Santiago Zavala
(Zavalita) es un burgués que no quiere ser burgués, que detesta la dictadura de
Odría y a su propio padre por apoyar dicha dictadura, hasta el extremo de rechazar
la herencia cuando este muere. Rompe en lo absoluto con su ascendencia para no
ser parte de ese mundo caótico, corrupto y maloliente que había construido la
dictadura, apoyada por los grandes empresarios, entre los que se encuentran
Fermín Zavala, el padre de Santiago, y el senador Landa. La única forma de no
contaminarse con ese cáncer social es dejar la casa paternal y vivir de su
propio trabajo como periodista y tener una nueva vida, donde las comodidades
económicas ya no van más, por elección.
Zavalita se rebela contra todo lo que signifique burguesía, del cual es
parte por extracción. Eso incluye la universidad donde deben estudiar los de su
clase: Católica; él prefiere San Marcos, porque “ya no tendré que juntarme con
gente decente nunca más” (76). Y una vez que entra a San Marcos, “un nido de
subversivos” (70), se hace simpatizante del Partido Comunista, que luchaba en
condiciones duras contra la dictadura, y forman la Organización Cahuide. Sin
embargo, cuando llega el momento de inscribirse en el partido, a través de dicha
organización, él declina. Su procedencia burguesa no se lo permite. De heredero
de uno de los apellidos más poderosos del Perú a convertirse en comunista con
carné, habría sido trágico para él. Porque si se inscribía “Habrías vivido mal,
Zavalita… en vez de editoriales en La
Crónica contra los perros rabiosos escribirías en las paginitas mal
impresas de ‘Unidad’… o en las peor impresas de Bandera Roja, contra el revisionismo soviético y los traidores de Unidad…” (136). Su rebeldía tiene un
límite. No puede ir más allá de eso. A pesar de odiar la dictadura y reclamarle
a su padre sobre su condición de amigo del dictador, su actitud no es una
cuestión político ideológico, sino resulta siendo una simple pataleta de niño
engreído: “es que soy un poco loco” (77). Esa pataleta de Zavalita nos permite
observar diversos acontecimientos de la dictadura de Odría, de sus fechorías,
de los pactos para continuar en el poder.
La dictadura de Odría se sustenta en la alianza con el empresariado,
representados por Zavala y el senador Landa, sin la cual no podría gobernar. Dictadura
que es apoyada incluso por EEU, pero por cuestiones formales para el discurso
democrático de la opinión internacional (solo en el discurso, porque en la
práctica les gusta Odría), se plantea elecciones democráticas (con fraude).
- Todo es cuestión de empréstitos y de
créditos –dijo don Fermín-. Los Estados Unidos están dispuestos a ayudar a un
gobierno de orden, por eso apoyaron la revolución. Ahora quieren elecciones y
hay que darles el gusto.
- Los gringos son formalistas, hay que entenderlos
–dijo Emilio Arévalo-. Están felices con el general y solo piden que se guarden
las formas democráticas. Odría electo y nos abrirán los brazos y nos darán los
créditos que hagan falta (126).
Sin embargo, luego de las elecciones, vienen las discrepancias. Quienes
le pusieron en el poder pretenden sacarlo, porque finalmente el poder es de los
empresarios. Es decir, Odría está en el poder de manera circunstancial, solo
porque los dueños del Perú así lo quisieron.
- No quieren que cambie de política, harán la misma
cosa cuando tomen el poder –dijo él-. Quieren que se largue (Odría) Lo llamaron
para que limpiara la casa de cucarachas. Ya lo hizo y ahora quieren que les
devuelva la casa, que después de todo, es suya, ¿no? (364).
La arremetida del
empresariado es contundente contra la dictadura a través de mítines y marchas. Odría
se hace impopular. No tiene apoyo del pueblo. Empiezan las barricadas pidiendo
elecciones, entre ellos la renuncia de Cayo Bermúdez, ministro de Gobierno.
- (…) En el Teatro de Arequipa. La coalición
estaba haciendo un mitin y los odriistas se metieron y hubo una pelea y la
policía tiró bombas. Salió en La Prensa, señor Santiago. Muertos y heridos (275).
- (…) ¿Oyeron las noticias? Gabinete militar,
por los líos de Arequipa. Los arequipeños lo sacaron a
Bermúdez. Esto es el fin de Odría (288).
Dicha situación nos
recuerda a Pedro Beltrán, empresario que apoyó la dictadura en la realidad
real, en sus primeros años, luego fomentó un fallido golpe de estado con el general
Noriega, que le costó un destierro al militar en 1954. Dos años después Odría también
ordena la prisión de Beltrán. En la realidad ficcional, Landa sufre prisión
domiciliaria, pero negocia las cuestiones políticas a través del teléfono con
Cayo Bermúdez.
- A un amigo no se lo tiene detenido –dijo landa-.
¿Por qué está rodeada mi casa? ¿Por qué no se me deja salir? ¿Y las promesas de
Lora al embajador? ¿No tiene palabra el canciller?
- Está corriendo rumores en el extranjero
sobre lo ocurrido y queremos desmentirlos –dijo-. Supongo que Zavala estará con
usted y que ya le habrá explicado que todo depende de usted. Dígame cuáles son
sus condiciones, senador.
- Libertad incondicional para todos mis amigos
–dijo Landa-. Promesa formal de que no serán molestados ni despedidos de los
cargos que ocupen.
- Con la condición de que ingresen al Partido
Restaurador los que no están inscritos –dijo él-. Ya ve, no queremos una
reconciliación aparente, sino real (374).
Esta condición no
es de un rendido, sino de uno que sabe que ha perdido una pequeña batalla, no
la guerra y que puede poner condiciones. Así también sucede con Zavala, quien
niega su filiación golpista, pero amenaza, dejando en claro que lo que manda en
política es el dinero.
Si yo me hubiera puesto a conspirar de veras las cosas
no habrían ido tan mal… Si Landa y yo hubiéramos sido los autores de esto, las
guarniciones comprometidas no hubieran sido cuatro sino diez… Con diez millones
de soles no hay golpe de Estado que falle
en el Perú” (358).
Pero ¿quién es ese
personaje llamado Cayo Bermúdez con tanto poder de negociación? En la realidad
real, lo encontramos como ministro de Estado de la dictadura odriista, Esparza Zañartu,
personaje siniestro, que fue el artífice de las persecuciones, deportaciones y
asesinatos. Las dos realidades coinciden en señalar que el hombre de confianza
de Odría es reclutado por el general Zenón Noriega (Espina, en la ficción),
compañero de estudios en el colegio.
- Vaya haciendo sus maletas –dijo el teniente,
jovialmente-, me lo llevo a Lima…
- ¿A Lima? –dijo despacio, las pupilas sin luz-.
¿Quién me necesita a mí en Lima?
- Nada menos que el coronel Espina –dijo el teniente,
con una vocecita triunfal-. El ministro de gobierno nada menos (51)
- Odría necesita hombres de confianza (…) Estábamos
barajando nombres para la Dirección de Gobierno y el tuyo se me vino a la boca
y lo solté. ¿Hice una estupidez? (…) Un cargo oscuro pero importante para la
seguridad del régimen –añadió el coronel-. ¿Hice una estupidez? Ahí necesitas a
alguien que sea como tu otro yo, me advirtieron, tu brazo derecho. Y tu nombre
se me vino a la boca y lo solté (…).
- Ya veo que tienes confianza en tu viejo condiscípulo
–dijo al fin Bermúdez (58-59).
Una vez instalado
en las sombras del poder odriista, Cayo Bermúdez (o Zañartu en la realidad
real) se dedica a la corruptela, a través de lo que ahora conocemos como el
diezmo.
- Respecto al contrato, señor Bermúdez –parece que
estuvieras aguantándote la caca, eunuco-, ¿en las mismas condiciones que el año
pasado? Me refiero a, es decir.
- ¿A mis servicios? –dijo él, y vio la
turbación, la incomodidad, la sonrisa difícil de Tallio; se rascó la barbilla y
añadió, modestamente-: Esta vez no le van a costar el diez por ciento sino el
veinte por ciento, amigo Tallio (222).
Esta dictadura plagada de corrupción
finalmente hace un pacto con la clase política en la realidad real: el Pacto de
Monterrico (Odría-Haya-Prado). Este pacto, entre otras cosas, establecía no
investigar la corrupción de la dictadura. En la ficción, lo encontramos cuando no
se permite publicar una notica donde Cayo es sospechoso de un asesinato.
- ¿Fue o no fue querida de ese pendejo (Cayo) –dijo
Becerrita-. Y si lo fue y el pendejo ya ni está en el gobierno y ni siquiera en
el país ¿por qué no se puede decir?
- Porque al directorio le da en los huevos que
no se pueda decir, mi señor –dijo Ariste (321).
Sin embargo, el
asesino es Ambrosio, chofer y amante de Fermín Zavala, quien la asesina porque
la víctima sabía de su homosexualidad y chantajeaba al empresario.
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Vargas Llosa, Mario
(1996). Conversación en La Catedral. Lima: PEISA.
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