jueves, 16 de febrero de 2012

De lo que la palabra intelectual, descontextualizada, puede ocasionar


El escritor Rafael Inocente ha sido acusado de pro senderista, porque en una entrevista que le hice hace años había dicho que “Guzmán es un intelectual”. Cita descontextualizada por cierto porque sus detractores omitieron, supongo que a propósito, lo que seguía: “equivocado y… arrugón”. Y no creo que los pro senderistas hayan festejado tal afirmación. Todo lo contrario, lo habrán detestado, porque el término equivocado implica que sus planteamientos no son acertados (es necesario la redundancia en este caso), que no sirven, y arrugón significa cobarde.

Tal acusación tiene el único fin de fastidiarlo, destruirlo. Por cuestiones laborales, por piconería, que ha dado como resultado que algunos burócratas despidan a Rafael.

Ese hecho me recuerda: el caso de Federico García, cineasta, que fue despedido del Centro Cultural de la UNMSM por asistir a la presentación pública (si es público, cualquiera puede asistir) de un libro de Abimael Guzmán, sentenciado a cadena perpetua.

Este hecho me hace recordar que Gustavo Gorriti en su libro Sendero ha escrito que “Guzmán fue un estratega superior al otro (Che Guevara)”. Supongo que los detractores de Inocente no leyeron a Gorriti, porque sino también lo acusarían de pro senderista, porque, oh, dice que Guzmán es estratega superior. ¡Cuidad, Gorriti!

Sin embargo, ningún personaje del gobierno, se pronunció cuando su ministro (Valdez) dijo que admiraba el pragmatismo de Alberto Fujimori. No dijo que AF era pragmático, sino que admiraba ese pragmatismo. ¿Qué aspecto de su pragmatismo? Quizá la del 5 de abril de 92, o la de amnistía apresurada para sus secuaces de Colina, o el referéndum con fraude, o los delitos de lesa humanidad por el que está preso, tal vez los millones de soles que se embolsilló.

Evaluación escolar: una mentira sincera




Cuando se llega a fin de año, las libretas de calificaciones de los escolares se tiñen de rojo y azul. Si el azul prevalece, entonces el estudiante es promovido de grado; pero si el rojo se impone, el estudiante reprueba el grado. En la práctica, lo que debiera ser una cuestión de apreciación, balance y análisis resulta siendo una cuestión de suma, división, y de colores.

Este hecho de suma y división se puede convertir en un “acto tramposo”, en una sociedad donde el capital, el mercado, la plata, en resumen, son prioritarias; y no la formación integral.

Resulta que muchos colegios de gestión privada aprueban a todos sus estudiantes. No es que la institución educativa, los docentes y la práctica educativa sean excelentes. Sino que el sistema de evaluación ha sido construido para aprobar a todos, sí o sí. La fórmula de suma y división ha sido diseñada para cumplir ese objetivo.

Con respecto a esto, todos sabemos que en un colegio de gestión pública los números de las libretas de información son de color rojo o azul. Los rojos son de 0 a 10. Los azules de 11 a 20. El rojo indica desaprobado. El azul, aprobado. Y cuatro asignaturas en rojo el estudiante repite el grado. Un año más de lo mismo.

Esto no sucede en los colegios de gestión privada. Porque simplemente no resultaría llamativo un colegio donde tus hijos se desaprueban. Porque si uno paga es para que el resultado sea positivo: que no repita de grado o lleve asignaturas a cargo. Yo pago, luego mi hijo debe ser promovido de grado y con buenas notas. Con ese resultado, los padres felices, el dueño del colegio feliz porque su cliente no se irá, el docente feliz porque lo volverán a contratar: todos felices.

Pero en ¿qué consiste ese “acto tramposo”? Simple: en muchos colegios privados, el docente, los estudiantes y los padres “saben” que la nota mínima aprobatoria es 14, por ejemplo, dependiendo de los promotores. Pero, al mismo tiempo, “saben” que cuando las notas resulten 11, 12 o 13 y sean visadas por las entidades estatales correspondientes, la Ugel, serán consideradas notas aprobatorias. Slavoj Žižek llama a este tipo de situaciones una mentira sincera, en realidad, una gran mentira sincera.

Para esta gran mentira sincera, la nota 11, 12, y 13 significan que el escolar ha desaprobado en ese espacio concreto que es su colegio, pero que fuera de ella ha aprobado. O sea, los colegios de gestión privada han construido una realidad alterna: simbólica y ficcional, que funciona muy bien dentro de esta sociedad en la que vivimos. Porque incluso puede suceder que un estudiante tenga cinco asignaturas con nota 12, que según esta realidad simbólica debería repetir el grado, pero que para la realidad no simbólica, este mismo estudiante sería promovido. Pero es ahí donde la gran mentira sincera funciona a la perfección porque el escolar “repitente”, simplemente no repite de grado. En la realidad simbólica es promovido, al igual como en la realidad no simbólica.

Está fórmula lógico matemática también tiene su variante. Al docente, le dan una orden: “Aquí los estudiantes deben tener altas notas, no se les puede jalar”. Entonces, en esa realidad simbólica los docentes, padres de familia y docentes saben que todos los estudiantes deben tener notas altas: más de 14.

Esto sucede en la educación peruana, donde los que no tienen la posibilidad económica de construirse su realidad simbólica continúan con la idea de que el 11 es el 11, que el 10 es el 10, a diferencia del otro que sabe que su 12 es un 10 en un lado, pero de manera simbólica, porque que el sistema educativo le acepta como un 12. Total, vivimos en una sociedad donde uno puede hacer lo que se le venga en gana si es que se tiene plata.