambio, el negro es un bribón casi innato. Aunque, uno de los personajes negros, Caspey, tiene una actitud rebelde ante los blancos, no encuentra eco entre los suyos. “No permito que ningún blanco me diga lo que tengo que hacer”[6]. Finalmente pasa desapercibido esta actitud rebelde y los amos se muestran benevolentes con él: es que son blancos. Ese es el mundo que describe Faulkner, “basado en una nación mítica, una nación que nunca existió. Se trata de la Confederación de los Estados del Sur”[7]. Eso entre otras cuestiones.

II

En cuanto a Luz de agosto, esa forma de narrar los acontecimientos sobre el linchamiento de Christmas en una sociedad donde el ser negro es una marca peor del que le puso Jehová a Caín: frustración, humillación, persecución por el hecho de no ser blanco, hace que el discurrir de las acciones sea atractivo. Te lleva de un lado a otro, de un tiempo a otro, hasta que el pobre hombre blanco de sangre negra es finalmente eliminado, aplastado como una cucaracha, como un ser repudiable, no por sus acciones, sino por el hecho se tener sangre negra y hacer cosas que, si hubiera sido blanco, el resultado sería diferente.

Los hechos de la novela empiezan un mes después de que Lena ha salido de Alabama en busca del hombre que la embarazó y termina cuando ella, ya con su hijo en brazos,  llega a Tennessee dos meses después de una larga travesía por diversas ciudades. O sea, un mes de viaje, que será el pretexto para que Faulkner nos presente a su personaje Joe Christmas y nos haga recorrer lo complicado que puede ser la vida de una persona con ascendencia negra en una sociedad norteamericana a inicios del siglo XX, donde el racismo extremo está latente.

Christmas no es un negro a simple vista, pasa por blanco, pero el hecho de que su padre tenga tales rasgos hace que su abuelo, primero, mate al transgresor racial, segundo, deje morir en el parto a su propia hija, tercero, mande al niño a un albergue. Ahí, él intuye que no es un niño como los demás, que es diferente, que está marcado por el destino.

Ya de joven se encamina a una situación “casi natural” de su condición de negro. Incluso cuando tenga sangre blanca, dado que su madre la es, él no se puede redimir. El hecho de tener la ascendencia negra hace que sea el malo necesariamente. “Se trataba de un crimen de negro, cometido, no por un negro, sino por el Negro”[8].

Su situación de hombre con dos tipos de sangre que corre por sus venas le hace vivir un conflicto: rechazado por los blancos, también por los negros. En su mundo interior los mismo. Lo bueno y lo malo también tiene que ver con este hecho. Su ascendencia blanca lo hace bueno por momentos, en cambio la negra, no. “Como si hubiera sido la (sangre) negra la que esgrimió la pistola y la blanca la que no le permitió disparar”[9]. Racismo absoluto.

Christmas es un hombre perseguido por la desgracia, y quien representa muy bien esa desgracia es su propio abuelo. Este pretende que la turba lo linche cuando descubre que el niño, producto de la ignominia, ya es todo un adulto. “Es ese bastardo. Tu obra no está acabada aún. Ese bastardo es una inmundicia, una abominación en la faz de la tierra”[10].
Finalmente, Christmas es muerto a tiros, pero antes de que expire es castrado para asegurarse que incluso en el más allá no toque a las mujeres blancas. Así termina sus andanzas este hombre que no eligió ser asesino, sino que le destino se lo eligió. Y Faulkner ha escrito Luz de agosto en torno a la vida de este personaje y de ese destino que ya estaba escrito.



[1] Mario Vargas Llosa (2008). Viaje a la ficción. Alfaguara. Pág. 81.
[2] Miguel Gutiérrez (1999). Faulkner en la novela latinoamericana. Editorial San Marcos. Pág 58.
[3] Ídem. Pág. 149.
[4] Sydney Finkelstein (1966). Existencialismo y alienación en la literatura americana. Editorial Grijalbo. Pág. 191.
[5] Ídem. Pág. 195
[6] William Faulkner (2003). Sartoris. Planeta. Pág. 87.
[7] Sydney Finkelstein. Pág. 192.
[8] William Faulkner (1983). Luz de agosto. Oveja Negra. Pág. 202.
[9] Ídem. Pág. 312.
[10] Ídem. Pág. 267.

viernes, 6 de julio de 2012

Del por qué un cachaco no puede ser democrático


            Cuando el cachaco postula a ser cachaco, sabe que el primer día será bautizado como el “perro”. Y el concepto perro reducido a su más vil condición. Que puede ser pateado, escupido. Que pueden ponerle una correa al cuello y pasearlo. Que pueden llamarle Firulais, Lazy, Fido, en fin, como quieran. Que pueden ordenarle que se ponga en cuatro patas o que ladre. Etc. Claro está que, para ello, existe una condición: que quien pueda hacer todo ello con el “perro” sea “antiguo” o detente algún grado superior.

            Eso de entrada. Porque luego su vida continúa así hasta el día de su muerte. Porque incluso una vez que se gradúe, con ceremonia incluida, se la pasa de obediente, de chicheñó o su variante nocheñó. En un Para ranas, uno, dos la respuesta deber tres, cuatro, y a viva voz. En un ¿Estás cansado?, se debe decir No, señor, porque ellos no pueden cansarse. En un ¿Entendido? no hay vuelta que darle, se debe responder, sí, señor. Así hasta un etc.

            Esa práctica nada democrática es lo que caracteriza en su accionar diario. Y esa condición hace que, incluso, consideren que sean superiores a los “civiles”. Por eso cuando se refiere a una persona que no es cachaco, dice de él “ese civil” con aires de superioridad. Porque el ser cachaco desde la óptica de cachaco es ser superior, y el ser civil es de inferioridad con respecto a ser cachaco. Eso demuestra, por ejemplo, que uno de ellos haya dicho que el cachaco “está por encima del bien y del mal”.

            El cachaco, en ningún caso, practica la democracia. La naturaleza de su formación es esa. No puede objetar la orden de un  cachaco de rango mayor. Jamás. Y cuando ordena, evidentemente, a uno de rango menor, le deben obedecer. No hay vuelta que darle. “Sin duda ni murmuración, carajo”.
           
Así, el cachacho ordena. Dice firme aquí, como es el caso del cachaco Valdés cuando quería que los cajamarquinos firmen por Conga va. Es que este cachaco cree que los civiles son seres de rango inferior a los cachacos, incluso por debajo de los perros (no me refiero al de cuatro patas), por lo tanto, se le debe obedecer con un chicheñó. Para coj…

            Lo mismo sucede con el otro cachaco. Ha dicho que Conga va. Desde el inicio ha sido así. No ha consultado con la población de Cajamarca. Con nadie. Simplemente ha señalado que ese es el camino en bien  de ellos. ¡Esa turba civil qué va a saber, qué va a pensar, qué va a diferenciar el bien del mal! Si los civiles están por debajo del bien y el mal. Chusmas.

Este cachaco cree que todo el Perú debe decirle chicheñó. Conga va. Chicheñó. Destrucción de lagunas. Chicheñó. Mientras tanto los Benavides, al que finalmente representan estos dos cachacos, sonríen por el oro de Cajamarca.
            Ante tal situación resulta que a muchos no les gusta decir chicheñó, tampoco ante un Para ranas uno, dos responder Tres cuatro. Porque simplemente, si  alguien me dice Para ranas uno dos yo pienso en una rica fritura de rana, traída desde alguna laguna cerca a Cerro de Pasco, con su papa amarilla.