Ha escrito Guerra a la luz de las velas (2006), Radio Ciudad Perdida (2007), El
rey siempre está por encima del pueblo (2009).
Radio Ciudad
Perdida. A la estación de la radio, donde
trabaja Norma, llega Víctor, un niño, con una lista de personas desaparecidas.
Este viene de un pueblo de la selva, el mismo lugar donde el esposo de ella,
Rey, acostumbraba viajar dos o tres veces al año. Esta situación le permite a
Norma tener algunos indicios sobre la desaparición de su esposo y descubrir que
Víctor es hijo de Rey.
Esta novela Perdida nos presenta algunos aspectos
de la guerra entre la Insurgencia Legendaria (IL) y el Estado que dura
aproximadamente diez años, donde algunos personajes se involucran. Trini, por “chivo expiatorio”; Rey, por venganza; Norma, por buscar a su esposo
desaparecido.
La novela, sin
embargo, evita mencionar directamente la violencia de los años 80, que se
desencadenó en el Perú. No hace ninguna referencia a personajes reales, ya de
agentes del Estado o subversivos. No se menciona a Sendero Luminoso tampoco al
MRTA, sino a IL, que en realidad es una combinación de ambos, como ya veremos.
La novela tampoco
menciona lugares de la realidad real. “Fue así que abandonaron 1971 al
amanecer… El camión… los dejó en un
pueblo llamado 1973”
(45). Y con respecto al personaje Rey se dice que “Es de la ciudad” (383), sin
mencionar el nombre, pero nosotros podemos deducir que se trata de Lima, porque
Cuyo
frente central era el fortificado distrito de Tamoé, en el límite nororiental
de la ciudad, un tugurio de un millón de personas que se extendía a lo largo de
la Carretera Central.
La idea era usar a Tamoé como punto de partida de acciones de sofocamiento de
la ciudad, alentar el caos y vanagloriarse por el caos… Los despeñaderos
cercanos a la Carretera Central
fueron telón de fondo de importante y violentas confrontaciones” (342).
Resulta que en
Lima existe una Carretera Central, que cruza el distrito de Ate Vitarte, que a
su vez alberga a Huaycán y Raucana[1],
que sirvieron “como punto de partida de acciones de sofocamiento” de Lima. Hay
que recordar también que pobladores de Huaycán marcharon hacia palacio el año
1987 con petardos y arengas de filiación senderista y “en Raucana todavía
recuerdan aquel 24 de setiembre de de 1991 cuando 50 ‘senderistas’ del poblado
encapuchados, portando banderas rojas y dinamita, se atrevieron incluso a
cortar la Carretera
Central , uno de las principales vías de acceso a Lima y
finalizaron enzarzándose a tiros con la policía” (El Mundo, 2 de abril de
1995).
Para el caso de
MRTA podemos observar que “Habían excavado un túnel de cuatro cuadras de largo
por debajo de los muros de la cárcel, hasta un vecindario adyacente, donde
salía a la superficie en la sala de una casa alquilada que luego abandonaron”
(234). Pues, resulta que, en julio de 1990, a escasos días del término del gobierno
aprista, cuarenta y siete emerretistas fugaron de un penal de Lima a través de
un túnel.
En cuanto a las
cárceles, los militantes de IL sin armas no le temían a las balas del Estado.
“En ese momento se oyó un disparo, y un hombre se desplomó a tierra: tercera
fila, segundo desde atrás, de modo que muchos de los reclusos no lo vieron
caer” (79). Este era una característica senderista, quienes consideraban que
sus muertes beneficiaba a su movimiento: “La reacción no puede sino aplicar
genocidio pero fortalecerá a la guerra popular” (PCP, 1988a). Así, en junio de
1986 cientos de senderistas se hicieron matar en los penales.
La
enorme superioridad de su armamento era definitiva… Nosotros no teníamos armas
de fuego, no teníamos explosivos, solo lanzas y ballestas, armas rudimentarias…
como una hora contuvieron a los policías. Otros grupos también iban a la
muerte: los que iban al desarme, o sea, los que se lanzaban al arma del
atacante, para quitársela… El número oficial de víctimas en Lurigancho y Santa
Bárbara, resultan 227 cadáveres producidos en menos de 24 horas. Se considera
más abominable lo de Lurigancho, porque no hubo sobrevivientes, pero desde
cierto punto de vista fueron peores en El Frontón (Uceda, 2004: 145-149).
Con respecto a las
peripecias de un sobreviviente[2]
de dicho caso, Castro (1991) ha escrito un cuento, “Ángel de la isla”, sobre el
que el Grupo Nueva Crónica (2008: 54) ha dicho injustamente que “no pasan de
ser producto del aprovechamiento que el autor acostumbra a hacer de la sangre
ajena”.
Sin embargo, el presidente “Gonzalo” al
parecer también “aprovechó de la sangre ajena” dado que nunca estuvo en combate,
que no estaba contemplado en dar el “costo de sangre” que plantea él mismo:
El
19 (de junio) es una fecha que muestra ante nuestro pueblo y el mundo lo que
son capaces de hacer los comunistas firmes y revolucionarios consecuentes,
porque no solamente han muerto comunistas, la mayor parte han sido
revolucionarios… Por eso hemos tomado el 19 como el Día de la Heroicidad… se
nos plantea el problema de la cuota… hay que pagar un costo de guerra, un costo
de sangre, la necesidad del sacrificio de una parte para el triunfo de la
guerra popular (Guzmán, 1988).
Otro tanto más
sobre senderismo. “Dieron órdenes de que todo el pueblo, unas ciento veinte
familias en aquellos días, se reunieran a observar la ejecución. Una joven hizo
el disparo… Era ese último detalle que se le hacía extraño: ¡una mujer!” (211).
En efecto, se dice que las mujeres senderistas eran las encargadas de dar el
tiro de gracia a los ejecutados. Situación que nos recuerda también otro cuento
de Castro (sf): Escarmiento, donde
una mujer interviene en un juicio popular contra otra mujer, acusada de
colaborar con los agentes del Estado. Los encargados de dirigir el juicio, varones,
se compadecen de la acusada por ser madre de familia, pero la mujer subversiva impone
la pena de muerte.
Veamos ahora el
accionar de los agentes del Estado. En la desesperación por destruir a los
insurgentes e infundir miedo en la población no interesa que los inocentes
pasen por culpables. Así en La Luna, una cárcel,
Rey
tenía la certeza de que la mayoría no pertenecía a la IL , sino que formaban parte de
la periferia: estudiantes, jornaleros, y criminales insignificantes que
encajaban con un perfil… Los torturaban, y algunos morían, pero muchos eran
liberados y pasaban a engrosar las filas de quienes se sentían demasiados
enojados o amargados para mantenerse como meros espectadores del conflicto
(275).
Este
es una situación conocida, dado que las cárceles peruanas se llenaron de presos
inocentes. Conocida es la historia del escritor Hildebrando Pérez Huarancca,
quien sin ser senderista es encarcelado como tal. Luego cuando SL atacó la cárcel
tuvo que huir con ellos. Por supuesto que sí se quedaba los agentes de Estado
lo habrían matado, que es lo que hicieron en venganza con algunos que no pudieron
huir. Posteriormente, terminó muerto en combate como senderista.
Los espías al servicio del Estado tampoco
dudan en involucrar en sus informes a inocentes. “Zahir no podía recordar de
qué los había acusado en sus informes – ah, sí: había hecho conjeturas sobre
por qué pasaban tanto tiempo en el bosque-. Se sonrojó al recordarlo: ambos
eran cazadores” (371). Esta situación nos recuerda que en la matanza de Barrios
Altos, el Grupo Colina solo atinó a asesinar a un exsenderista. Las demás
víctimas no estuvieron involucradas con Sendero Luminoso. Resulta que los
senderistas, minutos antes, habían fugado ante la sospecha de una incursión
policial (Uceda, 2004: 247-257).
En cuanto a la
participación de Rey en Insurgencia Legendaria no es por cuestiones
ideológicas. “Era la curiosidad… Luego se dijo que siempre era útil tener un
saludable interés por lo desconocido. En su carrera como científico; en su
vida, si le permitían vivirla. No era el odio que el hombre del traje arrugado
quería que sintiera” (192).
Para Rey, su
relación con la Insurgencia
Legendaria no habría llegado más allá de la curiosidad, si no
fuera porque Trini, un tío suyo, que siendo colaborador del Gobierno, fue
enviado a La Luna. “Se requería un chivo expiatorio. Los responsables querían a
un peón, un hombre soltero sin familia que no armara escándalo” (234).
Los agentes del
Estado no sabían de la existencia de un sobrino de Trini que estaría dispuesto
a ser militante de IL para vengarlo. Así empieza la historia de un intelectual
que se involucra en la guerra no por identificación ideológica, sino porque llegó
de manera violenta arrebatándole a un familiar. Entonces, según la novela, no
queda otro camino que entrar en acción. “Estoy listo, le dijo, y realizó su
primer viaje a la selva, no como científico sino como mensajero” (243).
La participación de
Rey como intelectual dentro de la organización de IL es de suma importancia[3],
ya que estos “nunca llevaban rifles, pues estaban armados con algo mucho más
valioso: información” (265). Y en una guerra vale mucho esto. En ese sentido,
recordemos por ejemplo que al inicio de la década del 80, el Estado actuaba a
ciegas, no conocía las características de Sendero.
Al respecto, en
una entrevista hecha por Jara (2007: 92-99) a un integrante del Grupo Colina,
fue en los 90 donde se toma en serio la sistematización de la información sobre
Sendero Luminoso. Opinión que hay que tomar con mucha cautela, dado que un
Colina pretendería justificar sus acciones delictivas.
En la misma
situación que Rey, se encuentra Norma. Ella se involucra también en la
violencia por buscar a su esposo. Cuando llega la lista de desaparecidos a
Radio Ciudad Perdida no sabe qué hacer. “O la destruyo o se la entregamos a la
policía. Esta lista; podrían ser colaboracionistas, simpatizantes” (154). El
temor es porque otro personaje, Yerevan, ya había sido asesinado por los
Agentes del Estado dado que utilizaba la radio para los fines de la subversión.
“Algunas de las personas que llamaban a su programa transmitían mensajes en
clave” (259).
Sin embargo, a
pesar del peligro, Norma decide leer la lista de desaparecidos. No lo hace por
acercamiento a IL, sino por la desaparición de su esposo Rey. Hace uso de lo
único que tiene a la mano para enfrentarse al Estado: la radio. Aunque en la
novela no se sabe si esa valentía sirve de algo o si también llega a sumar la
lista de desaparecidos su nombre.
Al respecto, no
hay que olvidar que varios periodistas fueron asesinados[4]
por agentes del Estado durante la violencia política: Melissa Alfaro, Hugo Bustíos,
Jaime Ayala, Luis Morales, Pedro Yauri son los casos que más resaltaron. Incluso
el Canal 11 de Puno sufrió un atentado con explosivos en 1996.
[1] El caso de Huaycán y Raucana ha sido estudiada por la CVR (2003, Tomo
5: 417-464)
[2] Al estar cara a cara con
la muerte le cambia la idea sobre la guerra al sobreviviente de la matanza: “Yo
resucité convencido de que la vida es lo más importante. Después de lo que
viví, no podría apoyar la violencia en ninguna de las circunstancias” (Uceda,
2004: 154).
[3] Al respecto Mao (1976: 311) dice “sin la participación de los
intelectuales es imposible la victoria de la revolución”.
[4] La CVR (2003,
T 3: 489-549) tiene un amplio informe sobre los atentados
contra periodistas en pleno conflicto.
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