Su narrativa está compuesta por El mundo sin Xochilt (2001), Poderes
secretos (1995), Babel, el paraíso
(1993), Hombres de caminos (1988), La violencia del tiempo (1991), Confesiones de Tamara Fiol (2009), Una pasión latina (2010).
Confesiones de
Tamara Fiol. Morgan Scott Batres, un cronista de
guerra free lance, mientras hacía un
reportaje sobre las mujeres de Sendero, se entera de la existencia de Tamara
Fiol, una exmilitante comunista, no senderista. Entonces es atraído por una
historia que le parece más fascinante que la guerra y sus atrocidades. Es la
historia de una mujer que viene de un abuelo anarquista y un padre aprista, con
quien se pelea cuando se entera de que tenía una amante. Deja la casa de sus
padres y, ya en la universidad, abraza poco a poco el marxismo, para luego
renunciar por amor.
Es una novela sobre
la historia de una excomunista, sin embargo, podemos encontrar algunas escenas
de la violencia política que sirven para reflexionar sobre dicho tema.
Con respecto a la
escritura de una novela sobre la violencia, MG ha dicho
que
no sea apología ni condena ni gratuito (y, a veces, degradado) entretenimiento,
sino una exploración honrada, estética y humana, sobre un proceso tan
desmesurado y traumatizante, que, incluso, puede exceder la capacidad de
comprensión del propio novelista como individuo (Gutiérrez, 2007: 277)
No lo hizo de
manera directa en esta novela ni en otras, a pesar de que
se
encuentra en una posición privilegiada para abordar el tema de Sendero
Luminoso. Conoce bien las vicisitudes de la izquierda peruana, sus escisiones,
sus pugnas, sus posiciones ideológicas confrontadas, que culminaron hace
algunos años, en la formación del ala pekinesa dura, el maoísmo, en Bandera y
Patria Roja, en fin, en Sendero Luminoso (Sánchez, 2009:109).
Posición
privilegiada del cual se ha dicho mucho, sobre todo cuando se reeditó
nuevamente La generación del 50: un mundo
dividido. Sus detractores esperaban una autoflagelación por haber
considerado, en la primera versión del libro, a Abimael Guzmán como un
intelectual de la Generación del 50: “un hombre de inteligencia superior”
(Gutiérrez, 2008: 348), pero, para el fiasco de quienes querían ver a MG
cargando una pesada cruz “La presente edición reproduce escrupulosamente la
versión original” (Gutiérrez, 2008: 28).
Esa “posición
privilegiada”, es decir, el conocimiento sobre la historia y la literaria de la
violencia hizo que incluyera en su novela la caracterización de las mujeres
senderistas en prisión.
De ellas se ha
dicho que se volvían insensibles, que no les temblaba el pulso al momento de
dar el tiro de gracia en las ejecuciones, ni un poco de remordimiento. En la
novela, los “Comandos de aniquilamiento de Sendero Luminoso dirigido por
mujeres” (217), también son descritas así: “Como si no supieran reír. Eran
demasiado duras. Cerradas. Planas. Casi no humanas” (181), a tal punto que una
de ellas no duda en aniquilar, ella misma, en un juicio popular a su propio
tío, quien la había visto crecer de cerca.
La
camarada no había sucumbido a la piedad e incluso no permitió que el
responsable político del destacamento (ella era el mando militar) ejecutara al
condenado, ya que, sostuvo, era deber suyo y solo suyo cumplir con la justicia
del partido (385).
Sin embargo, ese
es un aspecto de la vida de ellas. Una integrante del grupo armado que purga
condena en la cárcel dice
Los
militantes del partido eran revolucionarios dispuestos a entregar sus vidas por
la revolución, pero no eran ni santos ni ascetas ni habían hecho votos de
castidad y, aunque la podrida prensa reaccionaria afirmara lo contrario, ellas
(ya para hablar del caso de las mujeres comunistas) amaban la vida y
disfrutaban como cualquier humano de la fiesta y de la alegría (225).
Morgan pretende
explorar más sobre el aspecto personal e individual de ellas, pero le es
difícil hacerlo; uno, porque ellas mismas no quieren hablar mucho sobre el
tema; dos, porque se deja seducir por las historias de Tamara. Y esa seducción
hace que la “Las mujeres en Sendero son una especie de novela marginal en la
novela Confesiones de Tamara Fiol de
Miguel Gutiérrez. Aún se espera que les den la palabra” (Sánchez, 2009).
Queda en el
tintero escribir sobre “las mujeres que habían asesinado y cometido actos de
terror, pero que también habían muerto en combates francos o fueron torturadas
y asesinadas al caer prisioneras” (224), también cuando fueron tratadas como
botín de guerra. Aquí hay harto material para los novelistas.
A Morgan le
pareció más fascinante contar la historia de Tamara Fiol, quien mientras de día
era una combativa militante comunista, de noche hacía de las suyas en los bares
y hostales, incluso llegando a hacer el papel de prostituta en una oportunidad.
Otro personaje que
acompaña a Tamara en esas aventuras es Arancibia, quien representa a esos seres
sedientos de poder y que logra sus propósitos a través del engaño y la
traición.
El poder político,
para este personaje, no representa de ningún modo un acto de servicio o
preocupación por la sociedad. “Yo quería el poder. El poder personal y, de
paso, el poder también para el pueblo” (360). El poder del pueblo supeditado al
poder personal. Poder que debe brillar como una única luz, porque cuando
alguien pretende opacar esa luz, inmediatamente busca destruirlo. “Odias al
niño, al joven o al hombre maduro que sientes superior a ti, física y
moralmente” (376). Esa actitud lo lleva a ser expulsado de varios grupos
políticos.
Arancibia ha
militado en el Apra, en el troskismo y en el PCP. De este último es expulsado
porque “apuntaba a la liquidación del partido (y) aspiraba a mantener el viejo
orden” (372). Ante esta situación opta por convertirse en enemigo de todo lo
que se pinte de marxismo. “Pronto me convertiré en otro Ravínez. Pero te
prometo que seré un Ravínez más feroz y eficiente” (392).
A partir de su
expulsión se refugia en las instituciones estatales para continuar en sus
andanzas por la conquista del poder. Esta vez tiene logros, pues se convierte
en un personaje público importante, incluso en pieza clave de la lucha contra
Sendero. “He escrito decenas de artículos condenándolos. Todos saben que vengo
propugnando una nueva ley antiterrorista. Pena de muerte. Juicios sumarios con
jueces sin rostro” (404).
Polémico personaje
que es capaz de hacer lo que sea por tener el poder: “los militares me adoran.
Acabo de salvarles el pellejo donándoles un material quemante. Así que podrán
seguir durmiendo tranquilos” (401). Militares que pactan con este personaje que
tiene una trayectoria de abogado defensor de narcotraficantes, además de un
“poderoso rector mafioso de la universidad privada de la que terminó
apoderándose” (331).
Arancibia es a
todas luces una historia real reciente: una mezcla de Montesinos y Fujimori, de
quienes algunos hacen su héroe. En la ficción, a Arancibia, y en la realidad a
estos, les fue bien durante un tiempo: poder económico y social, sin embargo, Arancibia
termina huyendo, luego muerto a tiros. Los otros dos también terminan huyendo,
aunque no fueron muertos a tiros, pero terminaron en la cárcel.
Sin embargo, este
personaje, Arancibia, es el héroe de Tamara Fiol. Ha vivido y bebido con él. Le
ha seguido en todos sus arrebatos. Ha dejado la política por él. Para Tamara,
Arancibia es un personaje fascinante. No lo dice, tampoco Morgan. Pero está
pintado así.
La violencia
política de la década del 80, en la novela, es una historia secundaria. Apenas si
se menciona en el itinerario de Morgan: los apagones, cochebombas, las rondas
campesinas que se conforman bajo presión del Estado, los enfrentamientos
feroces entre Sendero y el Ejército, “Así actuaban siempre los militares y
también los terrucos. Tú me matas a uno de mis hombres. Yo te mato a dos”
(252).
La vida aventurera
de Tamara impide abordar en toda su dimensión el tema de la violencia política.
Sin embargo, en ese recorrido podemos apreciar la historia de los partidos de
tendencia socialista, que se enfrascan en largas discusiones y luchas: los
troskistas versus los estalinistas, los pekineses versus los moscovitas. Una
lucha de puñetazos e insultos. Esas luchas entre ellos, según la novela, se
convierte en violencia contra el Estado: “Por fin, después de tantos años de
discusiones inútiles, un partido en el Perú se atrevió a iniciar y desarrollar
la lucha armada en una forma que ha comprometido al país entero” (394).
En ese plano, ¿qué
es lo que ocurrió realmente fuera de la novela? Se parece, en cuanto a los
enfrentamientos y discusiones entre POR, POR-T, FIR, MIR, PCP, PC Unidad, VER y
toda la combinación posible del abecedario. Luego, la incursión de SL.
Sin embargo, la
violencia no es nueva en el Perú. “Es falso afirmar que el PCP, Sendero
Luminoso, ha iniciado la violencia” (Gutiérrez, 2008: 330). El APRA sabe en
carne propia de esta situación: “la masacre que propició Sánchez Cerro contra el
partido y el pueblo trujillano” (128). Esto en la novela, porque también es
parte de la historia de ese partido, hecho que ha sido contado Guillermo
Thorndike, con lujo de detalles en su libro no ficcional El año de la barbarie. Eso, claro está, es parte del pasado y solo
del pasado, porque ahora sus integrantes “ya no son sospechosos de subvertir el
orden. Levantan suspicacias de índole moral y hasta delictiva” (Quehacer 175: 7).
Tamara Fiol milita
en el PCP. Tiene una larga trayectoria de trabajo partidario. Es una mujer
valiente que no huye de la pelea “con la policía y con la bufalería en los
mítines” (26). Se ha nutrido de lecturas marxistas y se ha fogueado en los
debates y las luchas, sin embargo, su accionar fuera del partido no se
encuentra dentro de los planteamientos de su partido, por eso sus detractores
la critican despiadadamente. “Una zorra. Una golfa. Una mujerzuela” (409). Es una
mujer que gusta explorar todos los placeres. Tiene relaciones sexuales por dinero,
una sola vez; también en un prostíbulo “los clientes se peleaban por sacarme a
bailar” (305). Ha descubierto el mundo del sexo y la bohemia en un contexto
donde para la mujer están vedadas ambas cosas, peor aún si pertenece a un
partido de tipo marxista.
Recuerdo
que una vez… pronuncié… tímidamente la palabra fellatio. ‘¿Fellatio?
–intervino de inmediato Queca Luzurriaga-. ¿Fellatio, monada? ¡Di chupar! ¡Di
mamar! ¡Estas son las palabras verdaderas y ricas!’… Fue mi maestra en muchas
cosas. Claro, tuve otros maestros. Tuve un maestro” (78).
Tamara, como buena
discípula, se sumerge rápidamente en el mundo de la bohemia, a tal punto que
“la pasión amorosa de una luchadora y mujer de moral superior… sucumbe al poder
erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia” (221).
Finalmente, ella
misma considera que existe una incongruencia entre su verbo y su accionar, entonces
ya no le queda sino el camino de la renuncia al PCP porque “era una burguesa
decadente. Irredimible. Que no era digna de pertenecer a un partido que quería
cambiar el mundo y la vida” (408).
Ella elige la
renuncia a la expulsión. En ese sentido es honesta, porque encuentra que su
discurso de militante comunista y sus acciones no compatibilizan. Incluso Tamara
en esa honestidad sobre su militancia comunista, luego de años, alejada del
partido, pondrá en tela de juicio todo lo relacionado con el comunismo. “¿Qué
significa que con el advenimiento del comunismo termina la prehistoria de la
humanidad y empieza la historia propiamente humana? ¿La historia reciente del
mundo no ha traído por tierra esta profecía?” (86).
Ese es la historia
de Tamara que el cronista Morgan ha preferido a la historia de la violencia
política.
Una pasión
latina. En Confesiones
de Tamara Fiol, Morgan, quien tenía la intención de documentarse sobre un
aspecto de la violencia política, termina interesándose por la vida de Tamara. Lo
mismo sucede en Una pasión latina, porque
Artimidoro Correa, personaje narrador, es un crítico literario que, en los años
60,
aceptó
pasar a la condición de ‘amigo’ del partido comunista de filiación maoísta cuyo
órgano de prensa se llamaba Bandera Roja,
en el interior del comité regional de Ayacucho de esa organización se llevaba a
cabo una feroz lucha, en la que, años después de expulsiones y depuraciones,
saldría triunfante ‘la facción roja’ (así la llamaban sus partidarios) que
daría nacimiento al PCP Sendero Luminoso (145).
Correa es un
conocedor sobre las luchas internas de la izquierda peruana, por lectura y
experiencia, por lo que “estaba en posesión de algunos datos y pormenores que
podrían contribuir a la historia del movimiento (Sendero Luminoso), pero
decidió no hacerlo porque el único protagonista de este relato debía ser
Nolasco Vílchez Temoche” (147). En ese sentido, Correa se parece mucho a Morgan
de Confesiones de Tamara Fiol, quien
ya había publicado un reportaje sobre la violencia política: ambos conocen el
tema y están en la capacidad de escribir sobre ella, pero se inclinan por las
historias de Nolasco Vílchez y Tamara Fiol, respectivamente.
Nolasco Vílchez,
como personaje, tiene algunos rasgos de Tamara Fiol. Es su versión masculina.
Tamara es una izquierdista radical que se trompea con la bufalería aprista y la
policía; Vílchez también viene de la izquierda, que “de no ser por las argollas
dentro de las agrupaciones de izquierda, él habría viajado a recibir
entrenamiento en Cuba y quizá habría muerto con Heraud” (68). Tamara abandona
el su militancia por Arancibia. Vílchez, por Karen Spiedel. Tamara disfruta su
sexualidad y la vida bohemia en su máximo esplendor con Arancibia. Vílchez, con
Karen: “La desvergonzada sabiduría de las que hacía gala Karen terminaron por
arrastrarlo por el torrente de una sensorialidad liberada” (113).
Pero ¿quién es esa
mujer de nombre Karen que tiene la capacidad de “arrastrar” a Vílchez? Resulta que
ella es una agente de la CIA destacada en Perú, quien se encarga de convertir
la vida de este personaje en algo fascinante, como para atrapar a Correa.
Vílchez es “un
personaje turbio, de conciencia torturada. Como diría Fuentes, es el típico
hijo de puta latinoamericano producto de una violación olvidada” (262). Su
padre es “El blanquito adolescente, (que) ultraja a la sirvienta de la casa con
un polvo urgente, veloz y sin memoria, la preña desde luego” (22).
Condición que es aprovechada
por Karen para convertirlo en un colaborador de la CIA. Sin embargo, solo es un
subordinado de ella, porque Vílchez no tiene ningún contacto directo con la
agencia. Su único nexo es ella. En esas circunstancias realiza acciones de
espionaje en Ayacucho a finales de los años 60.
Para él ella es su
benefactora, su salvación. Así de un hombre marginado por su procedencia, se
convierte en el centro de las miradas por ser la pareja de la gringa Karen. Es
su forma de venganza contra la sociedad peruana que lo marginó por mucho tiempo.
Luego cuando ya reside en EEUU, la vida le sonríe al lado de su esposa. Es un
inmigrante latino que ha logrado escalar. A través de ella ha blanqueado su
piel. A diferencia del cuento “Alienación” de Ribeyro, donde Boby se convierte
en otro (se blanquea), a través de la ropa, el peinado y el talco, Vílchez lo
consigue al hacerse de una esposa gringa y ser informante de la CIA. Niega su
condición de “bastardo (e) indio” (257) a través de Karen y el servicio secreto
de una superpotencia.
Sin embargo, la
vida no le sonríe por mucho tiempo. Él se entera, después de años de
convivencia, que su esposa le ha sido infiel y que los informes sobre él,
enviados a la CIA, eran negativos: “se creería un gran agente secreto, cuando
no pasaba de ser un triste soplón” (264). Estos hechos hacen que él termine
asesinando a Karen.
Así, su razón de
ser: blanco, ya no tiene asidero. El otro al que se había convertido deja de
serlo. Regresa a su estado original. Nuevamente a ser el “indio y bastardo”.
Ese es la tragedia de Vílchez. Y eso es lo fascinante para Artimidoro Correa.
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