La
huelga de maestros está, sin lugar a dudas, justificada: con una remuneración
de 1014 soles (líquido) no se puede vivir bien. Es una huelga que se viene
postergando por años, porque esos benditos (malditos) mil soles y un poquito
más no alcanza para parar la olla y no ahora, sino desde hace mucho tiempo. Por
eso es que muchos maestros tienen la necesidad de trabajar en otros colegios o
en todo caso dedicarse a otros oficios. Ya no les alcanza el tiempo ni para
hacer una huelga.
A
este problema hay que agregar que ahora los maestros tienen hasta tres gremios:
Conare, influenciado por Movadef, Conare Junín–Huancavelica (de donde proviene
Huaynalaya), Sutep-Patria Roja. El primero, en huelga desde 20 de junio. El
segundo, desde 15 de agosto. El último iniciará el 5 de setiembre. Una
competencia entre los tres para demostrar quién es el más poderoso. Y los tres se
autodefinen como el Sutep verdadero. Ah, y un cuarto grupo, que no es un grupo
en realidad: quienes están descontentos de cómo se maneja la huelga, justa y
necesaria.
Y
mientras sucede esto el gobierno nacionalista sigue en sus trece por imponer
una ley, calco y copia del gobierno anterior. Dizque para mejorar la calidad
educativa. ¿En realidad le interesa mejorar la educación? No lo creo. Qué les
va a interesar la educación pública si quienes dicen estar preocupados por los
resultados del PISA mandan a sus hijos a estudiar al extranjero o a un colegio
de gestión privada (con pensiones superiores al sueldo de un maestro de
colegio estatal), donde no se juntan con la chusma.
Así,
la condición del maestro peruano se convierte en un viacrucis: sueldos de
hambre, Sutep dividido y en competencia, políticos que insultan a los maestros
(Kenji y Alan son los especialistas), una prensa que hostiga a los huelguistas.
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