Félix Huamán
Cabrera (FHC) tiene en su haber más de diez libros, entre cuento, novela y
poesía. Dentro de la temática sobre la guerra interna, él ha publicado Candela quema luceros (1988), Noche de relámpagos (1994) y Qantu: flor y tormenta (2004). Con
respecto a la primera, Max Cox, un estudioso sobre literatura peruana, la ha
calificado como el best seller. Este
libro, de más de 20 años de existencia, sigue siendo motivo de conversación en
los ambientes académicos. Mejor aún cuando se habla sobre la guerra interna de
los 80.
NVP: La guerra interna ha dejado huellas en los peruanos.
¿Cuál es su testimonio con respecto a ella?
FHC: Claro, las huellas han sido muy
profundas en la guerra interna. Sobre todo una huella de frustración. Porque
miles y miles de jóvenes y generaciones nuevas tuvieron una esperanza de cambio.
Esta esperanza simplemente se frustró, porque la guerra no culminó. Finalmente,
hubo muchas causas internas y externas que no permitieron su desarrollo. Me
parece que una de las causas fundamentales negativas para que no progresara fue
el aspecto dogmático de los que dirigieron la guerra, por un lado, y un poco la
improvisación y la aventura romántica de los tupacamarus. Entonces, esto hizo
que no se culminara. El resultado final fue que el pueblo sufrió tremendamente.
Los pueblos desaparecidos no todos eran militantes de Sendero, ni todos eran
progobiernistas. Sin embargo, oficialmente se sabe que era hay seis o siete
pueblos desaparecidos, pero extraoficialmente fueron más de cincuenta que los
desaparecieron, que los barrieron. Estos fueron las consecuencias, muy tristes.
Fruto de eso se dieron las grandes migraciones. Estas migraciones que no tienen
nada de positivo. Eran migraciones de aventura, a ver a dónde podían llegar. La
cosa fue muy triste. Muerte, desaparición, genocidio, desesperanza. Hizo que el
Perú se detuviera tremendamente. A esto se sumó la actitud de la clase
gobernante con el narcotráfico, la corrupción, el racismo, la discriminación:
tantas cosas negativas. Pero, por otro lado, habría que ver también la
capacidad de inmolación que tuvieron tantos jóvenes, tantos intelectuales que
fue una cosa, digamos, de bastante admiración.
NVP: Este asunto de la guerra interna,
¿cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?
FHC: Actualmente, la gente de la época
del 2000 la está tomando como si fuera un tema para poder meterse al mercado. Ahora
debe haber siquiera unos veinte o treinta de estos escritores, de estos que
andan con las grandes editoriales que toman el tema de esa época porque saben
que es un tema que se vende, entonces lo convierten en mercancía. Ahí esta uno
de esos: Abril rojo y tantas
novelitas que andan por ahí. Es lo que está haciendo Alarcón en EEUU y otros
escritores que andan por ahí, por España y aquí en mismo Perú. Ahora he
conocido varios escritores que están haciendo la gran novela sobre la guerra
interna. Conozco a tres o cuatro que siempre me hablan de eso.
NVP: Si tuviéramos que escoger una de
ellas, ¿con cuál se quedaría?
FHC: Yo creo que hay novelas
testimoniales y novelas novelas. De esa época hay muchas que son muy importantes,
por ejemplo esa crónica narrativa sobre la matanza de La Cantuta que hizo Efraín Rúa
me parece muy importante. No se busca la literatura, sino se busca testimoniar
a través de la crónica y eso es muy importante. Luego tenemos un trabajo muy
bien hecho, pero desde un punto de vista literario. Es Rosa Cuchillo. Un trabajo donde lo que le interesa al escritor es
tomar el pretexto y trabajar con la creatividad literaria. Sendero solamente es
un pretexto para hablar de la realidad. Lo que hace es, un poco con los esquemas
de la Divina Comedia , hacer
nuestra divina comedia peruana.
NVP: Sin embargo, ¿cómo ve eso del
retorno del Pachacútec para reordenar el mundo?
FHC: Pero eso es un mito pues. Ahí él
trabaja con el mito. Yo también. El mito del Incarrí no es sino lo que se está
diciendo ahí, o sea, la vuelta, no tanto la vuelta al Incanato, al pasado, sino
más bien una especie de volver a afirmar lo que nosotros somos, para
enrumbarnos hacia el futuro. Hay un tipo que ha escrito, que ha hablado, de las
novelas ortodoxas, donde uno cree que se está mitificando el andinismo en su
estatismo, en su pasado, en su naturalidad: una actitud un poco en contra del
modernismo. Y eso no es así. El pueblo peruano avanza al unísono de toda la
modernidad, de la ciencia, de la tecnología, de la ideología. En la punta del
cerro, tú ves a un pastor con su celular, con su radio, con la última
tecnología.
NVP: En cuanto ya a su novela, Max Cox
un estudioso ha calificado a Candela
quema luceros como un best seller
por el alcance de sus ventas.
FHC: Lo que ocurre es que en la época
en que salió Candela quema luceros
nadie se atrevía a escribir sobre las masacres que se daba. Para esa época ya
se había dado tres o cuatro masacres: Acomarca, Cayara, y otros. Todos los
escritores, como siempre, se metieron debajo de la cama. Además, en esa época,
ya había salido la ley de apología al terrorismo y se morían de miedo. El
problema es que uno siempre ha tenido la actitud de estar al lado de la causa
del pueblo. Yo inclusive por antecedentes, porque mi abuela también fue víctima
de una masacre en la época del 31. Eso hizo que yo escribiera por una especie
de remembranza actualizada de lo que sucedió con mi familia y lo que sucedía en
ese momento. Es por eso que yo escribí tomando como pretexto el aspecto
ideológico, porque de hecho eso fue. La guerra no solo es choque de armas entre
la gente nueva que quiere un cambio y las autoridades o el estado que quiere
siempre perennizarse, sino hay que ver ahí también el aspecto ideológico. Y el
aspecto ideológico es muy fuerte en el pueblo andino. Si tú no sabes trabajar
con el aspecto ideológico nunca habrá nada de cambio. El pueblo andino sigue
creyendo en sus mitos, en sus tradiciones, en sus costumbres. Eso no significa
rémora, sino significa reafirmación de lo que son para, en base a eso, cambiar
como se está haciendo.
NVP: ¿Esa es la única referencia real
con respecto a su abuela o existe otra referencia en Candela quema luceros?
FHC: Esa referencia, porque lo que yo cuento ahí es un poco lo que
sucedió, o sea, cómo llegó la soldadesca, rodeó al pueblo y metió bala a todo
el mundo. Murieron niños, madres, padres. Allá mismo murieron, creo, cerca a
dieciséis y trajeron cerca a treinta o cincuenta heridos aquí a Lima, que no
volvieron, que murieron en los hospitales abandonados en esa época. Eso es lo
que ocurre y ha ocurrido ahora en la selva. Veinticuatro policías muertos y
diez civiles, dicen. Pero hay que contar cada diez por veinte. Es la verdad. Es
lo que sucede siempre. Aquí los que tienen en sus manos el poder hacen lo que
quieren con el pueblo. El pueblo muere. Lo destrozan. Lo desaparecen. Eso
siempre ha sucedido. Entonces, los intelectuales, los escritores tenemos que
tomar la posta, pero siempre sin dejar de hacer literatura, o sea, tener una
posición, pero sin dejar de hacer literatura, porque sino para qué sería la
literatura. Denunciar por denunciar lo hace cualquiera. El problema es que ese
testimonio de las cosas que susciten agarre pues tu sangre, te duela, porque si
a ti no te dice nada, tampoco no vale, no vale para nada.
NVP: Dentro del discurso de la guerra,
ha escrito tres libros. Incluso he encontrado entre Candela quema luceros y Noche
de relámpagos una semejanza donde los comuneros se refugian en las zonas
inaccesibles para los militares. Me contaba que eso tenía algo de real.
FHC: En la época del 80, yo era
colaborador de La
República. Hice una crónica de una masacre que hubo entre
Huancavelica y Ayacucho. Había pueblos desolados donde, a veces, las mujeres y
ancianos nomás estaban en los pueblos. La gran mayoría de trabajadores andaba
por la punas porque todos eran perseguidos y calumniados como colaboradores de
Sendero Luminoso y el terrorismo. Esto ocurrió siempre. Lo curioso es que ellos
venían y trabajaban en las noches. Aprendieron a trabajar en las noches. En el día
no podían. En el día estaban los helicópteros. Estaban las incursiones. Estaba
el ejército. Estaba la policía. Estaban los soplones. Eso ha ocurrido. Hasta ahora:
seguramente también ocurrió en la selva.
NVP: ¿Y su novela Qantu? ¿Podemos
hablar de una tercera etapa dentro de ese tema?
FHC: Claro, la primera fue Candela quema luceros, luego escribí Noche de relámpagos, después En las espigas de junio. En esta, es un
poco utilizar el pretexto de las historias de adolescente para hablar de un
amigo que es Claudio, que aparece como estudiante de colegio, pero, en sí, es
un homenaje a Claudio González que fue mi alumno en La Cantuta , quien murió, que lo
mataron en el Frontón. Ahí no es una expresión declarada de lo que estaba
sucediendo, pero sí planteo algunos problemas que se da a nivel nacional, por
ejemplo, el tráfico de niños, la lucha de los mineros, la huelga del Sutep, el
apresamiento de los dirigentes, el trabajo de propaganda de los chicos, cómo a
él lo persiguen porque él es un migrante de las zonas de conflicto. Llega a
Canta y, a pesar de que es un niño
todavía, él también está en la mira del Servicio de Inteligencia. Al final
tiene que irse de Canta porque llegan a buscarlo, porque saben que él es
testigo clave de todo lo que ha sucedido, porque todos los testigos eran
muertos y desaparecidos. Entonces desaparece. Luego está Qantu. Qantu, sí, ya
es una cosa de testimonio. Un poco testinovela. Testimonial de lo que sucedió
en La Cantuta. Claro ,
tampoco lo hago directamente, porque a mí no me interesa dar testimonio, ni
hacer crónica. A mí me interesa hacer novela. Ahí trabajo con cuatro historias
de un mismo personaje: el personaje periodista, el personaje profesor, el
personaje prófugo, el estudiante. Es uno solo que se desarrolla en todas sus
formas. Cómo va encontrando vicisitudes y aunque también alegrías. Al final, el
resultado es triste porque desaparecen a los estudiantes de La Cantuta.
NVP: En esa novela se presentan
elementos autobiográficos.
FHC: Casi en todas. Por ejemplo, en Candela quema luceros, cuando yo hablo
de Sarapalacha. Sarapalacha es un mito canteño. También lo he encontrado en Apurímac,
que es el mito al maíz, que también está unido al agua. Eso es una cosa que yo
siempre he encontrado en Canta. Y hay un montón de cosas del que yo hablo.
Inclusive los trabajos del agro, el del campo: yo he estado con mi padre
directamente. En todas hay mucha autobiografía. No es que sea autobiografía,
sino referencias vivenciales que no se escapa a ningún escritor. Porque aquel
que haga pura elucubración simbólica, no sé, habrá que ser un Kafka, ni Kafka.
Borges de repente, pero Borges por su palabra, su fuerza. Además el mundo era
él. Si tú has vivido toda la vida en una torre de marfil, ¿cuál es tu vivencia?
La torre de marfil. Si tú has vivido en el Perú, ¿cuál es tu vivencia? El Perú.
Salvo que seas como estos tipos que andan buscando… sus temas eróticos, sus
temas sexuales, intrascendentes.
NVP: Hablando de Sarapalacha. Me llama
la atención la situación de desencuentro de dos mundos distintos. Porque la
idea de Sarapalacha termina en una masacre.
FHC: Lo que pasa es que ahí planteo un
problema bien importante que vertebra casi la tradición: que es la migración.
El tipo que vuelve, Gelacho, es un migrante que ya ha estado en Lima. Él, que
ha estado en Lima, en alguna medida, destruye su antecedente, su mitología;
pero no lo destruye totalmente. Él sabe qué era el respeto por el mito, pero, a
la vez, también irrespeto. En un sitio sagrado donde todo el mundo venera, él
rompe. Esa es la causa para que los campesinos vayan contra él y lo apresen. Es
el motivo para que ocurra lo que ha ocurrido. Cuando tú hieres sus creencias,
es herir el alma mismo del pueblo. Entonces reaccionan. Pero ¿quién es el que
hiere? Es un hijo de ahí mismo, del mismo ambiente. Pero él ha sido ya fruto de
la migración. Él ha estado ya en Lima. Eso hace que ocurra así. Para ellos, la
que ha sufrido es una niña, en su niña, es su vida, es su diosa; pero para las
autoridades es una burla porque es una piedra. Ahí viene el caso. Hay un choque
de culturas.
NVP: Esa idea de choque de culturas
también se ve en el caso de Uchuraccay. En la entrada del libro, a modo de introducción
hay un poema que habla de Arguedas y se hace referencia al caso de Uchuraccay.
FHC: Cuando yo escribí ese poema, fue
una poesía con mucha fuerza por la masacre que hubo ahí. Al poco tiempo nomás,
detuvieron a Sibila, la esposa de Arguedas. Yo le dedico el poema a ella. ¿Qué
sucedió ahí? La famosa comisión de Belaúnde, presidida por Vargas Llosa, que
hago alusión ahí, le hecha la culpa a los campesinos, a los indios. Al final,
la conclusión fue que los culpables de esa masacre fueron ellos, como ahora:
los culpables de lo que ocurrió en la selva son los nativos. Igual ocurrió ahí.
Pero ¿es cierto eso? Eso no es cierto. Ahí intervino la Marina y destrozó todo.
Fueron los periodistas antes, ahora los policías. Están metidos ahí. El
problema fundamental es que abusan del pueblo: matar, desaparecer.
NVP: Para concluir, ¿qué recomendación
les daría a los jóvenes que están incurriendo en la narrativa, sobre todo en la
novela, con el tema de la guerra?
FHC: El problema de la guerra es una
época histórica que se dio en la época del 80. Ahora se está viviendo una época
de construcción y reconstrucción de nosotros mismos. La lucha ahora tiene otros
niveles, sobre todo con la globalización. Con la interferencia que hacen los países
capitalistas en crisis con nosotros. Ellos están desesperados por sobrevivir
frente a su macroeconomía. Nosotros tratamos de salir por ese mismo camino
sabiendo que ese no es el caso. Ahora la historia es diferente y los retos
diferentes. La novela tiene que ser otra cosa. Sin embargo, los nuevos están
tomando el tema de esa época como mercancía. Hacen la novela basado en la
guerra, pero para el mercado, donde los personajes son fantoches, son payasos,
estereotipos En Abril rojo, todos son
una tira de anormales y, claro, eso llama la atención porque ellos siempre nos
vieron así. Como no saben quiénes somos nosotros, entonces creen que somos así:
disfrazados, payasos. A los jóvenes que están trabajando ahora, creo que tienen
que estudiar mucho y ver nuestra realidad. Sacar de ahí la nueva novela. La
nueva novela es todo un desafío que yo lo comparo un poco con lo que hizo
González Prada. Gracias a la enseñanza, a la universidad de González Prada, se
construyó una nueva visión del Perú, gracias a mucha gente muy esclarecida. Ahora
necesitamos eso: que la gente construya, pero construya para el futuro basado
en nuestro pasado, pero pensando en el futuro, pero con un criterio. No
solamente pensando en la mercancía, pensando en vender. Cuando publiqué Candela quema luceros, la gente leyó no
porque yo quería escribir para eso, sino que todos los chicos, que estaban
metidos en las cuestiones del movimiento social, de San Marcos, de La Cantuta , de Huancayo, de
Ayacucho, todos leían. Y la editorial que lo publicó inclusive fue Labrusa, que
era de Bruño, pero no puso su sello de Labrusa. Puso Retama. Había miedo. Salió
una edición de mil ejemplares, pero después reprodujo como diez veces. Se
vendía en todos lados. Yo lo encontré en todo sitio. Luego las cosas se
volvieron feas. Se nos complicó un poco con el Servicio de Inteligencia. Tuvimos
que tomar medidas un poco de clandestinidad. Cosas así. Yo no tenía miedo.
Había escrito lo que tenía que escribir.
23
de junio del 2009
Excelente entrevista. Nos da una visión clara de Félix Huamán y el marco teórico de su trabajo literario.
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