La violencia política
de los años 80 y 90 han dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu
testimonio con respecto a esa época?
Fue
terrible. Yo me encontraba en mi pueblo, al sur de Ayacucho. Y hasta allí
llegaban las noticias cruentas de los enfrentamientos armados. Pero, cuando
empezaron a llegar gente que huía de la parte de Huamanga, Huanta y otros
pueblos de la zona norte del departamento, entre ellos campesinos,
comerciantes, profesores, empecé a ver con más claridad lo que estaba
ocurriendo en Ayacucho. O sea, esa gente empezó a desmentir lo que la radio y
los periódicos decían. Que las cosas no estaban ocurriendo como lo decían esos
medios de comunicación en forma oficial. Que –para los fugitivos- los sanguinarios enemigos de la patria no
eran los alzados en armas, sino los mismos militares, los llamados sinchis, que estaban cometiendo
atrocidades con la población ayacuchana, en especial con los estudiantes y con
los campesinos. Entonces, yo me preguntaba: ¿qué es lo que está ocurriendo
realmente? Empecé a dudar. Igual me ocurrió cuando llegué a Lima, en lo más
álgido de la violencia. Para la gente de aquí, los soldados se estaban
comportando como angelitos salvadores de los pobres campesinos. Sin embargo, yo
tenía noticias de testigos presenciales, quienes me decían que los militares no
eran esos angelitos salvadores que se creía. Y que, por eso, habían miles de
desaparecidos, mujeres violadas, huérfanos vagando por la estepa fría de la
puna ayacuchana
Me estaba ocurriendo igual que cuando Arguedas leyó
los primeros relatos sobre los indios. Para Arguedas, los indios de Ventura
Calderón, de López Albújar y de otros escritores, no eran como él los había
conocido. Entonces, él dijo: yo voy a escribir lo que, en realidad, es el
indio, porque yo lo conozco, yo he vivido entre ellos, yo he sido blanco de su
infinita ternura y cariño, yo he visto cómo el indio ama a los suyos, a su
tierra, a su agua, a sus montañas, a su música, a sus pájaros… Entonces, de
igual modo, yo también dije: yo voy a escribir lo que, en realidad, ocurrió en
Ayacucho; porque, para ello, yo había acumulado gran cantidad de testimonios,
con muchísimo miedo, camuflando bien mis papeles en cajas y archivos engañosos…
Fruto de eso, es mi novela La noche y sus
aullidos… El ejército temía que se sepa la verdad de lo que estaba pasando
en los pueblos de la sierra… Imagínate, por eso, mataron a los ocho periodistas
que fueron a Uchuraccay en busca de la verdad. Ese hecho criminal no debe
quedar impune; debe ser investigado más a fondo… La verdad de lo que ocurrió en
Ayacucho es otra… Para uno cerciorarse de esto, basta con preguntar a los
verdaderos testigos que estuvieron en el fragor de esa guerra fratricida… Pero,
esos testigos se mueren de miedo, y ese miedo se lo supieron sembrar los
culpables de esos crímenes de lesa humanidad… Bueno, claro que también hubo
hechos terribles de parte de los subversivos; eso nadie lo niega… Pues, era una
guerra la que estábamos viviendo… Lo que da verdadera rabia es el por qué los
asesinos –de la parte oficial- quieren limpiarse y quedar como angelitos
celestiales… De este tipo de encubrimientos, desde lejanos tiempos, la historia
cuenta con ejemplos claros e irrefutables…
¿La violencia política
cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?
Se
han escrito muchas novelas y cuentos de esos tiempos de guerra. La mayoría de
estas obras tienen la marcada intencionalidad de tergiversar las cosas
verdaderas. Las obras que más se acercan a lo que, en verdad, ocurrió en el
Perú son, por ejemplo: Rosa Cuchillo
de Óscar Colchado Lucio, Qantu, flor y
tormenta de Félix Huamán Cabrera, Tierra de Pishtacos de Dante Castro, el
libro de testimonios La Memoria es un
Arma de Juan Cristóbal, los relatos de Luis Nieto Degregori, la antología
de cuentos en tiempos de la violencia reunido por Mark Cox, La Agonía del Danzak de Samuel Cavero y
algunos más que ahora escapan de mi memoria... Por ejemplo, yo escribí mi
novela en base a testimonios de campesinos que eran torturados hasta orinar
sangre, que me mostraban los dedos de sus pies y manos con las uñas arrancadas
de raíz, que tenían los brazos dislocados, los tímpanos rotos y los testículos
hinchados… Ellos me contaron de los sufrimientos de las torturas y del maltrato
continuo y permanente, unido a las vejaciones y a la angustia de tener muy
lejos a sus seres queridos, por lo que ellos sólo querían morir para descansar
de tanto sufrimiento y sólo lloraban y cantaban canciones tristes en quechua… Y
relataban ser testigos de cómo muchos de ellos murieron con un tiro en la nuca
o al no poder resistir las inhumanas y crueles torturas. Lo que, también, duele
es saber que soldados, procedentes del mismo pueblo vilipendiado y afrentado,
eran obligados a desempeñar el papel de verdugos de los de su misma clase y
condición. Sus jefes militares supieron inocularle, pues, el veneno del
anticomunismo, del odio a las personas que tenían ideas de izquierda y a los
ilustres peruanos como Mariátegui, Vallejo, Arguedas, Manuel Gonzales Prada y
muchos otros… Y esos mismos jefes militares se escandalizaban y echaban el
grito al cielo, cuando constataban de que una comunidad campesina había sido
ayudada por los subversivos, en alguna faena agrícola o comunal, o que habían
recibido obsequios materiales, como prendas de vestir y alimentos recolectados
de los comerciantes. Entonces, sí, los militares actuaban con brutalidad y saña
contra la comunidad en un afán de darles un escarmiento ejemplar por haber
permitido ser ayudados por los subversivos…
¿Cómo han influido los
sucesos de la violencia en tu quehacer literario?
Desde
mi primer libro Con llorar no se gana
nada, donde incluí un cuento sobre este enfrentamiento, hasta la fecha
siempre he tenido en cuenta el denunciar hechos de abuso e injusticia militar.
Esos hechos han quedado marcados en mí, tanto que tengo muchos relatos sobre
este tema, incluso dos o tres novelas cortas más, aparte de La noche y sus aullidos. En realidad, lo
que viví en ese tiempo, fue una verdadera pesadilla, donde los profesores
éramos los que más sufríamos los efectos de la represión militar, y más si
éramos dirigentes sindicales, por lo que vivíamos a salto de mata, como se
dice. Por desgracia, son muchos los colegas que han desaparecido en ese tiempo
de violencia, donde teníamos que ocultar nuestros libros que poseían títulos
que podrían ser confundidos por los militares, como por ejemplo Horas de lucha y No una sino muchas muertes... ¿Cómo no van a influir estos hechos
en mi quehacer literario?
Publicaste Con llorar no se gana nada, un libro de
cuentos donde abordaste la violencia política, cuando escribir sobre ese tema
era peligroso. Estamos hablando del año 1989. ¿Cuál es tu balance al respecto?
En
esa época, tuve que esconder mi libro. Incluso, a los que lo tenían, les dije
que lo escondieran porque el cuento Ayataki
podría ser tomado como una apología a la lucha armada por su tema de injusticia
y de represión militar. De verdad, sabiendo el modo cruel e inhumano cómo
actuaban los del ejército, naturalmente que tuve miedo. Ese accionar cruel de
los militares, incluso hizo que muchos muchachos se enrolaran en las filas de
Sendero Luminoso, pues sólo así podían salvarse de los soldados que los
buscaban por sospechosos, o para así vengar a algún familiar muerto y desaparecido
en manos del ejército. De esta manera Sendero engrosó sus filas. También, en
otros casos, fueron convencidos por la prédica o discurso a favor de los pobres
y desposeídos. Era la esperanza de un mañana mejor para muchos muchachitos
indigentes y abusados por sus patrones y empleadores, y se enrolaban a Sendero
porque pensaban que así podrían sacar de la miseria a sus progenitores y demás
familiares.
¿Qué escritores crees
que han trabajado mejor la temática de la violencia política? ¿Por qué?
Pocos
son los escritores que han escrito teniendo en cuenta de lo que en verdad
ocurrió en esa guerra. Entre estos pocos están Óscar Colchado Lucio, Félix
Huamán Cabrera, Luis Nieto Degregori, Julián Pérez, Dante Castro, Samuel
Cavero… El resto, como Alonso Cueto, Santiago Roncagliolo o Mario Vargas Llosa
escriben sobre algo que no conocen bien y que sólo han escuchado o leído en
noticias oficiales, por eso el ambiente de sus obras está enrarecido y extraño
a los ojos de un lector andino que sí conoce la idiosincrasia andina. Un
ejemplo, sin ir muy lejos, en Lituma en
los Andes, para el autor, los campesinos de esa parte de la sierra son
seres tan primitivos y salvajes, como si ellos vivieran en la edad de piedra, y
que realizan sacrificios humanos en ofrenda a sus dioses tutelares o Apus… Eso
es el colmo; con esto el Premio Nobel nos da a conocer el desconocimiento y
desdén o desprecio que él tiene hacia los campesinos de José María Arguedas…
Por otra parte, Abril Rojo o La Hora Azul, son novelas escritas con
una visión lejana, desde el exterior, casi con ojos de turista extranjero, como
no queriendo comprometerse con los
asuntos de la guerra interna. Y, además, sus autores renuncian a profundizar en
las verdaderas causas que motivaron ese brutal enfrentamiento entre habitantes –los
de arriba y los de abajo- de un mismo país… Por eso, digo yo, que si Arguedas o
Alegría o Scorza habrían vivido esa época violenta –tal vez- hubieran escrito
sus novelas con otra óptica y sentimiento, y que quizás éstas no hubiesen gustado
al oficialismo y –es seguro- que hubiesen sido perseguidos y encarcelados o
desaparecidos…
En tu novela La noche y sus aullidos, se puede
apreciar que una escuela se convierte en un cuartel. O sea, en una institución
donde la ciencia, las humanidades, el juego, la risa deben irradiar, se
construye otra institución donde se tortura, se mata, se llora. Considerando
que esta escena también se dio en la realidad, ¿cuál es tu opinión al respecto?
En
realidad, los soldados, cuando llegaban a un lugar, buscaban su propia
comodidad personal. Por eso, se apropiaban de construcciones grandes como eran
los colegios, las casas municipales o las iglesias, para acampar o para ubicar
su cuartel militar. Allí, se torturaba y asesinaba frente a los ojos de los
santos de la iglesia y en ese mismo lugar donde se enseñaba con ternura y amor
a los niños se manchaban las manos con sangre inocente. Una vez instalados en
esos lugares, salían de noche en busca de sospechosos, a los que los traían
descalzos y semidesnudos y los empezaban a torturar. Estos sospechosos eran los
maestros, estudiantes aplicados, líderes campesinos y hasta artistas populares.
“Estos cojudos son peligrosos porque leen libros y saben convencer al pueblo
con sus bonitas palabras”, decían los soldados. O sea, que consideraban a la
cultura como sinónimo de delito o crimen,
de rebeldía o protesta. De ese modo, poco a poco, los maestros dejaron
de hablar de Arguedas, Vallejo o Mariátegui en las escuelas. Y, claro, por
seguridad personal, empezaron a enterrar sus libros que consideraban
“peligrosos” para el Estado.
En tu novela un
profesor lee “libros prohibidos”, luego les dice a sus alumnos y a los
campesinos que la sociedad en la que se vive está de cabeza, que hay
explotación y abuso. ¿El profesor es un peligro para el Estado en ese sentido?
Este
es un indicador de cómo han sido adiestrados las fuerzas armadas
contrainsurgentes. El maestro, el líder de un pueblo, un dirigente sindical, un
artista o poeta, todos ellos, eran sospechosos y peligrosos para la
tranquilidad del Estado. En el colmo de la exageración, por ahí, corría un
chisme diciendo que a un campesino llamado Fidel Castro y a toda su familia lo
habían desaparecido sólo porque éste era un homónimo del gobernante de Cuba.
“Sí le han puesto ese nombre es porque hay simpatía por ese comunista ateo”,
decían. O sea, muerto el perro, se acabó la rabia.
Entre los libros
“prohibidos” encontramos autores como César Vallejo, José María Arguedas, Ciro
Alegría, José Carlos Mariátegui. ¿Qué hace que estos autores entren a la lista
de lo prohibido?
Bueno,
yo creo que fue la propaganda de los que eran opositores a la izquierda política.
Ellos –los apristas, acciopopulistas, pepecistas- se encargaban de propalar la
noticia de que esos autores eran comunistas y ateos, que estaban en contra del
progreso material de un país, que sus ideas estaban dirigidas a que los
campesinos se rebelen contra sus patrones, que esas ideas injuriaban a Dios y
estaban en contra de las buenas costumbres y en contra de los ciudadanos “notables
e ilustres” de un pueblo progresista... Además, no se podía tener en casa
ninguna la imagen del “Che” Guevara o algún otro líder chino o soviético.
En tu novela hay un
periodista que busca información sobre lo que pasó durante la violencia. Hay varias
novelas que tratan sobre este tema e incorporan al personaje periodista. ¿A qué
se debe esto? ¿Cuál es el papel del personaje periodista en este caso?
Nuevamente,
te recuerdo el caso de los periodistas asesinados en Uchuraccay. Cuando ocurrió
eso, el mundo entero tuvo una visión clara de las dimensiones del accionar de las fuerzas armadas en contra
de los subversivos. O sea, no les importó utilizar a una pobre e indigente
comunidad campesina en beneficio propio, engañándolos y presionándolos para que
los secundaran en ese abominable crimen. Versiones confusas y amañadas daban
conocimiento de masacres sangrientas, de poblaciones que nada tenían que ver en
estos enfrentamientos, las que eran reportadas mediante comunicados oficiales
diciendo que gran número de terroristas estaban siendo aniquilados para el bien
del país; pero, a la prensa libre no se le permitía el acceso a esa zona del
conflicto; más, al contrario, la prensa libre estaba siendo constantemente
acosada y hostilizada, confiscándoles rollos de películas y grabaciones a
muchos periodistas que se atrevían a ir en busca de la verdad, incluso
apresándolos bajo acusaciones de estar ellos coludidos con los senderistas. Por
eso, frente a esta realidad, fueron los periodistas desde Lima a Uchuraccay. Y
ya ves lo que ocurrió. Para un buen entendedor, pocas palabras: los militares
no querían que se sepa la verdad de las atrocidades que ellos estaban
cometiendo con la población desvalida de esos lugares donde -hasta ahora- campea
el hambre y la desolación.
Según la comisión
Vargas Llosa, los periodistas de Uchuraccay fueron asesinados por los
campesinos porque los confundieron con senderistas. En tu novela también
aparece este hecho, claro que ahí se dice que tal afirmación no tiene asidero,
ni lógica, y que ahí hubo militares involucrados. Sin embargo, el discurso de
Vargas Llosa ha quedado como la versión oficial. ¿Qué opinión tienes de Vargas
Llosa con respecto a su papel en dicha comisión?
Esta
versión oficial pinta de cuerpo entero a Vargas Llosa y a todos sus
acompañantes. Los campesinos fueron azuzados por los militares en contra de los
periodistas, engañándolos, diciéndoles a los pobladores que así ellos estaban
luchando como héroes por la patria, defendiéndola de esos terroristas asesinos
que venían a destruir al país con sus ideas negativas. De ese modo criminal, el
ejército encubrió la brutal represión y las matanzas que ellos estaban
cometiendo en esas humildes comunidades ayacuchanas. Cualquier ayacuchano -con
dos dedos de frente- sabe que esto ocurrió así. La versión oficial recurre a
explicaciones ridículas, infantiles, tal como es eso de que los campesinos
confundieron a las cámaras fotográficas con fusiles o escopetas, y que ellos no
entendieron el castellano que hablaban los periodistas. ¿Qué acaso no es cierto
que a menudo llegaban a Uchuraccay cazadores de vicuñas y venados, llevando ese
tipo de armas? ¿Qué acaso esos cazadores o forasteros no hablaban castellano para pedirles posada o
alojamiento? Lo cierto es que en esa comunidad había gente que siempre bajaba
hacia las ciudades serranas más grandes y que sabían del progreso tanto como
cualquiera. Solamente para el célebre escritor -que parece que no tiene
frente- los campesinos del Ande están
todavía en la edad de piedra y hacen sacrificios humanos, tal como lo dice en
su novela Lituma en los Andes. No me
explico por qué ese escritor le tiene ese concepto adverso a los que son de la
sierra. ¿Acaso no reconoce él, que esos seres humanos -como son los de la
sierra- han construido maravillas
admirables como lo es Macchu Picchu, por ejemplo? ¿Acaso en esas construcciones
no hay ciencia, tecnología y sabiduría? ¿Una comunidad primitiva y salvaje
puede hacer eso que nuestros antepasados hicieron para la admiración del mundo
entero?
Los militares en tu
novela dicen que hay gente que tiene “pinta de terruco”. Y siguiendo esa regla
muchos campesinos son torturados y asesinados, luego terminan en fosas comunes.
¿Cuáles son las características de alguien que tenga pinta de terruco?
Pues,
simplemente el tener rasgos andinos, la piel cobriza y el hablar quechua.
¿Quién ha olvidado lo que decían los “notables e ilustres” ciudadanos de
Miraflores y San Isidro? ¿Qué, acaso, no decían que unos serranos conch…de sus
mares estaban jodiendo al Perú progresista y católico? ¿Qué por qué los aviones
del ejército no iban allí, a Ayacucho, a bombardearlos y acabarlos de una vez
por todas? ¿Eso no decían las “buenitas” personas de esas paradisíacas zonas
urbanas de Lima? Para un buen entendedor, pocas palabras…
Según la CVR, han sido
miles y miles los asesinados por las FFAA. Aunque, en realidad, para quienes
hemos vivido tales épocas no es necesario citar a la CVR en ese sentido.
¿Habrán tenido también su “pinta de terruco” estos?
He
llegado a la conclusión de que todo aquel que es consciente de su realidad y de
la realidad del país, aquel que busca la verdad y dice la verdad, aquel que
busca justicia, aquel que sale en defensa de los abusados, todos aquellos, para
las autoridades del Estado tienen “pinta de terruco”. Yo, por estas
declaraciones que estoy dando, no voy a ser menos.
En tu novela, los
gamonales se alían con las autoridades para cometer abusos; por ejemplo, uno de
ellos cuando se pierde sus vacas le echa la culpa por robo a uno de los
campesinos, sin pruebas, y lo manda a la cárcel, pero luego sus vacas aparecen:
estaban extraviadas. Este tipo de hechos hace que algunos campesinos, incluso
el hijo de un hacendado, se unan a los senderistas de manera voluntaria. El que
la gente se una de manera voluntaria a los sediciosos, y no por presión o
amenaza, ¿no le parece peligrosamente contraria al discurso oficial?
Para
explicar esto, el ejemplo más claro es el caso del poeta Javier Heraud, un
jovencito perteneciente a la llamada “alta sociedad” de Lima. Muchos
muchachitos se unieron a los subversivos, por lo que ellos les hablaban. Y,
como que eran también de la edad de ellos, y eran pobres e indigentes, sin
esperanzas de una vida mejor, y con la ilusión de la aventura a esa altura de
la vida, todo eso hizo el resto. Y no hay que olvidar las injusticias y los
abusos de la gente pudiente contra los desposeídos… Y, mucho cuidado, esa
desigualdad no ha desaparecido en esos lugares olvidados del país… No vaya a
ser que… bueno… sin comentarios…
A continuación, quiero manifestar que, frente al
abuso de los militares contra mis paisanos, en mi pueblo, yo intenté escapar de
esa vorágine de injusticias por otros medios, como el de la ficción literaria.
Por eso empecé a elaborar en mi mente todos los pormenores de mi novela “La noche y sus aullidos”. Todos los
días y todas las noches, en cualquier sitio, caminando o sentado en algún lugar
solitario, contemplando los paisajes andinos, iba acomodando e hilvanando el
hilo de la historia de la novela. Y, cosa increíble, en ese estado de cosas,
sentía un temor cerval y tenía miedo a morir o desaparecer. En pocas palabras,
me enfermé de los nervios y creo que hasta ahora estoy enfermo; por eso, a
menudo, lloro mucho estando a solas y recordando a los amigos que ya no están conmigo,
bajo los efectos sedantes de alguna bebida espirituosa. Al mismo tiempo,
aquella vez, empecé a tomar apuntes, en clave, para evitar futuros
contratiempos, si se daba el caso de que éstos cayeran en manos de los
militares. Y eso era para mí, no sólo como el querer huir de la impotencia y de
las tensiones, sino, sobre todo, como una respuesta digna y creativa frente a
esos hechos injustos, de abuso y escarnio. Pues, para mí, la literatura siempre
ha sido un espacio de salvaguarda, de disfrute, de sufrimiento y de salud
moral.
Bueno, para concluir, quiero manifestar que la obra
que escribí persigue ese objetivo de querer recuperar la memoria histórica de
mi pueblo ayacuchano, con la finalidad de crear una conciencia cívica, popular y
solidaria, ya que de lo contrario nuestra sociedad puede volver a cometer los
mismos errores que lo llevó a este estado sangriento de guerra interna. En mi
personal opinión, la literatura es un arte que enriquece al ser humano y le
permite encontrar en su interior lo que verdaderamente él tiene y que antes no
conocía. Y eso le permitirá ver el mundo con otros ojos y lo comprenderá en
toda su dimensión, pensando siempre en la justicia social, en la paz y en la libertad.
la autentica tarea de fomentar la tesis de la filosofia arguediana en los escritos de socrates zuzunaga...!!!!!
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