Lurgio
Gavilán, en Memorias de un soldado
desconocido, nos muestra la violencia política desde la mirada de un
exsenderista, exsoldado, exsacerdote: triple ex. No es una antología de las
versiones de tres personas distintas, sino la versión de una persona que fue
senderista, soldado, sacerdote, en ese orden, todo en uno. En la actualidad, es
antropólogo.
Por
ese testimonio nos enteramos que a la edad de 12 años el autor se incorpora a
las filas del PCP-SL de manera voluntaria: “llegó Sendero a mi comunidad, como
la lluvia buena. Las primeras gotas de lluvia dieron esperanzas de vida,
justicia social, pero las lluvias cada vez se prolongaron y vino el miedo”
(55). El discurso de igualdad social había calado en la mente del joven Lurgio.
Pero no solo de él, sino de muchos jóvenes y no jóvenes que creyeron que la
“justicia social” estaba a la vuelta de esquina. Así muchos pasaron a la
clandestinidad para empuñar las armas. Y todo el Perú se convirtió en una
injusticia social a la X.
Luego
de pasar varios años como combatiente cae prisionero de una patrulla del
Ejército, sin embargo, contra la costumbre castrense, no se le da el tiro de
gracia. El oficial a cargo le matricula en un colegio y le viste el uniforme
militar. Debe estudiar pero también debe disparar contra sus antiguos camaradas.
Ya
en sus andanzas de soldado entra en contacto con la iglesia y decide convertirse
en misionero franciscano, sin embargo, al poco tiempo, abandona los hábitos
para dedicarse a la antropología.
Y
es desde la mirada de antropólogo que Lurgio nos cuenta sobre la violencia
política y reflexiona sobre ella. El libro está hecho con la intención de testimoniar
sobre la violencia política tal como se sucedió, sin maquillajes, con la
ventaja de conocer la violencia desde dentro y desde los diversos frentes:
insurgente, militar, religioso, académico.
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