martes, 24 de diciembre de 2013

Entrevista a Fernando Cueto: Ese camino existe

La violencia de los años 80 y 90 ha dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a ella?

Los años de la violencia nos han marcado a todos, y, sobre ellos, se ha desarrollado todo un "boom", y hasta se ha llegado a nombrar "escritores de la violencia" a quienes escriben sobre ella. Incluso lo más jóvenes reaccionan asombrados e incrédulos cuando se "enteran" de lo que ha sucedido en las décadas del 80 y 90. Sin embargo, debo decir que la violencia no es ninguna novedad, que no puede haber un "boom" ni "escritores de la violencia" porque, sencillamente, la violencia no es nueva, sino que siempre ha estado enraizada en nuestra sociedad y es un producto estructural de nuestra organización como Estado. Somos una nación violenta, lo hemos sido siempre a lo largo de nuestra historia, y nuestra literatura todo el tiempo ha estado tratando el tema de la violencia. Y al respecto, cada autor, en su tiempo, ha expresado sus experiencias y testimonios en sus libros. Lo hizo Arguedas, también Ciro Alegría, López Albújar, y así hasta llegar a Clorinda Matto. En mi caso, he tratado de novelar mis testimonios, en darle un cauce literario a todo lo que me ha tocado vivir en este país, porque, en definitiva, una novela es lo que el autor es. En ella está sintetizada sus experiencias, sus lecturas, su ideología y su imaginación.

Este asunto de la violencia, ¿cómo incide en la novelística actualmente?

La violencia de los últimos años ha conllevado a los jóvenes escritores e intelectuales a tomar mayor conciencia y participación de los problemas nacionales, y este "repensar" el Perú me parece positivo. Hay, por eso, una gran producción artística en ese sentido, no sólo en la literatura sino también en la música, el cine, el teatro, la pintura y las artes plásticas. Y nuestra novelística actual, por cierto, ha tocado ese tema con gran profundidad y profusión. Sin embargo, creo esta es una oportunidad para que los escritores e intelectuales vayan más allá, den un paso adelante y ofrezcan sus visiones de futuro, para que digan si creen que podemos superar esta violencia estructural y de qué manera. En lo que a mí respecta, nunca voy a dejar de soñar en un futuro mejor y tengo la esperanza de que, en algún momento y a través de nuestras propuestas, podamos alcanzar la reconciliación y sentar las bases de una sociedad más justa y solidaria.

¿Cómo han influido los sucesos de la violencia en tu creación literaria?

La violencia ha influido mucho en mi literatura; no sólo la de los últimos años, sino la estructural. Creo que la pobreza, la miseria, es la peor de las violencias. Y desde mis primeras novelas he tratado el tema de la marginación y la pobreza en nuestra sociedad, y de cómo los jóvenes (que son siempre mis personajes y para quienes escribo), han ido sucumbiendo y quedándose sin futuro en un país que ha funcionado como una máquina trituradora de esperanzas. Este es nuestro gran pecado como nación, como Estado, que siempre, sistemáticamente, a través de nuestra historia, hemos destruido generaciones tras generaciones de jóvenes. Le hemos negado el futuro a nuestro país. Y esto es lo que ha sucedido en los últimos años de violencia, en la guerra popular de los años 80 y 90: lo jóvenes, y entre ellos los de estratos más pobres, han sido los que han tomado las armas y han sucumbido, independientemente si pertenecían a la subversión o a la represión, han sido ellos los que, a las finales, han pagado los platos rotos. Por eso ha sido inevitable que yo toque estos tópicos en mis libros, es más, creo que ha sido necesario que lo haga.

¿Qué escritores crees que han trabajado mejor la temática de la violencia? ¿Por qué?

Hay muchos escritores que tocan este tema, no quisiera ser injusto en obviar a algunos, pero me parece que es notable el trabajo de Sócrates Zuzunaga, el de Percy Galindo, y, entre los más recientes, el de Diego Trelles, que ya no está referido a los años de la guerra sino a la violencia actual, la urbana, la sistemática y estructural que todavía siguen padeciendo nuestros jóvenes. Sin embargo, creo que en los primeros años hubo mucho maniqueísmo y partidismo al tratar este tema, no obstante, actualmente se ha superado ese lastre y se da una mirada más amplia, se está tratando de rescatar aquello que nos concierne a todo, de hacer que la condición humana sea el gran tema de la producción novelística. Y eso me parece saludable porque, en definitiva, el escritor está dejando que sea el lector quien juzgue los acontecimientos.

En tu novela Días de fuego, en ese enfrentamiento a muerte entre Sendero y el Estado, los parias, así los llamas, son los que ponen los muertos en ambos bandos. Cito dos casos: para el senderista “la vida de los miembros de base, simples integrantes de una célula, no valía nada en comparación de los mandos”; para el policía “de escudo, de carne de cañón, para que a los oficiales como usted no les pase nada”. ¿Qué tanto simboliza la realidad esto?

Una novela responde a la visión que tiene el autor sobre el tema. En Días de fuego, lo que quise transmitir es que la guerra de los 80 y 90 la llevaron a cabo los jóvenes pobres de este país, aquellos que provenían de las clases marginales, populares, sin importar mucho la militancia, el bando al que pertenecían. Eso es lo que pienso y por eso digo que lo que hubo aquí fue una guerra popular, un enfrentamiento fratricida de pueblo contra pueblo, de jóvenes contra jóvenes. Un conflicto que nos ha dejado sin recambio generacional.

Dos parias, una senderista y un policía se enamoran. Es un amor peligroso que continúa a pesar de que a ella, sus mandos le han prohibido seguir con dicha relación. Y él trata de ayudarla sabiendo que al hacerlo corre peligro. El hecho de ser parias los hace semejantes a pesar de encontrarse en bandos diferentes. Por eso un policía paria incluso puede pasarse al otro bando. Para esa estructura social ¿el paria es un peligro?

He conocido casos de senderistas y policías que vivían en el mismo barrio, que eran amigos. También de policías que tenían hijos que integraban células de Sendero. En la novela Días de fuego cuento dos historias de éstas, y ellas fueron recreadas de casos reales. En el romance de Rentería y Roxana, dos parias, uno de la policía y la otra de Sendero, quise dar una mirada particular al problema. Rentería es un joven que viene a Lima a postular a la Escuela de Policía, es de un pueblo miserable de la frontera con Ecuador y ha viviendo siempre en medio de la pobreza, pero aún tiene esperanzas, sueña con un futuro mejor. En el fondo, él tiene una visión incompleta de su país. Cuando ingresa a la Policía, se va a dar cuenta de que vive en un mundo formado por varias naciones y culturas. Más adelante, cuando se conoce con Roxana, va a descubrir el horror de la guerra. A las finales, Rentería acaba minusválido, paralítico, renegando de su patria y maldiciendo su mala suerte. El conocer su país ha sido desastroso para él, le ha significado su destrucción personal y la pérdida de ilusiones del futuro.

En tu novela Ese camino existe, Cubo, un infante de Marina, ayuda a escapar a Américo, un campesino adolescente. En otras circunstancias este joven habría sido uno más en la lista de desaparecidos. Pero una nueva vida le espera. Ese camino de la libertad que soñaba Américo sí existe. En ese sentido, ¿existe un futuro mejor para los peruanos, luego de tanta crueldad?

Con Ese camino existe quise decirle a los jóvenes que, por más que su país los maltrate e ignore, así vean desfilar delante de sus ojos la muerte y la barbarie, siempre va haber lugar para la esperanza. Que no pierdan las esperanzas, que no desmayen. En ese sentido, como ya dije antes, nunca voy a renunciar al sueño de un mañana mejor. Creo que la esencia de una nación, aparte de los rasgos culturales y de esos hilos invisibles que algunos llaman identidad, es una apuesta al futuro. Una nación es una comunidad que marcha unida hacia el futuro, que tiene un sueño común que la proyecta hacia el futuro, que puede verse, como en un espejo, cómo será de aquí a treinta años, a cincuenta años. Si no tenemos esa apuesta hacia el futuro, simplemente corremos el riesgo de no existir como nación.


El título de tu novela Ese camino existe alude a una esperanza de un futuro mejor. ¿Eso tiene que ver con la reconciliación?

Creo en la reconciliación. Y creo que el requisito esencial para ella es el perdón. A lo mejor mi propuesta escandalice a muchos, pero es lo que pienso. Después de tantos años de la guerra, creo que ya es tiempo de cerrar las brechas, de curar nuestras heridas, de perdonar y reconocernos hermanos. A propósito de la muerte de Mandela, veo que acá todo el mundo llora su pérdida y reconoce su legado. Pero se olvidan que él fue grande porque supo perdonar. Llegó al poder y perdonó a los blancos, incluso los hizo participar de su gobierno, a pesar de la segregación y el genocidio que ellos cometieron durante el apartheid. Sin embargo, nosotros nos negamos a perdonar, y nos escandalizamos si tal o cual persona, que perteneció a tal o cual bando durante la guerra, tiene éxito u ocupa algún cargo público. Creo que no podemos vivir en un país donde hayan ciudadanos apestados, seres marcados a los que se les tiene que negar toda posibilidad de realización, de futuro. Por eso considero que, si queremos sentar las bases de la reconciliación, de proyectar un futuro de paz y solidaridad, debemos voltear la página y empezar por perdonar.

En Ese camino existe, Bulldozer, comandante, es un asesino. A través de él, tenemos la impresión de que las FFAA son la encarnación del mal absoluto. Sin embargo, al final de la novela, aparece el general Júpiter y pone orden en el cuartel. ¿Podríamos señalar que la presencia de este general (hasta nombre de dios tiene), en la novela, es limpiar la imagen de las FFAA y que las acciones de Bulldozer son acciones aislados?

La aparición del general Júpiter, en Ese camino existe, tuvo una justificación. En primer lugar, mientras escribía la novela entendí que esta corría el riesgo de volverse caótica, y quise darle un ordenamiento antes del desenlace final, y entonces aparece Júpiter como un gran ordenador de todo. En segundo lugar, ya en lo que respecta a la trama de la novela, lo que hace en realidad Júpiter es tratar de encubrir los crímenes de Bulldozer, y para ello no tiene mejor idea que sacarlo de en medio, borrarlo del mapa como se dice. No fue mi intención de que aparezca para que, de alguna manera, limpie la imagen de los militares, de ninguna. Y esto porque no creo que lo que cometieron los militares, ni los subversivos, fueron "acciones aisladas". Este cliché me resulta inadmisible porque, como dije antes, las acciones de violencia y barbarie, las acciones de Sendero y la represión de las Fuerzas Armadas, respondieron a un modelo de organización, a nuestra conformación como nación y como Estado, a nuestra violencia sistemática y estructural. Con la violencia tenemos una relación causa-efecto, ella responde a lo que, en realidad, nosotros somos.

Esos hombres que torturan y asesinan están convencidos de que son héroes, por eso dicen “algún día no muy lejano el Perú reconocerá sus sacrificios”. Eso me recuerda que uno de los integrantes del grupo Colina decía que era un héroe. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

La gran tragedia de una guerra es que los seres humanos que participan en ella pierden, casi de inmediato, el sentido de la realidad. Luego, a los pocos días, se vuelven autómatas, sujetos que responden a sus impulsos primarios, y ya no saben por qué están en el teatro de operaciones ni para qué pelean. Es cuando la mayoría de personas sucumbe ante la inutilidad y la desesperanza, como Cubo, o surge algún loco iluminado que cree que mata por un designio divino, un héroe desquiciado como el capitán Shogún. Son productos de la guerra, seres cuyas mentes no resisten el día a día, el martilleo constante del miedo y el horror. He conocido a muchos de ellos, en ambos bandos, y cuando los escuchaba hablar, cuando escuchaba cómo justificaban sus crímenes, sus locuras, simplemente rogaba que se acabe la guerra y que nunca más ningún ser humano sea expuesto a esa pesadilla. No los exculpo, pero creo que son personas enfermas, sujetos que nunca pidieron pasar por un trance como ese.

La estadística de la CVR, con respecto a las víctimas de la violencia, señala lo siguiente: “46% provocadas por el PCP-Sendero Luminoso; 30% provocadas por Agentes del Estado”. Sin embargo, en tu novela, el accionar de Bulldozer y sus hombres supera al mando senderista Rodrigo y su columna en cuanto a torturas y asesinatos. ¿Cuál es tu opinión al respecto?


Esas discusiones de los defensores del informe de la CVR y sus detractores, me parecen penosas. Simplemente discuten por saber quién mató más, o menos. Creo que se están desenfocando del verdadero propósito: la reconciliación. No quiero que el trabajo de la CVR pase como una oportunidad perdida para reconciliarnos. Al contrario, quiero que sirva como un antecedente o una base para ello. Pero creo que debemos evitar las discusiones bizantinas, aquellas que no nos van a conducir a ninguna parte que no sea ahondar más nuestras diferencias. Hay posiciones aparentemente irreconciliables con respecto a la guerra, y esto es lógico, hay víctimas y deudos en ambos bandos. Entonces, seguir escarbando en las heridas, removiendo el dolor, es contraproducente, innecesario. Por eso creo que no vamos a poder reconciliarnos si no perdonamos, si las víctimas, sus hijos o sus viudas, independientemente de la posición que tomaron en la guerra, no se ven cara a cara y se reconocen hermanos, seres humanos que sufrieron por igual la barbarie. Lamentablemente, no veo otra manera de voltear la página, de cambiar la historia. Sin embargo, anhelo que algún día, en el futuro, quizá cuando yo ya no esté entre los vivos, mi nación pueda convivir en un clima de paz.

sábado, 25 de mayo de 2013

Entrevista a Sócrates Zuzunaga


 La violencia política de los años 80 y 90 han dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es tu testimonio con respecto a esa época?
Fue terrible. Yo me encontraba en mi pueblo, al sur de Ayacucho. Y hasta allí llegaban las noticias cruentas de los enfrentamientos armados. Pero, cuando empezaron a llegar gente que huía de la parte de Huamanga, Huanta y otros pueblos de la zona norte del departamento, entre ellos campesinos, comerciantes, profesores, empecé a ver con más claridad lo que estaba ocurriendo en Ayacucho. O sea, esa gente empezó a desmentir lo que la radio y los periódicos decían. Que las cosas no estaban ocurriendo como lo decían esos medios de comunicación en forma oficial. Que –para los fugitivos-  los sanguinarios enemigos de la patria no eran los alzados en armas, sino los mismos militares, los llamados sinchis, que estaban cometiendo atrocidades con la población ayacuchana, en especial con los estudiantes y con los campesinos. Entonces, yo me preguntaba: ¿qué es lo que está ocurriendo realmente? Empecé a dudar. Igual me ocurrió cuando llegué a Lima, en lo más álgido de la violencia. Para la gente de aquí, los soldados se estaban comportando como angelitos salvadores de los pobres campesinos. Sin embargo, yo tenía noticias de testigos presenciales, quienes me decían que los militares no eran esos angelitos salvadores que se creía. Y que, por eso, habían miles de desaparecidos, mujeres violadas, huérfanos vagando por la estepa fría de la puna ayacuchana
Me estaba ocurriendo igual que cuando Arguedas leyó los primeros relatos sobre los indios. Para Arguedas, los indios de Ventura Calderón, de López Albújar y de otros escritores, no eran como él los había conocido. Entonces, él dijo: yo voy a escribir lo que, en realidad, es el indio, porque yo lo conozco, yo he vivido entre ellos, yo he sido blanco de su infinita ternura y cariño, yo he visto cómo el indio ama a los suyos, a su tierra, a su agua, a sus montañas, a su música, a sus pájaros… Entonces, de igual modo, yo también dije: yo voy a escribir lo que, en realidad, ocurrió en Ayacucho; porque, para ello, yo había acumulado gran cantidad de testimonios, con muchísimo miedo, camuflando bien mis papeles en cajas y archivos engañosos… Fruto de eso, es mi novela La noche y sus aullidos… El ejército temía que se sepa la verdad de lo que estaba pasando en los pueblos de la sierra… Imagínate, por eso, mataron a los ocho periodistas que fueron a Uchuraccay en busca de la verdad. Ese hecho criminal no debe quedar impune; debe ser investigado más a fondo… La verdad de lo que ocurrió en Ayacucho es otra… Para uno cerciorarse de esto, basta con preguntar a los verdaderos testigos que estuvieron en el fragor de esa guerra fratricida… Pero, esos testigos se mueren de miedo, y ese miedo se lo supieron sembrar los culpables de esos crímenes de lesa humanidad… Bueno, claro que también hubo hechos terribles de parte de los subversivos; eso nadie lo niega… Pues, era una guerra la que estábamos viviendo… Lo que da verdadera rabia es el por qué los asesinos –de la parte oficial- quieren limpiarse y quedar como angelitos celestiales… De este tipo de encubrimientos, desde lejanos tiempos, la historia cuenta con ejemplos claros e irrefutables…

¿La violencia política cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?
Se han escrito muchas novelas y cuentos de esos tiempos de guerra. La mayoría de estas obras tienen la marcada intencionalidad de tergiversar las cosas verdaderas. Las obras que más se acercan a lo que, en verdad, ocurrió en el Perú son, por ejemplo: Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio, Qantu, flor y tormenta de Félix Huamán Cabrera,  Tierra de Pishtacos de Dante Castro, el libro de testimonios La Memoria es un Arma de Juan Cristóbal, los relatos de Luis Nieto Degregori, la antología de cuentos en tiempos de la violencia reunido por Mark Cox, La Agonía del Danzak de Samuel Cavero y algunos más que ahora escapan de mi memoria... Por ejemplo, yo escribí mi novela en base a testimonios de campesinos que eran torturados hasta orinar sangre, que me mostraban los dedos de sus pies y manos con las uñas arrancadas de raíz, que tenían los brazos dislocados, los tímpanos rotos y los testículos hinchados… Ellos me contaron de los sufrimientos de las torturas y del maltrato continuo y permanente, unido a las vejaciones y a la angustia de tener muy lejos a sus seres queridos, por lo que ellos sólo querían morir para descansar de tanto sufrimiento y sólo lloraban y cantaban canciones tristes en quechua… Y relataban ser testigos de cómo muchos de ellos murieron con un tiro en la nuca o al no poder resistir las inhumanas y crueles torturas. Lo que, también, duele es saber que soldados, procedentes del mismo pueblo vilipendiado y afrentado, eran obligados a desempeñar el papel de verdugos de los de su misma clase y condición. Sus jefes militares supieron inocularle, pues, el veneno del anticomunismo, del odio a las personas que tenían ideas de izquierda y a los ilustres peruanos como Mariátegui, Vallejo, Arguedas, Manuel Gonzales Prada y muchos otros… Y esos mismos jefes militares se escandalizaban y echaban el grito al cielo, cuando constataban de que una comunidad campesina había sido ayudada por los subversivos, en alguna faena agrícola o comunal, o que habían recibido obsequios materiales, como prendas de vestir y alimentos recolectados de los comerciantes. Entonces, sí, los militares actuaban con brutalidad y saña contra la comunidad en un afán de darles un escarmiento ejemplar por haber permitido ser ayudados por los subversivos…

¿Cómo han influido los sucesos de la violencia en tu quehacer literario?
Desde mi primer libro Con llorar no se gana nada, donde incluí un cuento sobre este enfrentamiento, hasta la fecha siempre he tenido en cuenta el denunciar hechos de abuso e injusticia militar. Esos hechos han quedado marcados en mí, tanto que tengo muchos relatos sobre este tema, incluso dos o tres novelas cortas más, aparte de La noche y sus aullidos. En realidad, lo que viví en ese tiempo, fue una verdadera pesadilla, donde los profesores éramos los que más sufríamos los efectos de la represión militar, y más si éramos dirigentes sindicales, por lo que vivíamos a salto de mata, como se dice. Por desgracia, son muchos los colegas que han desaparecido en ese tiempo de violencia, donde teníamos que ocultar nuestros libros que poseían títulos que podrían ser confundidos por los militares, como por ejemplo Horas de lucha y No una sino muchas muertes... ¿Cómo no van a influir estos hechos en mi quehacer literario?

Publicaste Con llorar no se gana nada, un libro de cuentos donde abordaste la violencia política, cuando escribir sobre ese tema era peligroso. Estamos hablando del año 1989. ¿Cuál es tu balance al respecto?
En esa época, tuve que esconder mi libro. Incluso, a los que lo tenían, les dije que lo escondieran porque el cuento Ayataki podría ser tomado como una apología a la lucha armada por su tema de injusticia y de represión militar. De verdad, sabiendo el modo cruel e inhumano cómo actuaban los del ejército, naturalmente que tuve miedo. Ese accionar cruel de los militares, incluso hizo que muchos muchachos se enrolaran en las filas de Sendero Luminoso, pues sólo así podían salvarse de los soldados que los buscaban por sospechosos, o para así vengar a algún familiar muerto y desaparecido en manos del ejército. De esta manera Sendero engrosó sus filas. También, en otros casos, fueron convencidos por la prédica o discurso a favor de los pobres y desposeídos. Era la esperanza de un mañana mejor para muchos muchachitos indigentes y abusados por sus patrones y empleadores, y se enrolaban a Sendero porque pensaban que así podrían sacar de la miseria a sus progenitores y demás familiares.

¿Qué escritores crees que han trabajado mejor la temática de la violencia política? ¿Por qué?
Pocos son los escritores que han escrito teniendo en cuenta de lo que en verdad ocurrió en esa guerra. Entre estos pocos están Óscar Colchado Lucio, Félix Huamán Cabrera, Luis Nieto Degregori, Julián Pérez, Dante Castro, Samuel Cavero… El resto, como Alonso Cueto, Santiago Roncagliolo o Mario Vargas Llosa escriben sobre algo que no conocen bien y que sólo han escuchado o leído en noticias oficiales, por eso el ambiente de sus obras está enrarecido y extraño a los ojos de un lector andino que sí conoce la idiosincrasia andina. Un ejemplo, sin ir muy lejos, en Lituma en los Andes, para el autor, los campesinos de esa parte de la sierra son seres tan primitivos y salvajes, como si ellos vivieran en la edad de piedra, y que realizan sacrificios humanos en ofrenda a sus dioses tutelares o Apus… Eso es el colmo; con esto el Premio Nobel nos da a conocer el desconocimiento y desdén o desprecio que él tiene hacia los campesinos de José María Arguedas… Por otra parte, Abril Rojo o La Hora Azul, son novelas escritas con una visión lejana, desde el exterior, casi con ojos de turista extranjero, como no queriendo  comprometerse con los asuntos de la guerra interna. Y, además, sus autores renuncian a profundizar en las verdaderas causas que motivaron ese brutal enfrentamiento entre habitantes –los de arriba y los de abajo- de un mismo país… Por eso, digo yo, que si Arguedas o Alegría o Scorza habrían vivido esa época violenta –tal vez- hubieran escrito sus novelas con otra óptica y sentimiento, y que quizás éstas no hubiesen gustado al oficialismo y –es seguro- que hubiesen sido perseguidos y encarcelados o desaparecidos…

En tu novela La noche y sus aullidos, se puede apreciar que una escuela se convierte en un cuartel. O sea, en una institución donde la ciencia, las humanidades, el juego, la risa deben irradiar, se construye otra institución donde se tortura, se mata, se llora. Considerando que esta escena también se dio en la realidad, ¿cuál es tu opinión al respecto?
En realidad, los soldados, cuando llegaban a un lugar, buscaban su propia comodidad personal. Por eso, se apropiaban de construcciones grandes como eran los colegios, las casas municipales o las iglesias, para acampar o para ubicar su cuartel militar. Allí, se torturaba y asesinaba frente a los ojos de los santos de la iglesia y en ese mismo lugar donde se enseñaba con ternura y amor a los niños se manchaban las manos con sangre inocente. Una vez instalados en esos lugares, salían de noche en busca de sospechosos, a los que los traían descalzos y semidesnudos y los empezaban a torturar. Estos sospechosos eran los maestros, estudiantes aplicados, líderes campesinos y hasta artistas populares. “Estos cojudos son peligrosos porque leen libros y saben convencer al pueblo con sus bonitas palabras”, decían los soldados. O sea, que consideraban a la cultura como sinónimo de delito o crimen,  de rebeldía o protesta. De ese modo, poco a poco, los maestros dejaron de hablar de Arguedas, Vallejo o Mariátegui en las escuelas. Y, claro, por seguridad personal, empezaron a enterrar sus libros que consideraban “peligrosos” para el Estado.

En tu novela un profesor lee “libros prohibidos”, luego les dice a sus alumnos y a los campesinos que la sociedad en la que se vive está de cabeza, que hay explotación y abuso. ¿El profesor es un peligro para el Estado en ese sentido?
Este es un indicador de cómo han sido adiestrados las fuerzas armadas contrainsurgentes. El maestro, el líder de un pueblo, un dirigente sindical, un artista o poeta, todos ellos, eran sospechosos y peligrosos para la tranquilidad del Estado. En el colmo de la exageración, por ahí, corría un chisme diciendo que a un campesino llamado Fidel Castro y a toda su familia lo habían desaparecido sólo porque éste era un homónimo del gobernante de Cuba. “Sí le han puesto ese nombre es porque hay simpatía por ese comunista ateo”, decían. O sea, muerto el perro, se acabó la rabia.

Entre los libros “prohibidos” encontramos autores como César Vallejo, José María Arguedas, Ciro Alegría, José Carlos Mariátegui. ¿Qué hace que estos autores entren a la lista de lo prohibido?
Bueno, yo creo que fue la propaganda de los que eran opositores a la izquierda política. Ellos –los apristas, acciopopulistas, pepecistas- se encargaban de propalar la noticia de que esos autores eran comunistas y ateos, que estaban en contra del progreso material de un país, que sus ideas estaban dirigidas a que los campesinos se rebelen contra sus patrones, que esas ideas injuriaban a Dios y estaban en contra de las buenas costumbres y en contra de los ciudadanos “notables e ilustres” de un pueblo progresista... Además, no se podía tener en casa ninguna la imagen del “Che” Guevara o algún otro líder chino o soviético.

En tu novela hay un periodista que busca información sobre lo que pasó durante la violencia. Hay varias novelas que tratan sobre este tema e incorporan al personaje periodista. ¿A qué se debe esto? ¿Cuál es el papel del personaje periodista en este caso?
Nuevamente, te recuerdo el caso de los periodistas asesinados en Uchuraccay. Cuando ocurrió eso, el mundo entero tuvo una visión clara de las dimensiones  del accionar de las fuerzas armadas en contra de los subversivos. O sea, no les importó utilizar a una pobre e indigente comunidad campesina en beneficio propio, engañándolos y presionándolos para que los secundaran en ese abominable crimen. Versiones confusas y amañadas daban conocimiento de masacres sangrientas, de poblaciones que nada tenían que ver en estos enfrentamientos, las que eran reportadas mediante comunicados oficiales diciendo que gran número de terroristas estaban siendo aniquilados para el bien del país; pero, a la prensa libre no se le permitía el acceso a esa zona del conflicto; más, al contrario, la prensa libre estaba siendo constantemente acosada y hostilizada, confiscándoles rollos de películas y grabaciones a muchos periodistas que se atrevían a ir en busca de la verdad, incluso apresándolos bajo acusaciones de estar ellos coludidos con los senderistas. Por eso, frente a esta realidad, fueron los periodistas desde Lima a Uchuraccay. Y ya ves lo que ocurrió. Para un buen entendedor, pocas palabras: los militares no querían que se sepa la verdad de las atrocidades que ellos estaban cometiendo con la población desvalida de esos lugares donde -hasta ahora- campea el hambre y la desolación.

Según la comisión Vargas Llosa, los periodistas de Uchuraccay fueron asesinados por los campesinos porque los confundieron con senderistas. En tu novela también aparece este hecho, claro que ahí se dice que tal afirmación no tiene asidero, ni lógica, y que ahí hubo militares involucrados. Sin embargo, el discurso de Vargas Llosa ha quedado como la versión oficial. ¿Qué opinión tienes de Vargas Llosa con respecto a su papel en dicha comisión?
Esta versión oficial pinta de cuerpo entero a Vargas Llosa y a todos sus acompañantes. Los campesinos fueron azuzados por los militares en contra de los periodistas, engañándolos, diciéndoles a los pobladores que así ellos estaban luchando como héroes por la patria, defendiéndola de esos terroristas asesinos que venían a destruir al país con sus ideas negativas. De ese modo criminal, el ejército encubrió la brutal represión y las matanzas que ellos estaban cometiendo en esas humildes comunidades ayacuchanas. Cualquier ayacuchano -con dos dedos de frente- sabe que esto ocurrió así. La versión oficial recurre a explicaciones ridículas, infantiles, tal como es eso de que los campesinos confundieron a las cámaras fotográficas con fusiles o escopetas, y que ellos no entendieron el castellano que hablaban los periodistas. ¿Qué acaso no es cierto que a menudo llegaban a Uchuraccay cazadores de vicuñas y venados, llevando ese tipo de armas? ¿Qué acaso esos cazadores o forasteros  no hablaban castellano para pedirles posada o alojamiento? Lo cierto es que en esa comunidad había gente que siempre bajaba hacia las ciudades serranas más grandes y que sabían del progreso tanto como cualquiera. Solamente para el célebre escritor -que parece que no tiene frente-  los campesinos del Ande están todavía en la edad de piedra y hacen sacrificios humanos, tal como lo dice en su novela Lituma en los Andes. No me explico por qué ese escritor le tiene ese concepto adverso a los que son de la sierra. ¿Acaso no reconoce él, que esos seres humanos -como son los de la sierra-  han construido maravillas admirables como lo es Macchu Picchu, por ejemplo? ¿Acaso en esas construcciones no hay ciencia, tecnología y sabiduría? ¿Una comunidad primitiva y salvaje puede hacer eso que nuestros antepasados hicieron para la admiración del mundo entero?

Los militares en tu novela dicen que hay gente que tiene “pinta de terruco”. Y siguiendo esa regla muchos campesinos son torturados y asesinados, luego terminan en fosas comunes. ¿Cuáles son las características de alguien que tenga pinta de terruco?
Pues, simplemente el tener rasgos andinos, la piel cobriza y el hablar quechua. ¿Quién ha olvidado lo que decían los “notables e ilustres” ciudadanos de Miraflores y San Isidro? ¿Qué, acaso, no decían que unos serranos conch…de sus mares estaban jodiendo al Perú progresista y católico? ¿Qué por qué los aviones del ejército no iban allí, a Ayacucho, a bombardearlos y acabarlos de una vez por todas? ¿Eso no decían las “buenitas” personas de esas paradisíacas zonas urbanas de Lima? Para un buen entendedor, pocas palabras…

Según la CVR, han sido miles y miles los asesinados por las FFAA. Aunque, en realidad, para quienes hemos vivido tales épocas no es necesario citar a la CVR en ese sentido. ¿Habrán tenido también su “pinta de terruco” estos?
He llegado a la conclusión de que todo aquel que es consciente de su realidad y de la realidad del país, aquel que busca la verdad y dice la verdad, aquel que busca justicia, aquel que sale en defensa de los abusados, todos aquellos, para las autoridades del Estado tienen “pinta de terruco”. Yo, por estas declaraciones que estoy dando, no voy a ser menos.

En tu novela, los gamonales se alían con las autoridades para cometer abusos; por ejemplo, uno de ellos cuando se pierde sus vacas le echa la culpa por robo a uno de los campesinos, sin pruebas, y lo manda a la cárcel, pero luego sus vacas aparecen: estaban extraviadas. Este tipo de hechos hace que algunos campesinos, incluso el hijo de un hacendado, se unan a los senderistas de manera voluntaria. El que la gente se una de manera voluntaria a los sediciosos, y no por presión o amenaza, ¿no le parece peligrosamente contraria al discurso oficial?
Para explicar esto, el ejemplo más claro es el caso del poeta Javier Heraud, un jovencito perteneciente a la llamada “alta sociedad” de Lima. Muchos muchachitos se unieron a los subversivos, por lo que ellos les hablaban. Y, como que eran también de la edad de ellos, y eran pobres e indigentes, sin esperanzas de una vida mejor, y con la ilusión de la aventura a esa altura de la vida, todo eso hizo el resto. Y no hay que olvidar las injusticias y los abusos de la gente pudiente contra los desposeídos… Y, mucho cuidado, esa desigualdad no ha desaparecido en esos lugares olvidados del país… No vaya a ser que…  bueno… sin comentarios…
A continuación, quiero manifestar que, frente al abuso de los militares contra mis paisanos, en mi pueblo, yo intenté escapar de esa vorágine de injusticias por otros medios, como el de la ficción literaria. Por eso empecé a elaborar en mi mente todos los pormenores de mi novela “La noche y sus aullidos”. Todos los días y todas las noches, en cualquier sitio, caminando o sentado en algún lugar solitario, contemplando los paisajes andinos, iba acomodando e hilvanando el hilo de la historia de la novela. Y, cosa increíble, en ese estado de cosas, sentía un temor cerval y tenía miedo a morir o desaparecer. En pocas palabras, me enfermé de los nervios y creo que hasta ahora estoy enfermo; por eso, a menudo, lloro mucho estando a solas y recordando a los amigos que ya no están conmigo, bajo los efectos sedantes de alguna bebida espirituosa. Al mismo tiempo, aquella vez, empecé a tomar apuntes, en clave, para evitar futuros contratiempos, si se daba el caso de que éstos cayeran en manos de los militares. Y eso era para mí, no sólo como el querer huir de la impotencia y de las tensiones, sino, sobre todo, como una respuesta digna y creativa frente a esos hechos injustos, de abuso y escarnio. Pues, para mí, la literatura siempre ha sido un espacio de salvaguarda, de disfrute, de sufrimiento y de salud moral.

Bueno, para concluir, quiero manifestar que la obra que escribí persigue ese objetivo de querer recuperar la memoria histórica de mi pueblo ayacuchano, con la finalidad de crear una conciencia cívica, popular y solidaria, ya que de lo contrario nuestra sociedad puede volver a cometer los mismos errores que lo llevó a este estado sangriento de guerra interna. En mi personal opinión, la literatura es un arte que enriquece al ser humano y le permite encontrar en su interior lo que verdaderamente él tiene y que antes no conocía. Y eso le permitirá ver el mundo con otros ojos y lo comprenderá en toda su dimensión, pensando siempre en la justicia social,  en la paz y en la libertad.