martes, 24 de diciembre de 2013

Entrevista a Fernando Cueto: Ese camino existe

La violencia de los años 80 y 90 ha dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a ella?

Los años de la violencia nos han marcado a todos, y, sobre ellos, se ha desarrollado todo un "boom", y hasta se ha llegado a nombrar "escritores de la violencia" a quienes escriben sobre ella. Incluso lo más jóvenes reaccionan asombrados e incrédulos cuando se "enteran" de lo que ha sucedido en las décadas del 80 y 90. Sin embargo, debo decir que la violencia no es ninguna novedad, que no puede haber un "boom" ni "escritores de la violencia" porque, sencillamente, la violencia no es nueva, sino que siempre ha estado enraizada en nuestra sociedad y es un producto estructural de nuestra organización como Estado. Somos una nación violenta, lo hemos sido siempre a lo largo de nuestra historia, y nuestra literatura todo el tiempo ha estado tratando el tema de la violencia. Y al respecto, cada autor, en su tiempo, ha expresado sus experiencias y testimonios en sus libros. Lo hizo Arguedas, también Ciro Alegría, López Albújar, y así hasta llegar a Clorinda Matto. En mi caso, he tratado de novelar mis testimonios, en darle un cauce literario a todo lo que me ha tocado vivir en este país, porque, en definitiva, una novela es lo que el autor es. En ella está sintetizada sus experiencias, sus lecturas, su ideología y su imaginación.

Este asunto de la violencia, ¿cómo incide en la novelística actualmente?

La violencia de los últimos años ha conllevado a los jóvenes escritores e intelectuales a tomar mayor conciencia y participación de los problemas nacionales, y este "repensar" el Perú me parece positivo. Hay, por eso, una gran producción artística en ese sentido, no sólo en la literatura sino también en la música, el cine, el teatro, la pintura y las artes plásticas. Y nuestra novelística actual, por cierto, ha tocado ese tema con gran profundidad y profusión. Sin embargo, creo esta es una oportunidad para que los escritores e intelectuales vayan más allá, den un paso adelante y ofrezcan sus visiones de futuro, para que digan si creen que podemos superar esta violencia estructural y de qué manera. En lo que a mí respecta, nunca voy a dejar de soñar en un futuro mejor y tengo la esperanza de que, en algún momento y a través de nuestras propuestas, podamos alcanzar la reconciliación y sentar las bases de una sociedad más justa y solidaria.

¿Cómo han influido los sucesos de la violencia en tu creación literaria?

La violencia ha influido mucho en mi literatura; no sólo la de los últimos años, sino la estructural. Creo que la pobreza, la miseria, es la peor de las violencias. Y desde mis primeras novelas he tratado el tema de la marginación y la pobreza en nuestra sociedad, y de cómo los jóvenes (que son siempre mis personajes y para quienes escribo), han ido sucumbiendo y quedándose sin futuro en un país que ha funcionado como una máquina trituradora de esperanzas. Este es nuestro gran pecado como nación, como Estado, que siempre, sistemáticamente, a través de nuestra historia, hemos destruido generaciones tras generaciones de jóvenes. Le hemos negado el futuro a nuestro país. Y esto es lo que ha sucedido en los últimos años de violencia, en la guerra popular de los años 80 y 90: lo jóvenes, y entre ellos los de estratos más pobres, han sido los que han tomado las armas y han sucumbido, independientemente si pertenecían a la subversión o a la represión, han sido ellos los que, a las finales, han pagado los platos rotos. Por eso ha sido inevitable que yo toque estos tópicos en mis libros, es más, creo que ha sido necesario que lo haga.

¿Qué escritores crees que han trabajado mejor la temática de la violencia? ¿Por qué?

Hay muchos escritores que tocan este tema, no quisiera ser injusto en obviar a algunos, pero me parece que es notable el trabajo de Sócrates Zuzunaga, el de Percy Galindo, y, entre los más recientes, el de Diego Trelles, que ya no está referido a los años de la guerra sino a la violencia actual, la urbana, la sistemática y estructural que todavía siguen padeciendo nuestros jóvenes. Sin embargo, creo que en los primeros años hubo mucho maniqueísmo y partidismo al tratar este tema, no obstante, actualmente se ha superado ese lastre y se da una mirada más amplia, se está tratando de rescatar aquello que nos concierne a todo, de hacer que la condición humana sea el gran tema de la producción novelística. Y eso me parece saludable porque, en definitiva, el escritor está dejando que sea el lector quien juzgue los acontecimientos.

En tu novela Días de fuego, en ese enfrentamiento a muerte entre Sendero y el Estado, los parias, así los llamas, son los que ponen los muertos en ambos bandos. Cito dos casos: para el senderista “la vida de los miembros de base, simples integrantes de una célula, no valía nada en comparación de los mandos”; para el policía “de escudo, de carne de cañón, para que a los oficiales como usted no les pase nada”. ¿Qué tanto simboliza la realidad esto?

Una novela responde a la visión que tiene el autor sobre el tema. En Días de fuego, lo que quise transmitir es que la guerra de los 80 y 90 la llevaron a cabo los jóvenes pobres de este país, aquellos que provenían de las clases marginales, populares, sin importar mucho la militancia, el bando al que pertenecían. Eso es lo que pienso y por eso digo que lo que hubo aquí fue una guerra popular, un enfrentamiento fratricida de pueblo contra pueblo, de jóvenes contra jóvenes. Un conflicto que nos ha dejado sin recambio generacional.

Dos parias, una senderista y un policía se enamoran. Es un amor peligroso que continúa a pesar de que a ella, sus mandos le han prohibido seguir con dicha relación. Y él trata de ayudarla sabiendo que al hacerlo corre peligro. El hecho de ser parias los hace semejantes a pesar de encontrarse en bandos diferentes. Por eso un policía paria incluso puede pasarse al otro bando. Para esa estructura social ¿el paria es un peligro?

He conocido casos de senderistas y policías que vivían en el mismo barrio, que eran amigos. También de policías que tenían hijos que integraban células de Sendero. En la novela Días de fuego cuento dos historias de éstas, y ellas fueron recreadas de casos reales. En el romance de Rentería y Roxana, dos parias, uno de la policía y la otra de Sendero, quise dar una mirada particular al problema. Rentería es un joven que viene a Lima a postular a la Escuela de Policía, es de un pueblo miserable de la frontera con Ecuador y ha viviendo siempre en medio de la pobreza, pero aún tiene esperanzas, sueña con un futuro mejor. En el fondo, él tiene una visión incompleta de su país. Cuando ingresa a la Policía, se va a dar cuenta de que vive en un mundo formado por varias naciones y culturas. Más adelante, cuando se conoce con Roxana, va a descubrir el horror de la guerra. A las finales, Rentería acaba minusválido, paralítico, renegando de su patria y maldiciendo su mala suerte. El conocer su país ha sido desastroso para él, le ha significado su destrucción personal y la pérdida de ilusiones del futuro.

En tu novela Ese camino existe, Cubo, un infante de Marina, ayuda a escapar a Américo, un campesino adolescente. En otras circunstancias este joven habría sido uno más en la lista de desaparecidos. Pero una nueva vida le espera. Ese camino de la libertad que soñaba Américo sí existe. En ese sentido, ¿existe un futuro mejor para los peruanos, luego de tanta crueldad?

Con Ese camino existe quise decirle a los jóvenes que, por más que su país los maltrate e ignore, así vean desfilar delante de sus ojos la muerte y la barbarie, siempre va haber lugar para la esperanza. Que no pierdan las esperanzas, que no desmayen. En ese sentido, como ya dije antes, nunca voy a renunciar al sueño de un mañana mejor. Creo que la esencia de una nación, aparte de los rasgos culturales y de esos hilos invisibles que algunos llaman identidad, es una apuesta al futuro. Una nación es una comunidad que marcha unida hacia el futuro, que tiene un sueño común que la proyecta hacia el futuro, que puede verse, como en un espejo, cómo será de aquí a treinta años, a cincuenta años. Si no tenemos esa apuesta hacia el futuro, simplemente corremos el riesgo de no existir como nación.


El título de tu novela Ese camino existe alude a una esperanza de un futuro mejor. ¿Eso tiene que ver con la reconciliación?

Creo en la reconciliación. Y creo que el requisito esencial para ella es el perdón. A lo mejor mi propuesta escandalice a muchos, pero es lo que pienso. Después de tantos años de la guerra, creo que ya es tiempo de cerrar las brechas, de curar nuestras heridas, de perdonar y reconocernos hermanos. A propósito de la muerte de Mandela, veo que acá todo el mundo llora su pérdida y reconoce su legado. Pero se olvidan que él fue grande porque supo perdonar. Llegó al poder y perdonó a los blancos, incluso los hizo participar de su gobierno, a pesar de la segregación y el genocidio que ellos cometieron durante el apartheid. Sin embargo, nosotros nos negamos a perdonar, y nos escandalizamos si tal o cual persona, que perteneció a tal o cual bando durante la guerra, tiene éxito u ocupa algún cargo público. Creo que no podemos vivir en un país donde hayan ciudadanos apestados, seres marcados a los que se les tiene que negar toda posibilidad de realización, de futuro. Por eso considero que, si queremos sentar las bases de la reconciliación, de proyectar un futuro de paz y solidaridad, debemos voltear la página y empezar por perdonar.

En Ese camino existe, Bulldozer, comandante, es un asesino. A través de él, tenemos la impresión de que las FFAA son la encarnación del mal absoluto. Sin embargo, al final de la novela, aparece el general Júpiter y pone orden en el cuartel. ¿Podríamos señalar que la presencia de este general (hasta nombre de dios tiene), en la novela, es limpiar la imagen de las FFAA y que las acciones de Bulldozer son acciones aislados?

La aparición del general Júpiter, en Ese camino existe, tuvo una justificación. En primer lugar, mientras escribía la novela entendí que esta corría el riesgo de volverse caótica, y quise darle un ordenamiento antes del desenlace final, y entonces aparece Júpiter como un gran ordenador de todo. En segundo lugar, ya en lo que respecta a la trama de la novela, lo que hace en realidad Júpiter es tratar de encubrir los crímenes de Bulldozer, y para ello no tiene mejor idea que sacarlo de en medio, borrarlo del mapa como se dice. No fue mi intención de que aparezca para que, de alguna manera, limpie la imagen de los militares, de ninguna. Y esto porque no creo que lo que cometieron los militares, ni los subversivos, fueron "acciones aisladas". Este cliché me resulta inadmisible porque, como dije antes, las acciones de violencia y barbarie, las acciones de Sendero y la represión de las Fuerzas Armadas, respondieron a un modelo de organización, a nuestra conformación como nación y como Estado, a nuestra violencia sistemática y estructural. Con la violencia tenemos una relación causa-efecto, ella responde a lo que, en realidad, nosotros somos.

Esos hombres que torturan y asesinan están convencidos de que son héroes, por eso dicen “algún día no muy lejano el Perú reconocerá sus sacrificios”. Eso me recuerda que uno de los integrantes del grupo Colina decía que era un héroe. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

La gran tragedia de una guerra es que los seres humanos que participan en ella pierden, casi de inmediato, el sentido de la realidad. Luego, a los pocos días, se vuelven autómatas, sujetos que responden a sus impulsos primarios, y ya no saben por qué están en el teatro de operaciones ni para qué pelean. Es cuando la mayoría de personas sucumbe ante la inutilidad y la desesperanza, como Cubo, o surge algún loco iluminado que cree que mata por un designio divino, un héroe desquiciado como el capitán Shogún. Son productos de la guerra, seres cuyas mentes no resisten el día a día, el martilleo constante del miedo y el horror. He conocido a muchos de ellos, en ambos bandos, y cuando los escuchaba hablar, cuando escuchaba cómo justificaban sus crímenes, sus locuras, simplemente rogaba que se acabe la guerra y que nunca más ningún ser humano sea expuesto a esa pesadilla. No los exculpo, pero creo que son personas enfermas, sujetos que nunca pidieron pasar por un trance como ese.

La estadística de la CVR, con respecto a las víctimas de la violencia, señala lo siguiente: “46% provocadas por el PCP-Sendero Luminoso; 30% provocadas por Agentes del Estado”. Sin embargo, en tu novela, el accionar de Bulldozer y sus hombres supera al mando senderista Rodrigo y su columna en cuanto a torturas y asesinatos. ¿Cuál es tu opinión al respecto?


Esas discusiones de los defensores del informe de la CVR y sus detractores, me parecen penosas. Simplemente discuten por saber quién mató más, o menos. Creo que se están desenfocando del verdadero propósito: la reconciliación. No quiero que el trabajo de la CVR pase como una oportunidad perdida para reconciliarnos. Al contrario, quiero que sirva como un antecedente o una base para ello. Pero creo que debemos evitar las discusiones bizantinas, aquellas que no nos van a conducir a ninguna parte que no sea ahondar más nuestras diferencias. Hay posiciones aparentemente irreconciliables con respecto a la guerra, y esto es lógico, hay víctimas y deudos en ambos bandos. Entonces, seguir escarbando en las heridas, removiendo el dolor, es contraproducente, innecesario. Por eso creo que no vamos a poder reconciliarnos si no perdonamos, si las víctimas, sus hijos o sus viudas, independientemente de la posición que tomaron en la guerra, no se ven cara a cara y se reconocen hermanos, seres humanos que sufrieron por igual la barbarie. Lamentablemente, no veo otra manera de voltear la página, de cambiar la historia. Sin embargo, anhelo que algún día, en el futuro, quizá cuando yo ya no esté entre los vivos, mi nación pueda convivir en un clima de paz.

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