La violencia de los años 80 y 90 ha dejado
profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a ella?
Los años de la
violencia nos han marcado a todos, y, sobre ellos, se ha desarrollado todo un
"boom", y hasta se ha llegado a nombrar "escritores de la
violencia" a quienes escriben sobre ella. Incluso lo más jóvenes
reaccionan asombrados e incrédulos cuando se "enteran" de lo que ha
sucedido en las décadas del 80 y 90. Sin embargo, debo decir que la violencia
no es ninguna novedad, que no puede haber un "boom" ni
"escritores de la violencia" porque, sencillamente, la violencia no
es nueva, sino que siempre ha estado enraizada en nuestra sociedad y es un
producto estructural de nuestra organización como Estado. Somos una nación
violenta, lo hemos sido siempre a lo largo de nuestra historia, y nuestra
literatura todo el tiempo ha estado tratando el tema de la violencia. Y al
respecto, cada autor, en su tiempo, ha expresado sus experiencias y testimonios
en sus libros. Lo hizo Arguedas, también Ciro Alegría, López Albújar, y así
hasta llegar a Clorinda Matto. En mi caso, he tratado de novelar mis
testimonios, en darle un cauce literario a todo lo que me ha tocado vivir en
este país, porque, en definitiva, una novela es lo que el autor es. En ella
está sintetizada sus experiencias, sus lecturas, su ideología y su imaginación.
Este
asunto de la violencia, ¿cómo incide en la novelística actualmente?
La violencia de
los últimos años ha conllevado a los jóvenes escritores e intelectuales a tomar
mayor conciencia y participación de los problemas nacionales, y este
"repensar" el Perú me parece positivo. Hay, por eso, una gran
producción artística en ese sentido, no sólo en la literatura sino también en
la música, el cine, el teatro, la pintura y las artes plásticas. Y nuestra
novelística actual, por cierto, ha tocado ese tema con gran profundidad y
profusión. Sin embargo, creo esta es una oportunidad para que los escritores e
intelectuales vayan más allá, den un paso adelante y ofrezcan sus visiones de
futuro, para que digan si creen que podemos superar esta violencia estructural
y de qué manera. En lo que a mí respecta, nunca voy a dejar de soñar en un
futuro mejor y tengo la esperanza de que, en algún momento y a través de
nuestras propuestas, podamos alcanzar la reconciliación y sentar las bases de
una sociedad más justa y solidaria.
¿Cómo han influido los sucesos de la violencia en
tu creación literaria?
La violencia ha
influido mucho en mi literatura; no sólo la de los últimos años, sino la
estructural. Creo que la pobreza, la miseria, es la peor de las violencias. Y
desde mis primeras novelas he tratado el tema de la marginación y la pobreza en
nuestra sociedad, y de cómo los jóvenes (que son siempre mis personajes y para
quienes escribo), han ido sucumbiendo y quedándose sin futuro en un país que ha
funcionado como una máquina trituradora de esperanzas. Este es nuestro gran
pecado como nación, como Estado, que siempre, sistemáticamente, a través de
nuestra historia, hemos destruido generaciones tras generaciones de jóvenes. Le
hemos negado el futuro a nuestro país. Y esto es lo que ha sucedido en los
últimos años de violencia, en la guerra popular de los años 80 y 90: lo
jóvenes, y entre ellos los de estratos más pobres, han sido los que han tomado
las armas y han sucumbido, independientemente si pertenecían a la subversión o
a la represión, han sido ellos los que, a las finales, han pagado los platos
rotos. Por eso ha sido inevitable que yo toque estos tópicos en mis libros, es
más, creo que ha sido necesario que lo haga.
¿Qué escritores crees que han trabajado mejor la temática
de la violencia? ¿Por qué?
Hay
muchos escritores que tocan este tema, no quisiera ser injusto en obviar a
algunos, pero me parece que es notable el trabajo de Sócrates Zuzunaga, el de
Percy Galindo, y, entre los más recientes, el de Diego Trelles, que ya no está
referido a los años de la guerra sino a la violencia actual, la urbana, la
sistemática y estructural que todavía siguen padeciendo nuestros jóvenes. Sin
embargo, creo que en los primeros años hubo mucho maniqueísmo y partidismo al
tratar este tema, no obstante, actualmente se ha superado ese lastre y se da
una mirada más amplia, se está tratando de rescatar aquello que nos concierne a
todo, de hacer que la condición humana sea el gran tema de la producción
novelística. Y eso me parece saludable porque, en definitiva, el escritor está
dejando que sea el lector quien juzgue los acontecimientos.
En tu novela Días de fuego, en ese enfrentamiento a muerte entre Sendero y el
Estado, los parias, así los llamas, son los que ponen los muertos en ambos
bandos. Cito dos casos: para el senderista “la vida de los miembros de base,
simples integrantes de una célula, no valía nada en comparación de los mandos”;
para el policía “de escudo, de carne de cañón, para que a los oficiales como
usted no les pase nada”. ¿Qué tanto simboliza la realidad esto?
Una novela responde a
la visión que tiene el autor sobre el tema. En Días de fuego, lo que quise transmitir es que la guerra de los 80 y
90 la llevaron a cabo los jóvenes pobres de este país, aquellos que provenían
de las clases marginales, populares, sin importar mucho la militancia, el bando
al que pertenecían. Eso es lo que pienso y por eso digo que lo que hubo aquí
fue una guerra popular, un enfrentamiento fratricida de pueblo contra pueblo,
de jóvenes contra jóvenes. Un conflicto que nos ha dejado sin recambio
generacional.
Dos parias, una senderista y un policía se
enamoran. Es un amor peligroso que continúa a pesar de que a ella, sus mandos
le han prohibido seguir con dicha relación. Y él trata de ayudarla sabiendo que
al hacerlo corre peligro. El hecho de ser parias los hace semejantes a pesar de
encontrarse en bandos diferentes. Por eso un policía paria incluso puede
pasarse al otro bando. Para esa estructura social ¿el paria es un peligro?
He conocido casos de
senderistas y policías que vivían en el mismo barrio, que eran amigos. También
de policías que tenían hijos que integraban células de Sendero. En la novela Días de fuego cuento dos historias de
éstas, y ellas fueron recreadas de casos reales. En el romance de Rentería y
Roxana, dos parias, uno de la policía y la otra de Sendero, quise dar una
mirada particular al problema. Rentería es un joven que viene a Lima a postular
a la Escuela de Policía, es de un pueblo miserable de la frontera con Ecuador y
ha viviendo siempre en medio de la pobreza, pero aún tiene esperanzas, sueña
con un futuro mejor. En el fondo, él tiene una visión incompleta de su país.
Cuando ingresa a la Policía, se va a dar cuenta de que vive en un mundo formado
por varias naciones y culturas. Más adelante, cuando se conoce con Roxana, va a
descubrir el horror de la guerra. A las finales, Rentería acaba minusválido,
paralítico, renegando de su patria y maldiciendo su mala suerte. El conocer su
país ha sido desastroso para él, le ha significado su destrucción personal y la
pérdida de ilusiones del futuro.
En tu novela Ese camino existe, Cubo, un infante de Marina, ayuda a escapar a
Américo, un campesino adolescente. En otras circunstancias este joven habría
sido uno más en la lista de desaparecidos. Pero una nueva vida le espera. Ese camino de la libertad que soñaba
Américo sí existe. En ese sentido,
¿existe un futuro mejor para los peruanos, luego de tanta crueldad?
Con
Ese camino existe quise decirle a los
jóvenes que, por más que su país los maltrate e ignore, así vean desfilar
delante de sus ojos la muerte y la barbarie, siempre va haber lugar para la
esperanza. Que no pierdan las esperanzas, que no desmayen. En ese sentido, como
ya dije antes, nunca voy a renunciar al sueño de un mañana mejor. Creo que la
esencia de una nación, aparte de los rasgos culturales y de esos hilos
invisibles que algunos llaman identidad, es una apuesta al futuro. Una nación
es una comunidad que marcha unida hacia el futuro, que tiene un sueño común que
la proyecta hacia el futuro, que puede verse, como en un espejo, cómo será de
aquí a treinta años, a cincuenta años. Si no tenemos esa apuesta hacia el
futuro, simplemente corremos el riesgo de no existir como nación.
El título de tu novela Ese camino existe alude a una esperanza de un futuro mejor. ¿Eso
tiene que ver con la reconciliación?
Creo en la
reconciliación. Y creo que el requisito esencial para ella es el perdón. A lo
mejor mi propuesta escandalice a muchos, pero es lo que pienso. Después de
tantos años de la guerra, creo que ya es tiempo de cerrar las brechas, de curar
nuestras heridas, de perdonar y reconocernos hermanos. A propósito de la muerte
de Mandela, veo que acá todo el mundo llora su pérdida y reconoce su legado.
Pero se olvidan que él fue grande porque supo perdonar. Llegó al poder y
perdonó a los blancos, incluso los hizo participar de su gobierno, a pesar de
la segregación y el genocidio que ellos cometieron durante el apartheid. Sin
embargo, nosotros nos negamos a perdonar, y nos escandalizamos si tal o cual
persona, que perteneció a tal o cual bando durante la guerra, tiene éxito u
ocupa algún cargo público. Creo que no podemos vivir en un país donde hayan
ciudadanos apestados, seres marcados a los que se les tiene que negar toda
posibilidad de realización, de futuro. Por eso considero que, si queremos
sentar las bases de la reconciliación, de proyectar un futuro de paz y solidaridad,
debemos voltear la página y empezar por perdonar.
En Ese
camino existe, Bulldozer, comandante, es un asesino. A través de él,
tenemos la impresión de que las FFAA son la encarnación del mal absoluto. Sin
embargo, al final de la novela, aparece el general Júpiter y pone orden en el
cuartel. ¿Podríamos señalar que la presencia de este general (hasta nombre de
dios tiene), en la novela, es limpiar la imagen de las FFAA y que las acciones
de Bulldozer son acciones aislados?
La aparición
del general Júpiter, en Ese camino existe,
tuvo una justificación. En primer lugar, mientras escribía la novela entendí
que esta corría el riesgo de volverse caótica, y quise darle un ordenamiento
antes del desenlace final, y entonces aparece Júpiter como un gran ordenador de
todo. En segundo lugar, ya en lo que respecta a la trama de la novela, lo que
hace en realidad Júpiter es tratar de encubrir los crímenes de Bulldozer, y
para ello no tiene mejor idea que sacarlo de en medio, borrarlo del mapa como
se dice. No fue mi intención de que aparezca para que, de alguna manera, limpie
la imagen de los militares, de ninguna. Y esto porque no creo que lo que
cometieron los militares, ni los subversivos, fueron "acciones
aisladas". Este cliché me resulta inadmisible porque, como dije antes, las
acciones de violencia y barbarie, las acciones de Sendero y la represión de las
Fuerzas Armadas, respondieron a un modelo de organización, a nuestra
conformación como nación y como Estado, a nuestra violencia sistemática y
estructural. Con la violencia tenemos una relación causa-efecto, ella responde
a lo que, en realidad, nosotros somos.
Esos hombres que torturan y asesinan están
convencidos de que son héroes, por eso dicen “algún día no muy lejano el Perú
reconocerá sus sacrificios”. Eso me recuerda que uno de los integrantes del
grupo Colina decía que era un héroe. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
La gran tragedia de
una guerra es que los seres humanos que participan en ella pierden, casi de
inmediato, el sentido de la realidad. Luego, a los pocos días, se vuelven
autómatas, sujetos que responden a sus impulsos primarios, y ya no saben por
qué están en el teatro de operaciones ni para qué pelean. Es cuando la mayoría
de personas sucumbe ante la inutilidad y la desesperanza, como Cubo, o surge
algún loco iluminado que cree que mata por un designio divino, un héroe
desquiciado como el capitán Shogún. Son productos de la guerra, seres cuyas
mentes no resisten el día a día, el martilleo constante del miedo y el horror.
He conocido a muchos de ellos, en ambos bandos, y cuando los escuchaba hablar,
cuando escuchaba cómo justificaban sus crímenes, sus locuras, simplemente
rogaba que se acabe la guerra y que nunca más ningún ser humano sea expuesto a
esa pesadilla. No los exculpo, pero creo que son personas enfermas, sujetos que
nunca pidieron pasar por un trance como ese.
La estadística de la CVR, con respecto a las
víctimas de la violencia, señala lo siguiente: “46% provocadas por el
PCP-Sendero Luminoso; 30% provocadas por Agentes del Estado”. Sin embargo, en
tu novela, el accionar de Bulldozer y sus hombres supera al mando senderista
Rodrigo y su columna en cuanto a torturas y asesinatos. ¿Cuál es tu opinión al
respecto?
Esas discusiones de
los defensores del informe de la CVR y sus detractores, me parecen penosas.
Simplemente discuten por saber quién mató más, o menos. Creo que se están
desenfocando del verdadero propósito: la reconciliación. No quiero que el
trabajo de la CVR pase como una oportunidad perdida para reconciliarnos. Al
contrario, quiero que sirva como un antecedente o una base para ello. Pero creo
que debemos evitar las discusiones bizantinas, aquellas que no nos van a
conducir a ninguna parte que no sea ahondar más nuestras diferencias. Hay
posiciones aparentemente irreconciliables con respecto a la guerra, y esto es
lógico, hay víctimas y deudos en ambos bandos. Entonces, seguir escarbando en
las heridas, removiendo el dolor, es contraproducente, innecesario. Por eso
creo que no vamos a poder reconciliarnos si no perdonamos, si las víctimas, sus
hijos o sus viudas, independientemente de la posición que tomaron en la guerra,
no se ven cara a cara y se reconocen hermanos, seres humanos que sufrieron por
igual la barbarie. Lamentablemente, no veo otra manera de voltear la página, de
cambiar la historia. Sin embargo, anhelo que algún día, en el futuro, quizá
cuando yo ya no esté entre los vivos, mi nación pueda convivir en un clima de
paz.