El año escolar se
inicia con el ritual de la prueba de entrada, los más “técnicos” también le
llaman evaluación diagnóstica. Según el cual, a partir de preguntas y respuestas
escritas, el docente sabrá en qué nivel se encuentra el estudiante.
Es una práctica que se viene
realizando por décadas, independientemente del discurso sobre pedagogía que
existe en las facultades de educación y la normativa que emiten los ternócratas
de Minedu. No tiene fecha de vencimiento. Se seguirá aplicando por décadas y
sobrevivirá al COVID-19.
Ante esto surgen preguntas: ¿la
boleta de notas o libretas solo sirven para decirle al padre que el estudiante
aprobó o desaprobó?, ¿este documento no sirve como referencia para indicar al
docente que el escolar se encuentra en un nivel determinado?
Dicho documento no ha sido tomado
como referencia por los docentes. Al inicio del año, se recibe al estudiante en
blanco, sin historia, cuando en realidad sí la tiene. Y su historia está
traducida en números (0-20) o letras (C-AD). Porque todos sabemos que si el
estudiantes tiene 20 o AD, entonces es un logro destacado; 05 o C, logro deficiente o en inicio.
Una
mirada a la boleta de notas es más objetivo que una prueba de entrada de dos
páginas aplicadas en 45 minutos. Nos presenta un panorama de diez meses y no
solo de un área, sino de todas. Es decir, el docente de Comunicación, por ejemplo, a partir
de ese documento, puede concluir que un estudiante es excelente en su área,
pero presenta dificultades en Matemática.
Sin embargo, ningún docente toma en cuenta dicho documento que representa la historia educativa del escolar. La
prueba de entrada no tiene razón de ser en ese sentido.
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