sábado, 7 de julio de 2012

Luz de agosto


I

Luego de leer novelas como Luz de agosto, uno termina convencido de que Faulkner es un grande en el manejo de las técnicas narrativas. Que no solo basta contar una buena historia sino saber cómo contarlas. Jugar un poco, o mucho, con el lector hasta atraparlo en ese mundo ficcional faulkneriano, definitivamente, distinto a lo que se venía haciendo hasta ese momento.

Sin Faulkner Perú, probablemente, no hubiera tenido su Nobel de literatura. Es que Faulkner es un hito en la literatura del siglo XX: ha influenciado en otros escritores. Sin él quizá no habría existido Macondo de Gabo, tampoco Santa María de Onetti, solo por mencionar a los más emcumbrados.

Su narrativa ha dejado deslumbrado a toda una (varias) generación de escritores y lectores. Tirios y troyanos cayeron rendidos ante su ficción. Vargas Llosa Llosa ha dicho de él: “la obra del escritor norteamericano es deslumbrante por su ambición y coherencia, por el hechizo, color, violencia y originalidad de su mundo, así como por la variedad y vigor de sus personajes, la audacia de sus técnicas narrativas y la fuerza encantadora de su lenguaje”[1].

En las antípodas, con respecto a MVLL, ideológicamente hablando, Miguel Gutiérrez ha escrito FAULKNER en la novela latinoamericana. Todo un libro para ensalzar al genio norteamericano en el plano estrictamente literario: la técnica, los recursos, su influencia en la narrativa del Boom y los nuevos escritores. Así, para MG “la influencia de Faulkner ha sido positiva, incitante y fructífera para la creación y desarrollo de la novela moderna latinoamericana”[2]. Y finaliza su ensayo diciendo de Faulkner “el maestro”[3]. Aunque, claro está, que se esperaba de MG, además de ese análisis, un análisis político ideológico, dado su formación literaria-ideológica en su paso por Grupo Narración.

Eso sí, por más genio que fuera Faulkner en técnicas narrativas, no pudo escapar a una análisis en el plano ideológico, ya que intenta “escapar a un mítico pasado armonioso, del cual el presente le parece ser una degeneración”[4]. Esta evasión de la realidad hace que los “los negros necesiten al hombre blanco para que los guíe y piense por ellos”[5]. Eso se ve por ejemplo en Sartoris, cuando uno de los criados se gasta el dinero de la iglesia con una prostituta. El coronel Sartoris, ante tal situación, le salva de un linchamiento, responsabilizándose de la deuda. Salta a la luz la naturaleza del buen amo blanco. En cambio, el negro es un bribón casi innato. Aunque, uno de los personajes negros, Caspey, tiene una actitud rebelde ante los blancos, no encuentra eco entre los suyos. “No permito que ningún blanco me diga lo que tengo que hacer”[6]. Finalmente pasa desapercibido esta actitud rebelde y los amos se muestran benevolentes con él: es que son blancos. Ese es el mundo que describe Faulkner, “basado en una nación mítica, una nación que nunca existió. Se trata de la Confederación de los Estados del Sur”[7]. Eso entre otras cuestiones.

II

En cuanto a Luz de agosto, esa forma de narrar los acontecimientos sobre el linchamiento de Christmas en una sociedad donde el ser negro es una marca peor del que le puso Jehová a Caín: frustración, humillación, persecución por el hecho de no ser blanco, hace que el discurrir de las acciones sea atractivo. Te lleva de un lado a otro, de un tiempo a otro, hasta que el pobre hombre blanco de sangre negra es finalmente eliminado, aplastado como una cucaracha, como un ser repudiable, no por sus acciones, sino por el hecho se tener sangre negra y hacer cosas que, si hubiera sido blanco, el resultado sería diferente.

Los hechos de la novela empiezan un mes después de que Lena ha salido de Alabama en busca del hombre que la embarazó y termina cuando ella, ya con su hijo en brazos,  llega a Tennessee dos meses después de una larga travesía por diversas ciudades. O sea, un mes de viaje, que será el pretexto para que Faulkner nos presente a su personaje Joe Christmas y nos haga recorrer lo complicado que puede ser la vida de una persona con ascendencia negra en una sociedad norteamericana a inicios del siglo XX, donde el racismo extremo está latente.

Christmas no es un negro a simple vista, pasa por blanco, pero el hecho de que su padre tenga tales rasgos hace que su abuelo, primero, mate al transgresor racial, segundo, deje morir en el parto a su propia hija, tercero, mande al niño a un albergue. Ahí, él intuye que no es un niño como los demás, que es diferente, que está marcado por el destino.

Ya de joven se encamina a una situación “casi natural” de su condición de negro. Incluso cuando tenga sangre blanca, dado que su madre la es, él no se puede redimir. El hecho de tener la ascendencia negra hace que sea el malo necesariamente. “Se trataba de un crimen de negro, cometido, no por un negro, sino por el Negro”[8].

Su situación de hombre con dos tipos de sangre que corre por sus venas le hace vivir un conflicto: rechazado por los blancos, también por los negros. En su mundo interior los mismo. Lo bueno y lo malo también tiene que ver con este hecho. Su ascendencia blanca lo hace bueno por momentos, en cambio la negra, no. “Como si hubiera sido la (sangre) negra la que esgrimió la pistola y la blanca la que no le permitió disparar”[9]. Racismo absoluto.

Christmas es un hombre perseguido por la desgracia, y quien representa muy bien esa desgracia es su propio abuelo. Este pretende que la turba lo linche cuando descubre que el niño, producto de la ignominia, ya es todo un adulto. “Es ese bastardo. Tu obra no está acabada aún. Ese bastardo es una inmundicia, una abominación en la faz de la tierra”[10].
Finalmente, Christmas es muerto a tiros, pero antes de que expire es castrado para asegurarse que incluso en el más allá no toque a las mujeres blancas. Así termina sus andanzas este hombre que no eligió ser asesino, sino que le destino se lo eligió. Y Faulkner ha escrito Luz de agosto en torno a la vida de este personaje y de ese destino que ya estaba escrito.



[1] Mario Vargas Llosa (2008). Viaje a la ficción. Alfaguara. Pág. 81.
[2] Miguel Gutiérrez (1999). Faulkner en la novela latinoamericana. Editorial San Marcos. Pág 58.
[3] Ídem. Pág. 149.
[4] Sydney Finkelstein (1966). Existencialismo y alienación en la literatura americana. Editorial Grijalbo. Pág. 191.
[5] Ídem. Pág. 195
[6] William Faulkner (2003). Sartoris. Planeta. Pág. 87.
[7] Sydney Finkelstein. Pág. 192.
[8] William Faulkner (1983). Luz de agosto. Oveja Negra. Pág. 202.
[9] Ídem. Pág. 312.
[10] Ídem. Pág. 267.

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