domingo, 1 de enero de 2017

Conversación en La Catedral: Utopía arcaica de la “gente decente” del odriismo



Santiago Zavala (Zavalita) es un burgués que no quiere ser burgués, que detesta la dictadura de Odría y a su propio padre por apoyar dicha dictadura, hasta el extremo de rechazar la herencia cuando este muere. Rompe en lo absoluto con su ascendencia para no ser parte de ese mundo caótico, corrupto y maloliente que había construido la dictadura, apoyada por los grandes empresarios, entre los que se encuentran Fermín Zavala, el padre de Santiago, y el senador Landa. La única forma de no contaminarse con ese cáncer social es dejar la casa paternal y vivir de su propio trabajo como periodista y tener una nueva vida, donde las comodidades económicas ya no van más, por elección.
Zavalita se rebela contra todo lo que signifique burguesía, del cual es parte por extracción. Eso incluye la universidad donde deben estudiar los de su clase: Católica; él prefiere San Marcos, porque “ya no tendré que juntarme con gente decente nunca más” (76). Y una vez que entra a San Marcos, “un nido de subversivos” (70), se hace simpatizante del Partido Comunista, que luchaba en condiciones duras contra la dictadura, y forman la Organización Cahuide. Sin embargo, cuando llega el momento de inscribirse en el partido, a través de dicha organización, él declina. Su procedencia burguesa no se lo permite. De heredero de uno de los apellidos más poderosos del Perú a convertirse en comunista con carné, habría sido trágico para él. Porque si se inscribía “Habrías vivido mal, Zavalita… en vez de editoriales en La Crónica contra los perros rabiosos escribirías en las paginitas mal impresas de ‘Unidad’… o en las peor impresas de Bandera Roja, contra el revisionismo soviético y los traidores de Unidad…” (136). Su rebeldía tiene un límite. No puede ir más allá de eso. A pesar de odiar la dictadura y reclamarle a su padre sobre su condición de amigo del dictador, su actitud no es una cuestión político ideológico, sino resulta siendo una simple pataleta de niño engreído: “es que soy un poco loco” (77). Esa pataleta de Zavalita nos permite observar diversos acontecimientos de la dictadura de Odría, de sus fechorías, de los pactos para continuar en el poder.
La dictadura de Odría se sustenta en la alianza con el empresariado, representados por Zavala y el senador Landa, sin la cual no podría gobernar. Dictadura que es apoyada incluso por EEU, pero por cuestiones formales para el discurso democrático de la opinión internacional (solo en el discurso, porque en la práctica les gusta Odría), se plantea elecciones democráticas (con fraude).

- Todo es cuestión de empréstitos y de créditos –dijo don Fermín-. Los Estados Unidos están dispuestos a ayudar a un gobierno de orden, por eso apoyaron la revolución. Ahora quieren elecciones y hay que darles el gusto.
- Los gringos son formalistas, hay que entenderlos –dijo Emilio Arévalo-. Están felices con el general y solo piden que se guarden las formas democráticas. Odría electo y nos abrirán los brazos y nos darán los créditos que hagan falta (126).

Sin embargo, luego de las elecciones, vienen las discrepancias. Quienes le pusieron en el poder pretenden sacarlo, porque finalmente el poder es de los empresarios. Es decir, Odría está en el poder de manera circunstancial, solo porque los dueños del Perú así lo quisieron.

- No quieren que cambie de política, harán la misma cosa cuando tomen el poder –dijo él-. Quieren que se largue (Odría) Lo llamaron para que limpiara la casa de cucarachas. Ya lo hizo y ahora quieren que les devuelva la casa, que después de todo, es suya, ¿no? (364).

La arremetida del empresariado es contundente contra la dictadura a través de mítines y marchas. Odría se hace impopular. No tiene apoyo del pueblo. Empiezan las barricadas pidiendo elecciones, entre ellos la renuncia de Cayo Bermúdez, ministro de Gobierno.

- (…) En el Teatro de Arequipa. La coalición estaba haciendo un mitin y los odriistas se metieron y hubo una pelea y la policía tiró bombas. Salió en La Prensa, señor Santiago. Muertos y heridos (275).

- (…) ¿Oyeron las noticias? Gabinete militar, por los líos de Arequipa. Los arequipeños lo sacaron a Bermúdez. Esto es el fin de Odría (288).

Dicha situación nos recuerda a Pedro Beltrán, empresario que apoyó la dictadura en la realidad real, en sus primeros años, luego fomentó un fallido golpe de estado con el general Noriega, que le costó un destierro al militar en 1954. Dos años después Odría también ordena la prisión de Beltrán. En la realidad ficcional, Landa sufre prisión domiciliaria, pero negocia las cuestiones políticas a través del teléfono con Cayo Bermúdez.

- A un amigo no se lo tiene detenido –dijo landa-. ¿Por qué está rodeada mi casa? ¿Por qué no se me deja salir? ¿Y las promesas de Lora al embajador? ¿No tiene palabra el canciller?
- Está corriendo rumores en el extranjero sobre lo ocurrido y queremos desmentirlos –dijo-. Supongo que Zavala estará con usted y que ya le habrá explicado que todo depende de usted. Dígame cuáles son sus condiciones, senador.
- Libertad incondicional para todos mis amigos –dijo Landa-. Promesa formal de que no serán molestados ni despedidos de los cargos que ocupen.
- Con la condición de que ingresen al Partido Restaurador los que no están inscritos –dijo él-. Ya ve, no queremos una reconciliación aparente, sino real (374).

Esta condición no es de un rendido, sino de uno que sabe que ha perdido una pequeña batalla, no la guerra y que puede poner condiciones. Así también sucede con Zavala, quien niega su filiación golpista, pero amenaza, dejando en claro que lo que manda en política es el dinero.

Si yo me hubiera puesto a conspirar de veras las cosas no habrían ido tan mal… Si Landa y yo hubiéramos sido los autores de esto, las guarniciones comprometidas no hubieran sido cuatro sino diez… Con diez millones de soles no  hay golpe de Estado que falle en el Perú” (358).

Pero ¿quién es ese personaje llamado Cayo Bermúdez con tanto poder de negociación? En la realidad real, lo encontramos como ministro de Estado de la dictadura odriista, Esparza Zañartu, personaje siniestro, que fue el artífice de las persecuciones, deportaciones y asesinatos. Las dos realidades coinciden en señalar que el hombre de confianza de Odría es reclutado por el general Zenón Noriega (Espina, en la ficción), compañero de estudios en el colegio.

- Vaya haciendo sus maletas –dijo el teniente, jovialmente-, me lo llevo a Lima…
- ¿A Lima? –dijo despacio, las pupilas sin luz-. ¿Quién me necesita a mí en Lima?
- Nada menos que el coronel Espina –dijo el teniente, con una vocecita triunfal-. El ministro de gobierno nada menos (51)

- Odría necesita hombres de confianza (…) Estábamos barajando nombres para la Dirección de Gobierno y el tuyo se me vino a la boca y lo solté. ¿Hice una estupidez? (…) Un cargo oscuro pero importante para la seguridad del régimen –añadió el coronel-. ¿Hice una estupidez? Ahí necesitas a alguien que sea como tu otro yo, me advirtieron, tu brazo derecho. Y tu nombre se me vino a la boca y lo solté (…).
- Ya veo que tienes confianza en tu viejo condiscípulo –dijo al fin Bermúdez (58-59).

Una vez instalado en las sombras del poder odriista, Cayo Bermúdez (o Zañartu en la realidad real) se dedica a la corruptela, a través de lo que ahora conocemos como el diezmo.
               
- Respecto al contrato, señor Bermúdez –parece que estuvieras aguantándote la caca, eunuco-, ¿en las mismas condiciones que el año pasado? Me refiero a, es decir.
- ¿A mis servicios? –dijo él, y vio la turbación, la incomodidad, la sonrisa difícil de Tallio; se rascó la barbilla y añadió, modestamente-: Esta vez no le van a costar el diez por ciento sino el veinte por ciento, amigo Tallio (222).
           
Esta dictadura plagada de corrupción finalmente hace un pacto con la clase política en la realidad real: el Pacto de Monterrico (Odría-Haya-Prado). Este pacto, entre otras cosas, establecía no investigar la corrupción de la dictadura. En la ficción, lo encontramos cuando no se permite publicar una notica donde Cayo es sospechoso de un asesinato.

- ¿Fue o no fue querida de ese pendejo (Cayo) –dijo Becerrita-. Y si lo fue y el pendejo ya ni está en el gobierno y ni siquiera en el país ¿por qué no se puede decir?
- Porque al directorio le da en los huevos que no se pueda decir, mi señor –dijo Ariste (321).

Sin embargo, el asesino es Ambrosio, chofer y amante de Fermín Zavala, quien la asesina porque la víctima sabía de su homosexualidad y chantajeaba al empresario.

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Vargas Llosa, Mario (1996). Conversación en La Catedral. Lima: PEISA.