lunes, 18 de junio de 2012

El socio de Dios


El socio de Dios, novela de Federico García Hurtado, recrea la vida de los caucheros en la selva peruana: Loreto, a finales del siglo IXX.

El apelativo de Socio de Dios corresponde a Julio César Arana, un empresario cauchero sin escrúpulos, que para conseguir el ansiado producto emplea a indígenas como esclavos. Esclavización y asesinato es parte de las actividades en la obtención del caucho.

El Socio de Dios logra construir esa estructura social de esclavización con el apoyo de autoridades civiles como militares. Aprovechando, de paso, el sentimiento anticolombiano de los pobladores por el problema fronterizo. Su imagen de patriota, en ese sentido, lo hace tan popular que la población detesta al juez que pretende enjuiciarlo por los excesos cometidos en su empresa cauchera: tortura de niños y asesinatos de esclavos.  

Ese personaje siniestro, en el clímax del poder, se figura que “nosotros trajimos la vida y la civilización, transformamos el látex en oro negro, descubrimos las posibilidades infinitas de la selva, convertimos a indios salvajes en cristianos”. Discurso que muestra a un ser con pretensiones de mesías o salvador, pero que en la práctica solo es un vil delincuente, que finalmente es expulsado de esas tierras por los propios indígenas.

Ese discurso del Socio de Dios de llevar la civilización a la selva peruana es un pretexto para explotar los recursos naturales. Discurso “válido” en la actualidad, porque los Romero quisieron comprarse hace algunos años ese espacio donde la madera es un bien muy preciado. Resultado: una treintena de compatriotas (entre policías y selváticos) sacrificados por el bien no del país, sino por la empresa, por la “civilización”.

Lo mismo ahora, donde los Benavides, quieren Conga sí o sí. ¡Qué importa el agua! Todo sea por la civilización y convertir a los cajamarquinos, a los cuzqueños, a los selváticos en cristianos. Y supongo que a mí también. En todo caso me tendrían exorcizar.

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